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19/02/2023

UD5_El aprendizaje: Relación entre conductismo y ética

Análisis y comentario del capítulo VII de la Ética de José Luis López Aranguren en relación con las teorías psicológicas del conductismo (condicionamiento operante). 




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07/02/2023

Discriminación inversa

 La Ilustración nos ha jugado una mala pasada. Nos llenó de esperanzas imposibles que a lo largo del tiempo se han ido desvaneciendo y transformando en dilemas esperpénticos para la humanidad, la pandémica realidad presente es una de sus múltiples y ambivalentes consecuencias. Pero el hombre tenía que creer en algo y optó por la suficiencia de la razón que derivó en narcisismo, fue entonces cuando dejó de construir catedrales y empezó a levantar rascacielos. No debe preocuparse por ellos en exceso, aunque en el centro de Londres se afanan por tener pulidos y transparentes sus cristales, para que la cosmopolita ciudad se refleje en ellos y en todas sus aristas se reproduzca, algo deformado, el caleidoscopio urbano. Pronto un trozo de tierra que pueda producir alimento suficiente para una o dos familias valdrá mucho más que una de esas elegantes obras de ingeniería. Queda poco espacio. La urbe lentamente nos asfixia mientras nos conmovemos al ver nuestra propia imagen reflejada al pasar por los escaparates. Pensamos que es progreso, pero los grandes sabían que al igual que nadie puede aprender infinitamente sin equivocarse, el hombre no puede progresar sin reflexionar, e incluso a veces, retroceder.

La capacidad de reflexionar es inversamente proporcional a la posibilidad que tiene el entorno social de configurar identidades. Para qué la filosofía: esta puede ser una respuesta. Unos la usan, otros la desprecian. Lógico, pocos la conocen, es un lujo que solo unos cuantos pueden permitirse. 

En economía el concepto de reflexividad hace alusión a dos posibles escenarios: la devaluación o el colapso. La devaluación no solo es económica, sino el resultado de un proceso social complejo sostenido en el tiempo, que deviene en el contrario del ideal ilustrado originariamente defendido, y que -paradójicamente- da lugar a las medidas y decisiones adoptadas para realizarlo. Posiblemente será un conato de colapso sostenido, que puede acelerarse hacia la depreciación de la propiedad, la crediticia o ambas, aunque ahora no lo parezca y se intente amortiguar todo lo posible desde Europa; no obstante, el intento de amortiguar la depreciación y la moneda conducirá al colapso: deuda pública y alza de los precios. Hay varias variantes aún al azar, una de ellas dependerá del pueblo, de la masa, de la turba enfurecida, a veces incendiaria. Es una variable importante de un finísimo equilibrio, mucho más frágil y sutil que el de la naturaleza, que llamamos democracia, como concreción del concepto más amplio de Estado. Cuando se llega a desgastar en exceso, es tan frágil como un hilo de seda.

El efecto social producido podrá, por lógica, conducir en una alta probabilidad, primero, al crecimiento desorbitado de la deuda y después a la devaluación o al colapso, dependiendo de la opción elegida por la masa, que suele ser la socialmente más popular y ligada desde antaño al interés social y a sus beneficios, que producirán un círculo cerrado en el aumento de la deuda, paralelo al de algunas economías al decrecer la demanda. No sé qué tipo de reflexividad es esa, pero también existe. Solo un único factor ajeno a las circunstancias sociales y políticas o a las decisiones humanas podría acelerar el proceso de forma inmediata: una catástrofe natural o una segunda pandemia. Actualmente estamos en la variante Omicron XBB, de forma que en las sucesivas mutaciones la capacidad de contagio viene siendo inversamente proporcional a la letalidad del virus. Hemos pasado de puntillas porque el virus ya ha perdido su fulminante capacidad de matar. Tendremos que pasar sin despertar demasiado a la serpiente, como decía Shelley porque, a fin de cuentas, no somos más que una efímera.

En la maraña urbana, lo tradicional y lo autóctono se diluyen en un crisol polimórfico de figuras e identidades, similar a los espectros urbanos que se reflejan en los cristales de los rascacielos o a las primeras sinfonías urbanas del cine mudo. En este momento no es del todo evidente pero, poco a poco, los pilares y las figuras de la identidad comunitaria de los estados decimonónicos, así como las tradiciones y mitologías más antiguas se irán erosionando sin la necesidad de bruscos y sangrientos cambios históricos, solo el discurrir de un par de siglos. La sociedad posmoderna es para este fin aséptica, de una pulcritud y exactitud meridianas en la disolución del pasado: lo ignora y lo niega por completo. La identidad colectiva actual debe ser el resultado de la interrogación y el balance de la actualidad con las grandes civilizaciones de antaño, decía hace poco en un vídeo un gran erudito hablando de las raíces de la estética de Nietzsche en relación con el contexto social imperialista de la Alemania de los siglos diecinueve y veinte; pero el hombre de hoy no puede acometer tal gesta porque carece del tiempo vital suficiente para trascender su individualidad, que primero debe recobrar del laberinto de fenómenos en el que vive, por lo que, paradójicamente, en la sociedad de la imagen no se generan productos estéticos trascendentes desde hace ya casi setenta años porque esta interrogación no puede ser respondida.

El hombre de hoy, además, ni se la plantea: su mente está volcada por completo en cuestiones pragmáticas y en problemas científicos concretos y no en la resolución de enigmas teóricos vitales y culturales. Ya no queda nada del pasado en nosotros, a excepción de unos cuantos vocablos y un puñado de reliquias. Por esa razón, no hay lugar para la heroicidad, ni para los Teseos ni para los ovillos en el laberinto del presente. Esta partida la ganó Sancho hace tiempo. La mitología dominante del hoy es la de la minoría, la de la inmanencia radical hasta la absoluta intrascendencia, la de la reproducibilidad mecánica hasta el infinito, la de la ubicuidad de la imagen, la de lo radicalmente otro, la de los márgenes, la de la otredad y alteridad absolutas y esta es una mitología del villano y no del héroe. El hombre de hoy no se interroga por su yo en relación con la historia, sino por la alteridad, por lo radicalmente otro, por lo extraño y opuesto a sí, es decir, por su negación. Occidente se niega a sí misma y se afirma en lo otro, se construye hoy, cultural e individualmente, en relación con lo que dejó o con lo que desconoce, con lo extraño.

El número diez de Downing Street, está habitado por un eco anacrónico del sueño americano en un contexto en que el que alcanzarlo es casi un imposible, pero la identificación es deseable para calmar las agitadas aguas pospandémicas. En una sociedad multirracial y económicamente debilitada, Sunak es una inteligente estrategia de marketing político. En la ecumene inversa, consecuencia del fenómeno radicalmente diferenciador y al mismo tiempo homogeneizante de la globalización, hay que jugar con esas fichas singulares que se parezcan todo lo posible al entorno y se mimeticen con el contexto social y, al mismo tiempo, representen un ideal de esperanza en el que las máximas mayorías se identifiquen y pretendan alcanzar platónicamente, es decir, utópicamente, mientras sufren los recortes necesarios sin generar excesivo conflicto social. Esas fichas son las que encajan.

¿Qué sucede entonces con las demás? ¿Qué sucede entonces con las que había antes? ¿Tiene algún sentido el esfuerzo de mis abuelos, de mis padres, de mis tíos? ¿Y el mío propio, no me condujo paradójicamente a un cubo de fregona? Siempre hubo fichas en el tablero. Estas son sutilmente a veces depreciadas e incluso puestas “fuera de juego”. Algunas nunca entraron en el tablero. No fueron tenidas en cuenta. Es el reverso del ideal ilustrado de igualdad, yo lo llamo discriminación inversa porque en un mundo en el que esas estrategias surten efecto, lo extraño se ha normalizado y vuelto familiar y lo autóctono paradójico. A veces la discriminación no es más que una estrategia discursiva útil para proveer de ventaja a quienes la esgrimen y conseguir sus objetivos, no con menor esfuerzo en algunos casos, pero sí con menos fuerzas sociales opuestas. En esta ingeniería social polimórfica de la identidad individual, colectiva, de grupos, e incluso política, el ser humano siempre debe estar más allá de todo pragmatismo, de toda estrategia de marketing, de toda conveniencia social y debe trascenderla: ¿qué haremos con las fichas con muescas, con las estropeadas, con las demasiado viejas y gastadas, con las que tienen defectos de fábrica o las que se vuelven de color rosa?

Estoy cansada. Es agotador jugar yo sola la partida contra mil quinientas personas a una media de entre quinientas y novecientas por año con sus pensamientos, sus acciones, sus oscuros planes, sus disparates, sus intrigas, sus traiciones y sus prejuicios. Una partida así es absolutamente agotadora en sí misma y nadie podría resistirla. ¿Pero qué especie de cobardes se atreverían a jugar con tamaño despropósito contra una mujer sola de esa forma en vez de defenderla? ¿Dónde ha quedado la igualdad, se ha hecho tan extensiva que ha desaparecido? Me imagino que este juego macabro, desgarrador, esquizoide, que produce un contexto de negación absoluta del yo, es obra de una tribu spenceriana de homínidos ultracivilizados de algún recóndito lugar de la urbe, o de hombres rupestres que encarnan la definición de lo sórdido, según el esbozo cinematográfico de Imanol Uribe. Aclaro que hago uso del masculino genérico. Ya no sé si es darwinismo social, discriminación inversa o simple y vulgar cobardía aderezada con un cóctel de pasiones.

Sigo a la espera de que la humanidad progrese, personalmente me esfuerzo todo lo que puedo desde que desperté a la autoconciencia. Los humanos vivimos mucho tiempo como durmiendo despiertos, en una suerte de ensoñación, perdidos en los fenómenos, sin conocer verdaderamente el mundo, como una especie de autómatas, planificando y viviendo pero, en realidad, ausentes. La filosofía ayuda a despertar, estamos demasiado acostumbrados a los dispositivos de evasión del yo y por eso vivimos dormidos, entre sombras, dentro de la caverna. La sociedad posmoderna requiere demasiados lenitivos o analgésicos, dependiendo de la circunstancia.

Nunca he rehuido del otro, ni como enigma, ni como abismo. La naturaleza, el animal y el otro pueden ser lo único real de este artificio, con independencia de la raza, el color o la nacionalidad. Tengo pocos prejuicios, los que aman de verdad no los tienen, porque todas esas características son hijas del tiempo y, por tanto, circunstanciales. La humanidad debe trascenderlas, es el único valor que queda en pie, algo agotado por los últimos acontecimientos. He recobrado lo que queda de mi identidad del flujo de fenómenos, intento recomponer con eso un sujeto que pueda afirmarse en un contexto social que sistemáticamente lo niega para afirmar lo extraño.

Por fin han encontrado al gato, se trataba de una mascota gigante que necesitaba espacio para transitar. Hace tiempo que no acaricio al mío. He pasado momentos insustituibles junto a él aunque no me ha acompañado durante la pandemia. Es posible que estos adorables felinos, animales sagrados en Egipto y amuletos en Japón y China, se encuentren en peligro en el futuro y en un tiempo no muy lejano, sea incluso peligroso acariciarlos. ¡Quién sabe si han podido estar en contacto con ratones!




Angelus Novus (1920), Paul Klee