Hoy he vuelto a salir a la calle. Es una gran alegría poder
ver el exterior desde otra perspectiva distinta del cuadro de las ventanas de mi casa. Cuando he pisado el suelo, he sentido como si el tiempo se hubiese
detenido. La sensación al caminar es de atemporalidad o de una especie de
temporalidad suspendida, ralentizada, que no podría describir con exactitud.
Las ciudades han perdido su pulso y su ritmo cotidiano, se han desacelerado
como si alguien hubiese pulsado el botón de cámara lenta para que las imágenes
pasasen más despacio. La vida pasa ahora pausadamente, y en ese pasar se hace
más presente lo que antes se daba por supuesto. Aparece enfocado el fondo del
paisaje en nuestro habitar el mundo.
Algo tan simple como ir a comprar me ha producido una agradable
sensación de felicidad, aunque no he podido disfrutar plenamente de este
pequeño gesto. Mi gato me acompañó hasta la puerta erizando el rabo y
demandando caricias mientras me marchaba, ataviada con las barreras de seguridad
oportunas. Al llegar, he dado las gracias. Es estremecedor cómo lo invisible se
ha transformado en lo imprescindible. La cajera del supermercado, el reponedor,
el transportista, el carnicero, el agricultor, gracias a ellos todos podemos
sobrevivir. En estos momentos, la sencillez nos sostiene.
Al volver, he mirado al cielo. El monte estaba cubierto de
una nube densa que lo coronaba, esa estampa ha sido el mejor regalo de estos
últimos días. No hay poema más bello que la naturaleza y sus formas, pero solo
deben trasladarse al mundo humano en el arte. Gaudí supo reescribirlas en
piedra, Bernini bordó el movimiento en mármol y Stravinsky modeló el sonido, materia
casi tan imperceptible como la muerte en estos momentos.
Tengo que elegir un poema hecho con palabras y no sé ni lo
que es. No hay nada más gratuito en este momento y a la vez más divino. Me va a
llevar tiempo. La poesía es un lujo que nuestro tiempo no quiere permitirse.
Trinidad humana, hija de tres padres, el hombre, lo divino y el lenguaje. No es fácil
alcanzar la transcendencia con palabras, posiblemente éstas se usen más que las
piedras y los sonidos. Más complejo aún es alcanzarla con silencio. No voy a
poder hacerlo, no tengo aquí ningún libro.
Es tan difícil hacer hablar al lenguaje como al silencio, porque
ambos callan: uno en su mudez y el otro en su decir. Es como pretender sacar
agua de las piedras, o más bien, como la alquimia: la divina proporción de
adjetivos sustantivos y verbos. Hacer hablar al lenguaje y al silencio es hallar
lo eterno en lo cotidiano, en lo intrascendente. Ahora es posible, solo tienes
que salir a la calle y mirar al cielo sin que el cielo te mire a ti. El cielo
hoy me ha regalado un trozo de su infinita belleza.
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Monte Isasa (Arnedo, La Rioja) Volver a In medias res |
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