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29/05/2021

Cuerpos

Occidente lleva obsesionado con la salud del cuerpo desde el siglo diecinueve, momento en el que nace, bajo el auspicio de los planes estatales para la mejora de la calidad de vida, lo que hoy conocemos como sanidad pública, que al mismo tiempo puede ser el germen de lo que en estos días denominamos biopolítica. Posiblemente liberalismo y biopolítica sean las dos caras de una misma moneda, cuyos contornos han estado difuminados y no podemos ver correctamente definidos hasta estos momentos.

Los griegos también se preocuparon por el cuerpo, pero no descuidaron lo anímico, de hecho Platón subrayó el papel central del alma, pero del alma como ratio, frente al equilibrio armonioso de sus contemporáneos, que se deleitaban en la gimnasia y las hermosas proporciones del cuerpo humano como reflejo material de la belleza. El alma de Platón es un alma matemática, objetivante, depuradora. Lo corporal fenoménico es justamente lo opuesto a la fórmula racional descarnada, o mejor dicho, su simulacro, su sombra.

Al desechar lo mítico, se desechó también la preocupación por lo anímico, que quedó relegada a las artes y la razón, junto al largo camino que esta habría de recorrer, se convirtieron en los principales protagonistas de nuestra historia. Una razón descarnada, matemática, sin sujeto. Una razón objetiva, cuyo motor es el bienestar y el progreso de la humanidad, pero que en su transitar por la historia del hombre modificó su viraje. Solo una razón sin sujeto pudo convertir al sujeto en cosa.

El alma es la parte más delicada del cuerpo y hay que cuidarla. Nuestra sociedad desprecia lo anímico y reduce el cuerpo a fórmula o a fenómeno, bajo la apariencia de la absoluta veneración de lo corporal en su imagen física y en su conocimiento. No hay cosa más venerada que el cuerpo humano y al mismo tiempo, no hay mayor objeto que el cuerpo reducido a cosa, absolutamente cosificado. Los mecanismos gnoseológicos que reducen el cuerpo a fenómeno y a fórmula son, posiblemente, la esencia racional de la biopolítica, que encuentran su manifestación social en el liberalismo y en la degeneración de los ideales ilustrados y en ellos se encarnan. Siglo y ratio son una y la misma cosa, ya lo decía Hegel.

La transparencia del conocimiento reduce el cuerpo a fórmula, a secuencia genética, a sistema de medida, no solo el humano, sino el de todo ser vivo o inerte. La fórmula reduce el cuerpo a cosa que padece, con mayor o menor empatía hacia ella y mediante el juramento, promete aliviar su dolor para hacer su vida más próspera y agradable, e incluso alargarla hasta la eternidad misma, que es lo que el ser humano ansía en la materia, vencer la muerte, alcanzar la (in)mortalidad. A grandes paradojas humanas nos conduce.

La transparencia de lo fenoménico hace que los cuerpos se mercantilicen totalmente desacralizados en la televisión, el cine y la publicidad para ser devorados por el ojo humano. Forman parte del mercado de objetos que normalmente consumimos en la caverna como fenómenos y únicamente conservan cierta sacralidad en las iglesias y los museos. En la caverna lo fenoménico es una forma de alimento, como cualquier comida que hacemos a lo largo del día. Consumimos cuerpos transformados en fenómenos. Las redes sociales convierten nuestra vida en álbum de fenómenos consumibles, en imágenes que pretenden alcanzar la eternidad de la Monna Lisa en el infinito fluir temporal del instante de ser, entidad o absoluto, que solo unos cuantos likes pueden proporcionarles, unidas al flujo infinito de lo corporal-fenoménico en el hipertexto. Así se construyen las identidades, en las galerías fenoménico-cosificadoras de la caverna, traducidas a redes sociales, donde los cuerpos se cosifican reduciéndose a construcciones fenoménicas que se muestran para ser consumidas visualmente en un fluir temporal infinito. Todos los medios de comunicación de masas convierten lo corporal en imagen para ser consumida o imaginan la realidad, narrándola, para ser proyectada en los lienzos de coltano, reducidas a discurso, glosodoxa.

La obsesión de lo visual transforma en Occidente todo lo corporal en fenómeno para ser consumido por la mirada. Esta obsesión trasciende con creces el ideal griego de la belleza corporal como reflejo del equilibrio y la simetría de las proporciones y se consuma en la reducción de lo corporal y lo vital a puro dato, a fórmula simple, mediante la cual pueden reducirse los cuerpos, vidas privadas, intimidades y sexualidades a puras cosas para ser consumidas en un programa de televisión como algo absolutamente normal y al mismo tiempo grotesco, de lo que nadie jamás se escandalizaría ni cuestionaría su porqué. Ante ojos ávidos de imágenes y oídos expectantes de intimidad, la vida y el cuerpo del sujeto se reducen a cosa para ser consumida y devorada por el coro, el público, la audiencia, cual banquete totémico de fenómenos. Platón ya nos avisó de los peligros del cuerpo, pero no quisimos oírle. Vigorexia e hipocondria, junto a bulimia y anorexia, son los padecimientos que el culto al cuerpo y su objetivación y consumo producen en el ser humano, los reflejos del canon de lo fenoménico, del progresivo proceso de matematización y objetivación de lo corporal, que en algunos casos solemos llamar belleza. A esta belleza matemática y proporcionada se opuso el cubismo, o posiblemente no hizo más que descomponer la imagen en todas sus aristas posibles, creando la distorsión de lo multifocal, mostrando la mirada desde los más diversos ángulos desde los que una cosa o persona puede ser vista. La tarea del siglo veintiuno será recomponer al hombre, que se ha ido dividiendo en cubos a lo largo de la historia de la razón, ensamblar lo que racionalmente separó y descompuso.

Hoy me han puesto la segunda dosis de AstraZeneca. Por el camino, mientras ya me había colocado en la fila de coches en la que administrarían esa vacuna, iba leyendo si era más idónea para mi cuerpo que la de Pfizer, que pondrían a los coches de la fila de enfrente. Margarita del Val me ha confirmado a posteriori que posiblemente mi decisión fuera la correcta. Igual dentro de algunos años nos enteramos. Me hubiera gustado que hubiera sido de otra forma, pero en la caverna no tener información relevante y tener demasiada son cosas sinónimas y ambos extremos son consecuencias de la glosodoxa.

La glosodoxa puede transformar nuestra libertad en un espejismo, en un gesto irrelevante como cualquier gesto cotidiano o en una libertad microbloqueada, que ante cualquier decisión se tiene que enfrentar a una vorágine gráfica incomprensible. Me estaba preguntando si al final mi gato no va a ser más libre que yo, al menos en estos momentos tiene mucho más claras sus pautas de acción, aunque no sepa quién o qué dirige sus acciones, pero él sigue durmiendo plácidamente en su cojín sin que ningún problema humano pueda perturbar su feliz ronroneo.

René Magritte, El falso espejo (1928)

22/05/2021

Inmunidad

Poco a poco vamos alcanzando eso que los expertos han llamado “normalidad”. La normalidad no es otra cosa que volver a la situación anterior al virus, o a una circunstancia vital lo más similar posible. Para ello todos los investigadores de las grandes empresas farmacéuticas y de la sanidad pública y privada han trabajado estos meses hasta alcanzar un antídoto que pueda conducirnos de nuevo a ella.

Ellos no conocen fenoménicamente, como imagen, sino de forma absolutamente transparente. Ellos conocen la fórmula y conocen como fórmula, ambas cosas. La fórmula siempre trasciende lo fenoménico, es su depuración última, a ella queda reducida la multiforme danza de los espectros, de las imágenes. La fórmula es la codificación del más arcano misterio de lo humano y su relación con el afuera. Quien conoce la fórmula tiene plena visión de una porción del todo, por esa razón, conocer como fórmula es conocer como cálculo, con exactitud, sin errores ni erratas, con la perfección y la divinidad de la matemática, axiomáticamente. 

Toda la humanidad depende de una fórmula para sobrevivir, para desarrollar los anticuerpos que nos hagan inmunes y así podamos continuar viviendo después de este stand by universal. Son los grandes expertos de la caverna, los únicos que pueden hacernos salir de nuevo a la luz de las paredes de nuestras casas, humedecidas por las últimas lluvias, que este año se han prolongado solapando el invierno con el verano. La fórmula es el salvoconducto a la normalidad que todos deseamos: la normalidad de las colas en el supermercado, los atascos de tráfico, las aglomeraciones en los centros comerciales, los conciertos repletos de jóvenes en plena efervescencia inconsciente, los viajes de un lado a otro, las tapas en el bar con los amigos, la cerveza al salir del trabajo el viernes a mediodía para celebrar la llegada del fin de semana, las festividades, las romerías y los cultos. En definitiva, la normalidad no es otra cosa que volver a los rituales y rutinas que teníamos antes de que llegase el virus, a los mecanismos humanos prevíricos.

La normalidad en la caverna puede ser comparada con una visita al Ikea: empiezas a mirar y a dar vueltas, te pierdes, tomas un café y vuelves al principio de la ruta, ves muchas cosas que no tenías previstas, abres algunos armarios y cajones, te sientas en una silla de escritorio para probar si aguantarías sobre ella ocho horas seguidas, descorres la cortina de la ducha, mientras, te llevas un peluche, cuatro tuppers, tres marcos, dos posavasos y tres sujetalibros hasta que -por fin- alguien te habla de un sendero, una especie de pasadizo para llegar al lugar que estabas buscando desde el principio y has tenido que dar todo ese rodeo para llegar a un lugar al que hubieras llegado mucho antes y en el que supuestamente ya vivías: la normalidad.

En menos de un año ya tienen la fórmula de la inmunidad, la fórmula de la vida: la vacuna. Con ella se inició hace unos meses un proceso sanitario sin precedentes en la historia de la humanidad, la vacunación masiva a nivel mundial, la inoculación de la fórmula que nos hará inmunes a un virus que muta sin cesar para alcanzar la inmunidad del rebaño. El virus ha transformado a la humanidad en un rebaño. Nos hemos vuelto tan gregarios que lo absolutamente interno e íntimo, que es la salud, se ha convertido en un problema político sin precedentes. Es posible que debamos cuestionarnos nuestro gregarismo. En la sociedad postvírica sólo en el arte emerge lo subjetivo, para absolutamente todo lo demás necesitamos colaborar y comunicarnos con nuestros semejantes. En la caverna el artista, el creador de imágenes, es el que representa el polo subjetivo, mientras que los expertos, los que conocen la fórmula, son los que encarnan la objetividad y la mathesis. ¡Qué paradoja! Platón pretendía echar al neófito sujeto de la caverna, al recién llegado, al invitado de honor. No sé si lo habrá conseguido, nuestro gregarismo lo dirá. Estoy encantada de ser una más en este mundo de humanos fabricados en serie, pensados por otros, precocinados.

Mientras chispea, mi gato ya se ha subido en tres cojines distintos, es posible que crea estar en el Ikea y los esté probando todos. Mueve levemente las orejas cuando lo llamo, pero continúa dormitando. Sólo han caído unas gotas, las macetas no tendrán suficiente con ellas y habrá que regarlas. Los humanos tenemos flores en casa para recordar que una vez vivimos en medio de ellas, no sólo para decorar, es una reminiscencia del afuera.

Vincent van Gogh, Lirios (1889)

15/05/2021

Laberintos

La caverna es un laberinto plagado de minotauros. Todo, absolutamente todo lo que hay dentro, está construido a partir de sombras fenoménicas, que son tomadas por los iniciados como lo verdadero, y en parte lo son. Las sombras, espectros de lo real, cristalizan a partir de fenómenos perceptuales condesados en el tiempo y en el espacio desde siglos remotos. En ese proceso se transforman en imágenes, que a veces solo parecen mostrar vagamente lo que acaece en alguna de las galerías pero, en realidad, cualquiera de ellas tiene un fondo de espejos proyectados hasta el infinito, hasta los confines de la humanidad. Aunque la superficie solo parezca mostrar lo que sucede en el tiempo presente o inmediatamente anterior, la imagen es el jugo de los siglos materializado en esos espectros de significado, que pueden adoptar cualquier soporte, desde la piedra a los píxeles.

Las imágenes no son planas y bidimensionales como las sombras chinescas, aunque algunas lo sean desde el punto de vista de su soporte material, sino mucho más densas y complejas: a veces proyecciones, a veces reflejos y condensaciones. Algunas se replican como ecos, otras se disuelven como humo, o queda de ellas un espectro mortecino que nos acompaña sin ser percibido claramente porque se han difuminado en el tiempo. Por definición y al esconder su fondo, la imagen es en sí misma paradójica, su esencia es multiforme y poliédrica. Su superficie solo refleja una especie de síntesis lumínica y colorida de un proceso complejo, en el que la forma material es simplemente su manera de darse, de aparecer, el soporte sensorial que necesita para hacerse carnal y ser percibida y así poder transformarse en discurso. Rocas terrosas de espejos son los enveses de sus infinitos abismos, que laten sedimentadas tras la capa superficial. ¡Quién lo diría! Cada imagen es una especie de túnel a las profundidades humanas y la caverna está compuesta de miles de ellas. En ellas podemos perdernos por toda la eternidad, o simplemente fluir hilvanándolas como en un collar de luminosos y vistosos colores para nuestra retina. Como tejedores de imágenes construimos nuestro mundo.

Ciertamente Platón no era más que un ingenuo, en su tiempo, precisamente fue él uno de los primeros artífices, la imagen ya se había transformado en discurso, pero el poeta, el artista, el músico, el escultor y el arquitecto, eran los más perfectos ejecutores de algo que estaba escrito en las profundidades de lo humano: conocer y transformar la realidad mediante la creación de imágenes. No podemos expulsar al artista de la caverna porque el artista es la caverna. Platón, más que expulsar al artista, lo replicó, creando la metáfora del lugar donde estos habitan por siempre.

Salir a la luz es la metáfora de la liberación de la a-gnosis claustrofóbica que supone recorrer los angostos pasillos de la caverna con su saturación de imágenes, todas ellas laberínticas, rizomáticas. La caverna es un laberinto plagado de laberintos, donde la única forma de orientación es el conocimiento, cuyos productos son la imagen o la fórmula, ambas con la función de medios y fines al mismo tiempo. En la caverna la a-gnosis es al conocimiento lo que la glosodoxa al discurso y ambas se producen por saturación, como la materia de los agujeros negros. De forma similar, atrapan la luz de lo verdadero y la acaban proyectando en mil haces de discurso, o difuminando en miles de imágenes, cuyos fondos laberínticos desconocemos.

Las imágenes se replican, duplican y comportan como un virus, de hecho, estas necesitan de la materia gris humana para replicarse y a veces saturan la caverna de la misma forma que el virus que nos invade puede saturar las células de nuestro cuerpo y hacerlas enfermar. Es posible que no haya tanta diferencia en el fondo entre las imágenes, la proliferación descontrolada de discursos y palabrería y el virus que nos asola.

Salir a la luz es la metáfora de la liberación de la cadena fenoménica de imágenes y discursos, de la a-gnosis claustrofóbica que supone recorrer los angostos pasillos de la caverna, que conducen al fondo de la desesperación, la inconsciencia o el letargo. Salir a la luz es un imposible, solo podemos hacer brillar la luz dentro, es incluso posible que no haya luz más allá. El hombre, nómada de las galerías fenoménicas de la caverna, solo puede vagar por ellas largo tiempo si recurre a lenitivos gnoseológicos, fenoménicos o materiales, más o menos fungibles, que acrecienten su evasión o le produzcan un reencuentro con lo natural, como es el caso de mi gato, cuyo simple dormitar y maullar, me recuerdan que hay un afuera y que éstas no son las únicas paredes que puedo habitar. En ese momento, transito a otro laberinto, de una imagen a otra, como si mi mente cogiera un autobús. Posiblemente, algún afortunado encuentre el hilo de oro de alguna religión que le salve del infinito laberinto de los fenómenos y lo conduzca al paraíso.

Paul Gauguin, Paisaje haitiano (1891)


08/05/2021

Transparencia

Cuando el dogma se transforma en axioma todo se vuelve visible, pero no fenoménicamente, como imagen, sino absolutamente transparente, como fórmula. Ese grado de visibilidad como transparencia no es accesible a cualquier habitante de la caverna, sino solo a aquellos que son capaces de ver las manos constructoras, la intervención del hombre en la naturaleza, cada vez mayor desde el origen de su existencia, en esa lucha por transformar el azar en cálculo que hemos llamado técnica; hasta el punto de que el más leve pestañeo pueda ser predecible y el mundo entero quede petrificado como una escultura en movimiento de rotación y traslación, como dios parmenídeo: los ritos se mecanicen vaciándose de sentido, las frases de amor se repitan como tópicos, los patrones de conducta como cromos y los arquetipos se muestren especularmente proyectados hasta el infinito en las pantallas de coltano.

Manos constructoras como enjambres, que se afanan en pintar el mundo hasta el último resquicio, el de la fórmula matemática que, en este caso, se encarna en la materia como la fórmula biológica de un virus. Lo han llamado "coronavirus" por su aspecto de microscópico erizo proteínico y proteico.

Platón supo describir arquetípicamente el mundo en el que vivimos, de ahí que su alegoría haya perdurado en el tiempo, al adoptar la forma mítica. Su caverna, la cueva en la que vivimos, puede dividirse en estadios en función del nivel de conocimiento alcanzado por el iniciado y su relación con el mundo material que lo absorbe. Todos debemos salir a la luz algún día. El proceso es complejo y los obstáculos, materiales, sociales y psicológicos, infinitos. Es posible que tal luz no exista y fuera de la caverna no haya más que la crueldad y la belleza de lo natural en su estado salvaje, la humanidad sentada frente a la naturaleza, jugando al ajedrez frente al caos y el devenir en sus más de treinta mil años de historia.

La transparencia es la fórmula, la adquisición del mayor grado posible de autoconciencia en el mundo que habitamos, el despertar del mundo fenoménico y trascenderlo, rompiendo las cadenas de la multiplicidad de imágenes y discursos que se replican en la cueva y nos invaden y atrapan constantemente con sus cepos.  

La transparencia es la libertad. En la caverna solo se es libre trascendiendo progresivamente lo fenoménico, siendo plenamente conscientes de que la fórmula misma es un discurso, el discurso de Occidente por excelencia. Por definición, no hay ningún prisionero libre, es un contrasentido, siempre somos esclavos de algo en la cueva, lo importante es saber que lo somos y de qué, descubrir nuestra propia condición de esclavos e identificar cuál es la sombra fenoménica que nos subyuga.

Solo los animales son libres, hijos de la naturaleza, a ella nunca desobedecen, mientras el hombre, conducido por eros, se afanó en construir la cultura en radical oposición, y a veces negación y olvido, de su esencia. Mi gato vive feliz, absolutamente inconsciente, dormitando por todos los cojines de la casa, obedeciendo a la vieja y sabia naturaleza sin saber que lo hace, mientras el hombre tiene que disputarle su libertad, perdido en el laberinto de los fenómenos, los espejos, los discursos, los arquetipos y las proyecciones.

Teseo y el minotauro (1959), ilustración de Alice y Martin Provensen
En The Golden Treasury of Myths and Legends de Anne Terry White

01/05/2021

Dogmas

En la caverna no existen los dogmas. Estos no son más que un recuerdo del pasado, sobre todo los morales, ya lo decía Nietzsche y tiene su sentido. La caverna es un lugar que construye sus propios dogmas, que nada tienen que ver con las creencias y las tradiciones a las que algunos seres humanos estamos acostumbrados desde antaño. 

Todos los dogmas de la caverna son construcciones ad hoc que suplantan y suplantarán toda creencia y tradición mediante la tolerancia, el cuestionamiento y la negación o la mixtura, que son las tres formas posibles de actuar en la caverna frente a los dogmas heredados: aceptarlos, cuestionarlos, o disolverlos en el fondo de lo múltiple, donde palpita el pensamiento único, que es la estructura en la que el dogma viene a mutar en la actualidad, inundando de un aire espectral sus galerías.

La caverna puede construir sus propios dogmas porque la esencia del dogma es lo que precisamente ha perdurado en el tiempo, vaciándose. Ese esqueleto es el que suelen vestir los porteadores de sombras de múltiples formas y con los ropajes más extravagantes. En la religión el dogma es lo sagrado, lo revelado, pero en la cultura desacralizada no es más que un axioma matemático y con sus mismos rasgos: un postulado, algo que en la deducción no puede cuestionarse. Matemática y dogma son una y la misma cosa en el s. XXI, pero el dogma por excelencia de este siglo puede encarnarse en múltiples realidades para dar apariencia de multiplicidad, de polifonía, cuando en realidad no hay más polifonía que el propio axioma que continuamente se llena y se vacía sin cesar. 

Desde los estatutos de un partido político hasta las reglas de cualquier juego son postulados, incluso las constituciones, las leyes, la poesía, el arte mismo y los movimientos artísticos como el surrealismo o el dadá, no son más que un aspecto concreto de la multiforme encarnación del dogma por excelencia: el axioma, la cifra, el cálculo. La pluriforme e infinita multiplicación rizomática del axioma, que en la caverna ya se ha vaciado de toda universalidad, de ahí que pueda ser postulado ad hoc, de ahí que la regla pueda medir diferentes distancias en función del espacio y las circunstancias, de ahí que la poesía no comunique esencias, el lenguaje se vacíe, los deícticos señalen al interior de una hueca grafía y los valores no apunten a ningún dios.

Es posible que este virus y sus réplicas no sean más que las consecuencias de un axioma, para nosotros desconocido, pero cuya cadena deductiva actualmente se está encarnando en todo el mundo hasta que la fórmula llegue a completarse totalmente y, socialmente encarnada, cumpla sus presupuestos, cuyo sentido nosotros solo podremos conocer parcialmente a posteriori, pues hasta ahora nos resultan absolutamente desconocidos.

Ni yo ni mi gato queremos saberlo. Me conformo con habitar los espectros de algunas galerías de esta cueva que hemos llamado cultura y perderme en el laberinto de sus corredores, sin ser capaz de mirar el orden fractal de lo bello en un árbol y ver en cambio solo un ser que muta, crece y llega a su plenitud sin que lo corten y lo conviertan en un taburete de Ikea o en simples folios.

Eso que llamamos sentido solo es posible conocerlo mediante las formas,
siempre que estas no se conviertan en sombras o simulacros
y dejen de brillar, transformándose en espectrales reflejos de lo humano y ocaso de lo divino.
Pero no hay que temer, pues esto solo sucede cuando el hombre quiere transformar en ley trascendente algo tan radicalmente humano como su viaje a los abismos de la naturaleza, donde solo habita el dios del instinto, individual o colectivo.

Fractalidad en Escher, Desarrollo II (1939)