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26/06/2021

Polaridad

En un mundo fenoménico, donde las sombras y los simulacros no son trascendidos, cada sujeto se queda encerrado en el espectro de su fenómeno en cada acto de conocer, por lo que el mundo que se considera real se polariza, quedando sesgado en la imagen parcial que cada sujeto asume construyéndola, o simplemente reflejando aquello que los porteadores de sobras les proyectan. Para alcanzar la unidad, la síntesis, es preciso trascender todas las posiciones fenoménicas, cosa que en la caverna raramente sucede, no obstante, algunas personas lo consiguen o, al menos, lo intentan.

Por esta razón, la caverna es un lugar polarizado, pero esta polaridad, en el fondo, no es más que una apariencia, donde el sujeto parece reconocerse, la polaridad misma debe existir como simulacro, pues solo desde lo múltiple es posible la diseminación del yo en el discurso o en las proyecciones. Debe ser de esta forma porque la glosodoxa se nutre precisamente de las consecuencias y resultados de la contradicción, no es más que un discurso sin fin producido por los sujetos, en tanto que recipientes de una forma concreta de decir que se opone a otras. No hay verdad en los opuestos en la actualidad, aunque posiblemente antaño la hubiese, pero ahora hay solo apariencia, la glosodoxa es la dialéctica deconstruida, vaciada y proyectada hasta el infinito. En la caverna la síntesis es negada y no llega nunca a realizarse, quedando los sujetos encerrados perennemente en sus posiciones fenoménicas. Esa síntesis, en todo caso, no corresponde al individuo, sino a ciertos agentes productores de discursos para los que los sujetos no son más que meras mediaciones materiales para proyectarlos o reflejarlos.

La individualidad solo persiste en el arte, en el resto de galerías, el sujeto no es más que la dimensión material del discurso, su soporte corpóreo. Solo el artista es capaz de construir sentido, o el científico de transformar en fórmula la experiencia, el resto de los individuos se limitan a reproducir el discurso, por esta razón, nada nuevo puede ser dicho en la caverna por un hombre concreto, solo por los agentes de sentido. Entre los sujetos no hay más que polaridades no resueltas que conducen a una oposición eterna, a un enjambre de fuerzas que pueden ser conducidas de un lugar a otro de la caverna sin mayor esfuerzo y que suplantan las identidades, son pseudoidentidades fluyentes. Siempre que se conozcan los detalles de la oposición que hay entre ellas, se puede detonar su conflicto cuando convenga, en cualquier momento, en cualquier galería.

Por esta razón, el único individuo que puede llamarse así plenamente es el artista, el único que puede llegar a ser plenamente sujeto y ser capaz de construir sentido trascendiendo la cadena de apariencias, superando los opuestos. En la caverna sucede de esta forma porque el mundo fenoménico actúa como una especie de filtro que absorbe la luz que no puede trascender la opacidad de los fenómenos, quedando relegada a simple sombra. La identidad como tautología y como síntesis fenoménica, el reflejo en el espejo, es cada vez más inalcanzable. Nos miramos en una infinidad de espejos y pasaríamos toda nuestra vida recomponiendo todos los reflejos, es una tarea imposible, que solo se alcanza construyendo una imagen y anulando los reflejos y las proyecciones fenoménicas. El yo está escindido en la cultura de la imagen, la imagen misma como forma de conocer lo ha acabado suplantando y convirtiendo en observador pasivo, su cuerpo no se cuestiona, pero su alma puede ser un simple almacén fenoménico, donde las imágenes y los discursos se superponen de forma caótica y amorfa. Al cortar nuestra relación directa con lo natural, cortamos también, sin darnos cuenta, el hilo del yo, lo hicimos hace tiempo, tres siglos hace ya de eso. El pastor heideggeriano es el hombre que quiere retomar ese hilo, pero no se puede desmontar ya el edificio, posiblemente solo podamos observar cómo se va derrumbando poco a poco.

Solo los artistas y los animales, como mi gato, son plenamente, unos por inconsciencia y otros por hiperconsciencia, el resto tenemos que hallar nuestra identidad tras una multitud de apariencias fenoménicas, de imágenes con las que nos identificamos y en las que a veces quedamos atrapados sin saberlo, como en una especie de maraña o tejido de fenómenos que a veces solo muestran tras de sí el vacío. Tras el flujo infinito de imágenes y fenómenos se halla posiblemente el yo, o un simulacro, debe haber algo tras los cúmulos fenoménicos que somos. En la Grecia clásica el yo era la célula de un organismo, en la actualidad es un cúmulo de reflejos polarizado en las miles de proyecciones de las imágenes que consume. Mi gato a esta hora dormita, tiene un cojín especial para él en un sillón antiguo. Le gusta estar en alto. La cama de cómic que le compré no es de su agrado, prefiere levitar a medio metro del suelo.  

Mariana in the South (1897), John William