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17/04/2020

Ventanas

Pasan las horas de confinamiento. Estemos solos o acompañados repetimos las mismas rutinas y con ello la vida se vuelve más mecánica, más animal. Aunque no estemos ceñidos al horario y al ritmo urbano, creamos nuestros microritmos agazapados en la subcaverna doméstica. Hemos perdido parte de nuestro ser, solo la lectura, la reflexión y la conversación serena con amigos y seres queridos nos lo devuelve a ratos. El resto del tiempo lo pasamos deambulando por el escalón más básico y primordial de nuestra existencia.

El confinamiento nos conduce a una especie de medievo tecnificado. Atravesamos casi un desierto existencial, pero juntos llegaremos al oasis de la humanidad plena cuando todo termine. Es posible. Si no es así, al menos podremos ver la luz del sol y salir de nuestras casas, aunque no sepamos a ciencia cierta si verdaderamente es esta la humanidad plena o su ocaso, pero seremos felices de poder hacerlo. En este tiempo nuestro se rozan nihilismo y apocalipsis.

La mayoría no estamos solos y los que vivimos en soledad, no estamos aislados del exterior. La ventana, cuadratura arquitectónica y fuente de luz, se ha transformado en una mediación comunicativa material entre el hombre y el mundo desértico que habita, pequeñas células domésticas hacia el exterior. Los gestos cotidianos que repetimos a diario a través de las luminarias nos conectan al mundo. Ahora más que nunca sabemos que el alma de este mundo es en esencia social, interpersonal y solo nos ha quedado su esquema material, su esqueleto de cemento salpicado parcialmente de verdor.

Frente al aislamiento físico, vivimos la pandemia hipercomunicados. Hay miles de ventanas que nos conectan al mundo a las que solo los humanos podemos asomarnos. Mi gato a veces las observa, pero sin mucho interés, nunca se sentirá atraído por el poder hipnótico de las pantallas y las imágenes en movimiento. En ese aspecto, es posible que los animales sean mucho más naturales e intuitivos que nosotros, incluso los que hemos domesticado. No agotan su existencia mirando ventanas tecnológicas. Tampoco los huecos en los muros y sus viandantes les atraen, es uno de los gestos que adoro de estos seres, solo buscan luz y calor en las ventanas.

Muchacha en la ventana (1925), Salvador Dalí
Muchacha en la ventana (1925), Salvador Dalí

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