Temas candentes

31/05/2020

Viajes

No es momento para viajar, las circunstancias no lo permiten. En tiempos de pandemia, esta actividad lúdica se ha convertido en una empresa arriesgada. Los que casi nunca hemos podido hacerlo, ya sea por falta de una posición estable de la que no hemos disfrutado, por exceso de responsabilidades, o por ambas cosas, sabemos bien que en realidad estamos viajando todos los días, pero sin movernos de casa. Durante la cuarentena se ha puesto de moda visitar virtualmente museos y lugares de interés cultural. La tecnología lo hace posible, pero para ello necesitamos contar con el sentido predominante en nuestra cultura de la mostración y de la imagen: la visión. Las visitas virtuales cercenan la experiencia reduciéndola única y exclusivamente a lo visual. Todo lo virtual se basa en la preeminencia de este sentido sobre los demás en nuestra cultura y en el afán de transparencia que lleva unido, suplantando a todo dios posible.

Existe, por el contrario, una forma opuesta de viajar, que implica revertir la mirada, la torsión de lo visual en lo emocional. Para ello no es necesario salir de casa, aunque al hacerlo puedes ampliar la perspectiva emocional y gnoseológica. No por casualidad Kant reservó la pregunta más importante para el final. Dicha pregunta es el comienzo de mi viaje. Un viaje que ningún virus, pandemia o catástrofe puede impedir a ningún ser humano. Todos tendremos experiencia de ese viaje, el nuestro.

Siempre he adorado viajar, pero me contento con hacerlo por las curvas de la duda, hasta llegar al final de la grafía del signo de interrogación. Mi gato me acompaña en todo momento. En este preciso instante está en el cuarto contiguo tumbado encima de la cama y tras su estancia ha dejado un lecho de pelos sobre la colcha blanca. A él también le gusta viajar por todas las estancias de la casa, aunque a veces corre presuroso hacia la puerta, con intención de salir a la calle. Un mundo que le es totalmente desconocido y además lleno de peligros, que solemos evitarle por ser un gato casero, manso y poco adiestrado.

En este viaje voy conociendo poco a poco al ser humano, un animal sorprendente. Sus pasiones están siempre encendidas como el fuego, sin ellas posiblemente no sería más que un guijarro. Hay demasiados interrogantes por resolver. Si nadie ha hecho nada que pueda directamente dañarme o afectarme, ¿por qué odiar entonces? ¿No será envidia disfrazada de odio? ¿Y qué puedo envidiar: el dolor, la miseria y la enfermedad ajena? ¿No será avaricia disfrazada de envidia? Demasiados disfraces le ponemos a nuestros sentimientos, tanto ropaje superficial llevan, que ya cuesta distinguir los fundamentales, los que supuestamente nos hace humanos, pero paradójicamente proceden de nuestra parte animal domesticada. Me cuesta tanto disfrazar mis emociones de otra cosa, que no logro entenderlo. Solo me queda claro que cada cual debe preocuparse de su propia alma en este paseo temporal por la existencia. Ahora entiendo por que María Zambrano adoraba a los gatos.

El barco blanco (1905) Joaqui Sorrolla
El barco blanco (1905), Joaquín Sorolla

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por interesarte por mi blog y hacer tus comentarios y sugerencias.