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01/05/2021

Dogmas

En la caverna no existen los dogmas. Estos no son más que un recuerdo del pasado, sobre todo los morales, ya lo decía Nietzsche y tiene su sentido. La caverna es un lugar que construye sus propios dogmas, que nada tienen que ver con las creencias y las tradiciones a las que algunos seres humanos estamos acostumbrados desde antaño. 

Todos los dogmas de la caverna son construcciones ad hoc que suplantan y suplantarán toda creencia y tradición mediante la tolerancia, el cuestionamiento y la negación o la mixtura, que son las tres formas posibles de actuar en la caverna frente a los dogmas heredados: aceptarlos, cuestionarlos, o disolverlos en el fondo de lo múltiple, donde palpita el pensamiento único, que es la estructura en la que el dogma viene a mutar en la actualidad, inundando de un aire espectral sus galerías.

La caverna puede construir sus propios dogmas porque la esencia del dogma es lo que precisamente ha perdurado en el tiempo, vaciándose. Ese esqueleto es el que suelen vestir los porteadores de sombras de múltiples formas y con los ropajes más extravagantes. En la religión el dogma es lo sagrado, lo revelado, pero en la cultura desacralizada no es más que un axioma matemático y con sus mismos rasgos: un postulado, algo que en la deducción no puede cuestionarse. Matemática y dogma son una y la misma cosa en el s. XXI, pero el dogma por excelencia de este siglo puede encarnarse en múltiples realidades para dar apariencia de multiplicidad, de polifonía, cuando en realidad no hay más polifonía que el propio axioma que continuamente se llena y se vacía sin cesar. 

Desde los estatutos de un partido político hasta las reglas de cualquier juego son postulados, incluso las constituciones, las leyes, la poesía, el arte mismo y los movimientos artísticos como el surrealismo o el dadá, no son más que un aspecto concreto de la multiforme encarnación del dogma por excelencia: el axioma, la cifra, el cálculo. La pluriforme e infinita multiplicación rizomática del axioma, que en la caverna ya se ha vaciado de toda universalidad, de ahí que pueda ser postulado ad hoc, de ahí que la regla pueda medir diferentes distancias en función del espacio y las circunstancias, de ahí que la poesía no comunique esencias, el lenguaje se vacíe, los deícticos señalen al interior de una hueca grafía y los valores no apunten a ningún dios.

Es posible que este virus y sus réplicas no sean más que las consecuencias de un axioma, para nosotros desconocido, pero cuya cadena deductiva actualmente se está encarnando en todo el mundo hasta que la fórmula llegue a completarse totalmente y, socialmente encarnada, cumpla sus presupuestos, cuyo sentido nosotros solo podremos conocer parcialmente a posteriori, pues hasta ahora nos resultan absolutamente desconocidos.

Ni yo ni mi gato queremos saberlo. Me conformo con habitar los espectros de algunas galerías de esta cueva que hemos llamado cultura y perderme en el laberinto de sus corredores, sin ser capaz de mirar el orden fractal de lo bello en un árbol y ver en cambio solo un ser que muta, crece y llega a su plenitud sin que lo corten y lo conviertan en un taburete de Ikea o en simples folios.

Eso que llamamos sentido solo es posible conocerlo mediante las formas,
siempre que estas no se conviertan en sombras o simulacros
y dejen de brillar, transformándose en espectrales reflejos de lo humano y ocaso de lo divino.
Pero no hay que temer, pues esto solo sucede cuando el hombre quiere transformar en ley trascendente algo tan radicalmente humano como su viaje a los abismos de la naturaleza, donde solo habita el dios del instinto, individual o colectivo.

Fractalidad en Escher, Desarrollo II (1939)

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