Cuando el dogma se transforma en axioma todo se vuelve
visible, pero no fenoménicamente, como imagen, sino absolutamente transparente,
como fórmula. Ese grado de visibilidad como transparencia no es accesible a cualquier
habitante de la caverna, sino solo a aquellos que son capaces de ver las manos
constructoras, la intervención del hombre en la naturaleza, cada vez mayor
desde el origen de su existencia, en esa lucha por transformar el azar en cálculo que hemos llamado técnica; hasta el punto de que el más leve pestañeo pueda ser
predecible y el mundo entero quede petrificado como una escultura en movimiento
de rotación y traslación, como dios parmenídeo: los ritos se mecanicen
vaciándose de sentido, las frases de amor se repitan como tópicos, los patrones
de conducta como cromos y los arquetipos se muestren especularmente proyectados
hasta el infinito en las pantallas de coltano.
Manos constructoras como enjambres, que se afanan en pintar
el mundo hasta el último resquicio, el de la fórmula matemática que, en este
caso, se encarna en la materia como la fórmula biológica de un virus. Lo han
llamado "coronavirus" por su aspecto de microscópico erizo proteínico y proteico.
Platón supo describir arquetípicamente el mundo en el que
vivimos, de ahí que su alegoría haya perdurado en el tiempo, al adoptar la
forma mítica. Su caverna, la cueva en la que vivimos, puede dividirse en
estadios en función del nivel de conocimiento alcanzado por el iniciado y su relación
con el mundo material que lo absorbe. Todos debemos salir a la luz algún día. El
proceso es complejo y los obstáculos, materiales, sociales y psicológicos,
infinitos. Es posible que tal luz no exista y fuera de la caverna no haya más
que la crueldad y la belleza de lo natural en su estado salvaje, la humanidad
sentada frente a la naturaleza, jugando al ajedrez frente al caos y el devenir en sus más de
treinta mil años de historia.
La transparencia es la fórmula, la adquisición del mayor grado posible de autoconciencia en el mundo que habitamos, el despertar del mundo fenoménico y trascenderlo, rompiendo las cadenas de la multiplicidad de imágenes y discursos que se replican en la cueva y nos invaden y atrapan constantemente con sus cepos.
La transparencia es la libertad. En la caverna solo se es
libre trascendiendo progresivamente lo fenoménico, siendo plenamente
conscientes de que la fórmula misma es un discurso, el discurso de Occidente por
excelencia. Por definición, no hay ningún prisionero libre, es un contrasentido,
siempre somos esclavos de algo en la cueva, lo importante es saber que lo somos
y de qué, descubrir nuestra propia condición de esclavos e identificar cuál es
la sombra fenoménica que nos subyuga.
Solo los animales son libres, hijos de la naturaleza, a ella
nunca desobedecen, mientras el hombre, conducido por eros, se afanó en construir
la cultura en radical oposición, y a veces negación y olvido, de su esencia. Mi
gato vive feliz, absolutamente inconsciente, dormitando por todos los
cojines de la casa, obedeciendo a la vieja y sabia naturaleza sin saber que lo
hace, mientras el hombre tiene que disputarle su libertad, perdido en el
laberinto de los fenómenos, los espejos, los discursos, los arquetipos y las proyecciones.
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Teseo y el minotauro (1959), ilustración de Alice y Martin Provensen |
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