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08/04/2020

Corta y pega


Pasan las horas y casi todos los días son iguales: el mismo tiempo, el mismo lugar, las mismas paredes, la misma música a la misma hora, la misma rutina, la misma soledad.

En estas circunstancias es mejor cambiar de rumbo, de horario, de hábitos. No podemos cambiar la situación, solo nuestra forma de verla y de vivirla. Cada día es un clon del anterior que se repite y se repite indefinidamente. Pero es así y no puede ser de otra forma, los seres humanos estamos hechos de rutinas y hábitos. La rutina es a la cultura humana lo que las leyes de la física y la biología son a la naturaleza. Sin embargo, a veces la rutina pesa tanto como la piedra de Sísifo.

En nuestros genes se repite el mismo patrón, pero con pequeñas variaciones, como en una sinfonía. Es maravilloso lo iguales que somos y las diferencias tan insignificantes que hay entre nosotros. La diferencia está en la variación, esta es la que nos hace humanos. Somos un corta y pega de cualquier primate, solo lo mínimamente distinto nos hace humanos desde el punto de vista biológico, es absolutamente increíble.

Nuestros actos también son producto de la misma repetición, día tras día, año tras año, siglo tras siglo. Somos un corta y pega de nuestros antepasados. ¿Cuál es entonces la variación que hace posible un Van Gogh, un Wittgenstein, un Mozart o un Marx? Posiblemente la pasión, la autenticidad y la libertad. No lo sé, pero seguro que no lo tuvieron fácil.

Marx solía dormir en el sofá y en el centro del salón tenía una mesa atiborrada de trastos llenos de ceniza y un par de sillas, una de ellas, coja. No era hombre de buenas costumbres. Tampoco lo era, posiblemente, Wittgenstein, a pesar de ser un burgués. Ninguno ceñía, al parecer, su vida a las convenciones y menos aún su pensamiento. Pero no hay forma de romper con la costumbre, la costumbre nos domina, si es que queremos vivir en la caverna.

Ya se lo he dicho a mi gato: eres un corta y pega, hay miles de gatos iguales que tú y con las mismas manchas incluso. Como siempre, no me hace caso, vive feliz en su mundo pautado. Él no lo sabe, pero aquello que lo hace especial y único para mí es la vivencia, los momentos vividos, la intersección de su vida animal en mi sucesión temporal de hábitos. Por eso, muchas veces, le digo mientras lo acaricio: en un mundo donde la repetición es la ley, donde el original ya no se diferencia de la copia y donde el tiempo no es más que una progresión aritmética de instantes yuxtapuestos, no me extraña que un Van Gogh se venda al mismo precio que un cuadro de los chinos.
Pero a él qué le importa, vive feliz, totalmente ajeno a las cosas humanas, nunca he sentido mayor envidia que al verlo ronronear de esa forma. Es inadmisible.

Vincent Van Gogh, Noche estrellada (1889)
Vincent van Gogh, Noche estrellada (1889)

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