Poco a poco vamos alcanzando eso que los expertos han llamado “normalidad”. La normalidad no es otra cosa que volver a la situación anterior al virus, o a una circunstancia vital lo más similar posible. Para ello todos los investigadores de las grandes empresas farmacéuticas y de la sanidad pública y privada han trabajado estos meses hasta alcanzar un antídoto que pueda conducirnos de nuevo a ella.
Ellos no conocen fenoménicamente, como imagen, sino de forma absolutamente transparente. Ellos conocen la fórmula y conocen como fórmula, ambas cosas. La fórmula siempre trasciende lo fenoménico, es su depuración última, a ella queda reducida la multiforme danza de los espectros, de las imágenes. La fórmula es la codificación del más arcano misterio de lo humano y su relación con el afuera. Quien conoce la fórmula tiene plena visión de una porción del todo, por esa razón, conocer como fórmula es conocer como cálculo, con exactitud, sin errores ni erratas, con la perfección y la divinidad de la matemática, axiomáticamente.
Toda la humanidad depende de una
fórmula para sobrevivir, para desarrollar los anticuerpos que nos hagan inmunes
y que así podamos continuar viviendo después de este stand by universal. Son los grandes expertos de la caverna, los
únicos que pueden hacernos salir de nuevo a la luz de las paredes de nuestras
casas, humedecidas por las últimas lluvias, que este año se han prolongado
solapando el invierno con el verano. La fórmula es el salvoconducto a la
normalidad que todos deseamos: la normalidad de las colas en el supermercado,
los atascos de tráfico, las aglomeraciones en los centros comerciales, los
conciertos repletos de jóvenes en plena efervescencia inconsciente, los viajes
de un lado a otro, las tapas en el bar con los amigos, la cerveza al salir del
trabajo el viernes a mediodía para celebrar la llegada del fin de semana, las
festividades, las romerías y los cultos. En definitiva, la normalidad no es
otra cosa que volver a los rituales y rutinas que teníamos antes de que
llegase el virus, a los mecanismos humanos prevíricos.
La normalidad en la caverna puede ser comparada con una
visita al Ikea: empiezas a mirar y a dar vueltas, te pierdes, tomas un café y vuelves
al principio de la ruta, ves muchas cosas que no tenías previstas, abres
algunos armarios y cajones, te sientas en una silla de escritorio para probar
si aguantarías sobre ella ocho horas seguidas, descorres la cortina de la
ducha, mientras te llevas un peluche, cuatro tuppers, tres marcos, dos posavasos y tres sujetalibros hasta que -por
fin- alguien te habla de un sendero, una especie de pasadizo para llegar al lugar
que estabas buscando desde el principio y has tenido que dar todo ese rodeo
para llegar a un lugar al que hubieras llegado mucho antes y en el que
supuestamente ya vivías: la normalidad.
En menos de un año ya tienen la fórmula de la inmunidad, la
fórmula de la vida: la vacuna. Con ella se inició hace unos meses un proceso
sanitario sin precedentes en la historia de la humanidad, la vacunación masiva
a nivel mundial, la inoculación de la fórmula que nos hará inmunes a un virus que
muta sin cesar para alcanzar la inmunidad del rebaño. El virus ha transformado a la humanidad en un rebaño. Nos hemos vuelto tan
gregarios que lo absolutamente interno e íntimo, que es la salud, se ha
convertido en un problema político sin precedentes. Es posible que debamos
cuestionarnos nuestro gregarismo. En la sociedad postvírica sólo en el arte emerge lo subjetivo, para absolutamente
todo lo demás necesitamos colaborar y comunicarnos con nuestros semejantes. En la caverna el artista, el creador de imágenes, es el que representa
el polo subjetivo, mientras que los expertos, los que conocen la fórmula, son
los que encarnan la objetividad y la mathesis.
¡Qué paradoja! Platón pretendía echar al neófito sujeto de la caverna, al
recién llegado, al invitado de honor. No sé si lo habrá conseguido, nuestro
gregarismo lo dirá. Estoy encantada de ser una más en este mundo de humanos
fabricados en serie, pensados por otros, precocinados.
Mientras chispea, mi gato ya se ha subido en tres cojines distintos, es posible que crea estar en el Ikea y los esté probando todos. Mueve levemente las orejas cuando lo llamo, pero continúa dormitando. Solo han caído unas gotas, las macetas no tendrán suficiente con ellas y habrá que regarlas. Los humanos tenemos flores en casa para recordar que una vez vivimos en medio de ellas, no solo para decorar, es una reminiscencia del afuera.
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Vincent van Gogh, Lirios (1889) |
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