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08/05/2021

Transparencia

Cuando el dogma se transforma en axioma todo se vuelve visible, pero no fenoménicamente, como imagen, sino absolutamente transparente, como fórmula. Ese grado de visibilidad como transparencia no es accesible a cualquier habitante de la caverna, sino solo a aquellos que son capaces de ver las manos constructoras, la intervención del hombre en la naturaleza, cada vez mayor desde el origen de su existencia, en esa lucha por transformar el azar en cálculo que hemos llamado técnica; hasta el punto de que el más leve pestañeo pueda ser predecible y el mundo entero quede petrificado como una escultura en movimiento de rotación y traslación, como dios parmenídeo: los ritos se mecanicen vaciándose de sentido, las frases de amor se repitan como tópicos, los patrones de conducta como cromos y los arquetipos se muestren especularmente proyectados hasta el infinito en las pantallas de coltano.

Manos constructoras como enjambres, que se afanan en pintar el mundo hasta el último resquicio, el de la fórmula matemática que, en este caso, se encarna en la materia como la fórmula biológica de un virus. Lo han llamado "coronavirus" por su aspecto de microscópico erizo proteínico y proteico.

Platón supo describir arquetípicamente el mundo en el que vivimos, de ahí que su alegoría haya perdurado en el tiempo, al adoptar la forma mítica. Su caverna, la cueva en la que vivimos, puede dividirse en estadios en función del nivel de conocimiento alcanzado por el iniciado y su relación con el mundo material que lo absorbe. Todos debemos salir a la luz algún día. El proceso es complejo y los obstáculos, materiales, sociales y psicológicos, infinitos. Es posible que tal luz no exista y fuera de la caverna no haya más que la crueldad y la belleza de lo natural en su estado salvaje, la humanidad sentada frente a la naturaleza, jugando al ajedrez frente al caos y el devenir en sus más de treinta mil años de historia.

La transparencia es la fórmula, la adquisición del mayor grado posible de autoconciencia en el mundo que habitamos, el despertar del mundo fenoménico y trascenderlo, rompiendo las cadenas de la multiplicidad de imágenes y discursos que se replican en la cueva y nos invaden y atrapan constantemente con sus cepos.  

La transparencia es la libertad. En la caverna solo se es libre trascendiendo progresivamente lo fenoménico, siendo plenamente conscientes de que la fórmula misma es un discurso, el discurso de Occidente por excelencia. Por definición, no hay ningún prisionero libre, es un contrasentido, siempre somos esclavos de algo en la cueva, lo importante es saber que lo somos y de qué, descubrir nuestra propia condición de esclavos e identificar cuál es la sombra fenoménica que nos subyuga.

Solo los animales son libres, hijos de la naturaleza, a ella nunca desobedecen, mientras el hombre, conducido por eros, se afanó en construir la cultura en radical oposición, y a veces negación y olvido, de su esencia. Mi gato vive feliz, absolutamente inconsciente, dormitando por todos los cojines de la casa, obedeciendo a la vieja y sabia naturaleza sin saber que lo hace, mientras el hombre tiene que disputarle su libertad, perdido en el laberinto de los fenómenos, los espejos, los discursos, los arquetipos y las proyecciones.

Teseo y el minotauro (1959), ilustración de Alice y Martin Provensen
En The Golden Treasury of Myths and Legends de Anne Terry White

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