1. LA SITUACIÓN DEL CINE EN LA ESPAÑA DE LOS AÑOS TREINTA
1.1. La “edad de oro” del cine español y del documental europeo. La transición del mudo al sonoro
1.1. La “edad de oro” del cine español y del documental europeo. La transición del mudo al sonoro
Recién instaurada la Segunda República en 1931, tras la dimisión de Primo
de Rivera, el establecimiento de la dictablanda de Berenguer y la rebelión
republicana de Jaca, Buñuel decide volver a España. Dos años atrás había rodado
su famoso díptico surrealista, Un chien andalou (1929) y L'Âge
d'or (1930), ésta última financiada por el Vizconde de Noailles y
estrenada en el cineclub Proa-Filmófono de Madrid, fue una de las primeras
películas que se rodó con sonido, anticipándose a la llegada del sonoro. Tanto
en nuestro país, como en el resto de Europa y EE.UU., se estaba produciendo
la transición del mudo al sonoro y las majors empezaron a
doblar versiones en español. En España se vislumbraba la posibilidad de la
creación de un mercado panhispánico: en 1931 se celebró en Madrid el Congreso
Hispanoamericano de Cinematografía y también en 1931, la distribuidora
Filmófono pone en marcha un sistema de sonorización con discos y
empieza a distribuir films sonorizados. Filmófono, que además poseía una
importante cadena de salas en Madrid, empezará a producir películas en el año
treinta y cinco con Luis Buñuel como productor ejecutivo y eventualmente como
guionista e incluso como realizador; pero hasta entonces, el Buñuel recién
llegado de Hollywood, donde su experiencia no había sido demasiado grata, se
encontraba en España desorientado [1]
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Buñuel durante el rodaje de Tierra sin pan (1933) en La Alberca
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Los años que precedieron a la guerra, a pesar de los cambios políticos -a
la Segunda República le siguió entre 1933-1936 el Bienio Negro, caracterizado
por la hegemonía de los partidos conservadores, que recortan las libertades y
las reformas sociales y el conflicto con los anarquistas en Casas Viejas
(Cádiz)- y la poca sensibilidad manifestada por la República hacia el cine,
fueron favorables para la industria cinematográfica en España, pues la llegada
del sonoro propició el nacimiento de un nuevo género musical con
diversas facetas: opereta, zarzuela, espectáculo arrevistado y, por
supuesto, «españolada andaluza con canciones».
La inestabilidad política y las agitaciones sociales que desembocarían en
la guerra civil del treinta y seis se reflejan en el mercado cinematográfico,
que presenta una imagen bicéfala, como consecuencia de la dualidad ideológica y
política. La industria del sonoro estaba constituida principalmente por dos
productoras: la citada Filmófono, de ideología liberal, y Cifesa, de perfil ideológico
conservador. A pesar de ello, el bienio 1935-36 es designado por los
historiadores del cine como “edad de oro del cine español”, con
éxitos como La hija de Juan Simón y Don Quintín el
amargao, ambas de 1935, producidas por Filmófono y dirigidas por Sáenz de
Heredia y Luis Marquina respectivamente o Nobleza baturra
y La verbena de la paloma, también de 1935, producidas por Cifesa y
dirigidas por Florián Rey y Benito Perojo respectivamente. El cine del periodo
republicano –según argumenta Sánchez Noriega[2]-
nos ofrece un panorama contradictorio desde el punto de vista industrial y
comercial: por un lado, la producción aumenta sin necesidad de subvenciones
estatales y la industria del cine conecta con su público, que prefiere las
películas españolas a las norteamericanas; pero desde el punto de vista
creativo deja mucho que desear, probablemente debido a las deficiencias de la
industria, los problemas para la implantación del sonoro y la inexistencia de
guionistas profesionales.
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Escena de Nobleza baturra (1935) de Florián Rey
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El proyecto de rodar Tierra sin pan (1933) contrasta con la producción predominante en España, un cine de corte melodramático, popular y escapista, pero confluye con el documental europeo, que según Buñuel es el sucesor de las producciones independientes, el heredero del cine de vanguardia. En España, el documental empezará a cobrar importancia con la llegada de la República, Cómo nació la República española (Juan Vilá Vilamala, 1932) recoge filmaciones de la proclamación de la República. Fermín Galán (Fernando Roldán, 1931) recoge los sucesos históricos de la sublevación de Jaca. También cabría mencionar al documentalista gallego Carlos Velo como uno de los más importantes de la época con La ciudad y el campo y Almadrabas, sobre la pesca del atún en la costa de Cádiz, ambas de 1935. En los años treinta también surgieron productoras de noticiarios y documentales, como Noticiario Español, Film España y Cinespaña[3]. El cine republicano, que no había sido muy crítico en el terreno de la ficción, tuvo la posibilidad de haber fundado una prometedora escuela documental, que no cristalizaría a causa del estallido de la guerra, el uso ideológico y propagandístico que se hizo del documental durante el conflicto y la emigración de profesionales como el propio Buñuel.
En Europa el documental se encontraba en su máximo esplendor: en 1929 se
filman El hombre de la cámara de Dziga Vertov, Regen de
Joris Ivens, L’argent de Marcel L’Herbier y À
propos de Nice de Jean Vigo y en 1933 –el mismo año en que se
termina Tierra sin pan- Hombres de Aran de
Flaherty y Borinaje de Storck e Ivens. La
llegada del sonoro, que se anticipó en el caso del documental, amplió el campo
de posibilidades del género al permitir que los relatos, testimonios orales, la
voz off o la música comentaran las imágenes o actuaran como contrapunto.La
idea de rodar un documental sobre las Hurdes, se le ocurrió a Buñuel tras haber
leído la tesis doctoral de Maurice Legendre y también, inspirado por las
crónicas que hizo la revista Estampa tras la visita del rey
Alfonso XIII a la región, según manifiesta el mismo Buñuel en una entrevista
con Tomás Pérez Turrent[4]:
«Había leído la tesis doctoral de Legendre,
director del Instituto Francés en Madrid. Un libro admirable, aún lo tengo en
mi biblioteca. Durante veinte años Legendre había ido todos los veranos a las
Hurdes para hacer un estudio completo de la región: botánico, zoológico,
climatológico, social, etc. Una maravilla. Luego leí unos reportajes sobre el
lugar que hizo Estampa de Madrid cuando lo visitó el rey».
Pero cuatro años antes, en 1929, Buñuel había programado en el
Cineclub Español La zone (1927) de Georges Lacombe,
exploración de los tugurios que rodeaban el cinturón de París, tugurios que el
propio Buñuel explorará en la Ciudad de México de los cincuenta al documentarse
para rodar Los olvidados, un film que es consecuencia directa
de Tierra sin pan aunque entre ambos medie una distancia de
más de dos décadas. Es posible que Las Hurdes no sólo sea hija
de unas circunstancias sociales y políticas, sino también de la coyuntura
personal de su autor, que quería seguir haciendo cine, pero no contaba con la
financiación necesaria para ello. Sin presupuesto, un Buñuel conocedor del cine
soviético y del documental social europeo, ¿qué hubiera podido hacer que fuese
coherente con su trayectoria cinematográfica? Filmar Tierra sin
pan (1933) suponía la posibilidad de poder hacer un film etnográfico,
de denuncia social y cabalmente surrealista, para ello Buñuel buscó
financiación en Francia, pero al productor Pierre Braunbergen –que en los
sesenta produciría los filmes de los principales directores de la Nouvelle
Vague- no le agradó la idea. Finalmente, el proyecto se llevó a cabo de
la forma más inesperada y rocambolesca:
«Las Hurdes la pude
filmar gracias a Ramón Acín, un anarquista de Huesca, profesor de dibujo, que
un día en un café de Zaragoza me dijo: “Luis, si me toca la lotería, te pago una
película”. Le tocaron cien mil pesetas y me dio veinte mil para hacer la
película. Con cuatro mil compré un Fiat; Pierre Unik vino contratado por Vogue
para hacer un reportaje; y Eli Lotar llegó con una cámara prestada por
Allegret[5]».
Pero paradójicamente, Tierra sin pan acabó siendo censurada
por el gobierno republicano de Lerroux porque daba una mala imagen de
España. Al estallar la guerra en 1936, Luis Araquistáin, embajador republicano
en París, pagará la sonorización de Tierra sin pan con
traducciones al inglés y al francés y con un comentario final antifascista
relativo a la guerra para que el film fuera utilizado como propaganda
republicana en el Comité Internacional de las Naciones Unidas[6], la versión inglesa llevaría por título Unpromised
Land.
2. BUÑUEL Y
EL DOCUMENTAL
2.1.
Anticipación al film-ensayo
Para intentar catalogar Tierra sin pan (1933) nos podemos
preguntar en este trabajo cuál es el lugar que ocupa este singular
documental de Buñuel en relación con la eclosión de documentales que tuvo lugar
en la Europa de entreguerras, así como el significado de Las
Hurdes (1933) en relación al conjunto de la obra de su autor.
Ambas cuestiones estarían abiertas, más la primera sería difícil de precisar,
puesto que el auge del documental en la Europa de los años treinta se debió a
multitud de razones, entre ellas algunas de índole política y sociológica,
además de aquellas relacionadas con la propia industria del cine que había
entrado en quiebra a causa del estallido de la Primera Guerra Mundial.
De la misma manera que en los sesenta la capital del arte se traslada desde
Francia a Nueva York, en la Europa de entreguerras la capital del cine se
traslada desde la Francia que lo vio nacer hasta Los Ángeles. A pesar de ello,
podemos señalar que, en nuestra opinión, el cine –y más concretamente el
documental- se convierte en los años treinta en un discurso histórico, una
forma de mostrar y reconstruir los acontecimientos socioculturales y, en este
sentido, habría que subrayar la relación de Buñuel con el documental social
europeo a través de las programaciones de los cineclubes que el propio Buñuel
seleccionaba desde París y que hemos comentado brevemente en el primer apartado
de este trabajo; con la vanguardia y con uno de los precursores del M.R.M. y
del Realismo Poético: Jean Vigo[7].
Como discurso histórico, el documental podría ser estudiado y catalogado
desde las distintas concepciones que tenemos de la historia, que en resumidas
cuentas son tres: historiografía, historiología e historia con minúsculas,
también llamada en la posmodernidad story o stories, haciendo referencia con
esta denominación al carácter discursivo y subjetivo de toda construcción
histórica. La historiografía, de herencia positivista, describe la historia o
“los hechos” como aquello que realmente ha sucedido, parafraseando a Ranke, uno
de los maestros de esta concepción cientificista de la historia, que peca
precisamente de intentar describir y fijar científicamente el resultado de la
experiencia humana. En este sentido, la historiografía puede ser comparada con el
M.R.I. del documental, con los documentales de compilación o con los
noticiarios surgidos en los años treinta.
La historiología, que es consciente del carácter discursivo de la historia
como ciencia humana, peca de construir metanarrativas[8]
o metarrelatos, de intentar dar una explicación global a la historia de la
humanidad entera a través de unos sistemas que son pensados en unas
circunstancias socioculturales y sociopolíticas concretas y, por tanto, no son
extra históricos ni imparciales. Hillary Putnam lo ha descrito como God’s eye
view o perspectiva del ojo divino, que supone un error por parte tanto de la
historiografía, por intentar describir científicamente aquello que no puede
encuadrarse en categorías científicas –la experiencia humana- como de la
historiología, por intentar hacerlo de forma global, aún a sabiendas del
carácter narrativo de la historia. Ejemplos de historiología serían los
sistemas de pensadores como Hegel o Marx y sus respectivas concepciones de la
historia.
En el ámbito del documental no hemos hallado tentativas de dar una
explicación o un sentido a la historia universal, pues las limitaciones de
presupuesto y metraje no lo permitirían, no obstante, existen multitud de
documentales que pretenden interpretar hechos concretos o formas de vida y, en
nuestra opinión, todos ellos, en la medida en que no son conscientes de
hacerlo, entrarían dentro de la categoría de historiología; véanse, por
ejemplo, los del propio Flaherty con los que Buñuel entró en contacto,
destacando también como dato interesante que Robert Flaherty tendría ocasión de
visionar Tierra sin pan (1933) en el MoMA siete años después
de su realización, donde Buñuel trabajaba por recomendación de su amiga Iris
Barry.
Respecto a la tercera forma de interpretar la historia, en la posmodernidad
se es consciente del carácter discontinuo y subjetivo de la historia, por eso
se la denomina con minúsculas y en plural. La historia colectiva sería para los
posmodernos una red de pequeñas historias individuales, de experiencias
personales, concretas y subjetivas. Un ejemplo de esta concepción de la
historia materializada en el cine de los años sesenta, que ya mezcla ficción y
documental -no realidad, puesto que toda imagen real, además de estar mediada
por el objetivo, al ser insertada en una trama de sentido a través de
operaciones como el guión o el montaje, que ya implican unos procedimientos de
selección, serían transformadas en discurso, narración, punto de vista-
podría ser Hiroshima mon amour (1959) de Resnais, que fue, en
principio, un proyecto de documental sobre la bomba atómica, donde Resnais, a
través de su guionista M. Duras, describe la historia como un punto de
intersección entre lo individual y lo colectivo.
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Escena de Hiroshima mon amour de Alain Resnais (1959) |
Al igual que los nuevos cines de los sesenta, la obra de Buñuel también
podría reinterpretarse desde la categoría posmoderna de historia, desde el
discurso híbrido de la no-ficción, que no es más que una consecuencia aplicada
al cine del pensamiento posmoderno o una anticipación del cine a la
postmodernidad; porque al igual que la historia es discurso, relato,
acercándonos con ello a la antigua tradición de transmisión oral del saber
antes de ser fijado por la escritura; los sueños o las ideas son también un
tipo de realidad que no se oponen a la realidad del mundo físico. De esta
manera, podríamos interpretar el surrealismo como una especie de
realismo o más bien de hiperrealismo o suprarrealismo, tal y como fue
denominado por algunos representantes de la generación del 27 coetáneos de
Buñuel y tal como fue descrito por Sigmund Freud, que además, demostró que era
el mundo del inconsciente el que condicionaba nuestro comportamiento
“aparentemente consciente”, dando al traste con la moderna y cartesiana idea de
sujeto como conciencia, como algo fijo y estable.
En este sentido, el surrealismo se acercaría tanto o más al
psicoanálisis que el cine de la República de Weimar[9], que el cine de Murnau, Lang o Pabst y la obra de
Buñuel no sería más que un psicoanálisis, una forma de describir la realidad
psicológica de nuestra cultura, como apunta el propio Buñuel al calificar
el cine como un instrumento para la expresión del inconsciente en la
conferencia que pronunció en la Universidad de México en 1958:
«El cine es un arma maravillosa y
peligrosa si la maneja un espíritu libre. Es el mejor instrumento para expresar
el mundo de los sueños, de las emociones, del instinto…El cine parece haberse
inventado para expresar la vida subconsciente, que tan profundamente penetra
por sus raíces; la poesía, sin embargo, nunca se emplea para esos fines»[10].
La obra de Buñuel, donde se difuminan los límites entre realidad y ficción,
podría reinterpretarse desde la categoría de no-ficción y desde el
psicoanálisis como una serie de documentales psicológicos donde
el director turolense explora el deseo sexual en la sociedad burguesa -entre
otras cosas- (Un perro andaluz, 1929), los márgenes de la sociedad del
progreso y la industria (Tierra sin pan, 1933 y Los olvidados,
1950), las fantasías sexuales de una mujer burguesa (Belle de jour,
1967), el inconsciente colectivo de las clases dominantes (La edad de oro,
1930) o ciertas patologías psicológicas (Él, 1952-53, tomada como
ejemplo por el propio Lacan para impartir sus clases); o como argumenta Agustín
Sánchez Vidal:
«En una carta a José Rubia Barcia le
confesaba en 1952 que Subida al cielo “está muy cerca del
documental”, apreciación bajo la que cabe cobijar muchas de sus cintas
mexicanas, pero también Simón del desierto, que viene a ser un documental sobre
un anacoreta; o La Vía Láctea que, a pesar de su aire
abstracto y metafísico, definió como “una especie de documental sobre las
herejías”»[11].
Si las películas de Buñuel pudieran ser interpretadas como “documentales
psicológicos” – de psicología social y psicología del individuo- tal y como
pretendemos dejar indicado en este trabajo y haciendo uso de la propia
clasificación que Buñuel describió en su autobiografía[12],
deberíamos tener en cuenta entonces que Buñuel introduce documentales dentro de
sus documentales: utiliza de forma metafórica un documental sobre escorpiones
al comienzo de La edad de oro (1930) para ilustrar con
imágenes su concepción pesimista de la existencia, que puede resumirse en la
máxima de Hobbes “homo homini lupus”; así como también en Las Hurdes (1933)
introduce un documental sobre el mosquito “anopheles” para explicar de forma
indirecta la causa del paludismo y la malaria en aquella región.
Fragmentos de enciclopedia, un documental dentro de un documental, escenas
construidas, comentarios del narrador que no se corresponden con lo mostrado en
las imágenes, música como contrapunto; Las Hurdes (1933)
también respondería, en cierta medida, a esa estética posmoderna del
collage adoptada por los Nuevos Cines –véase a J.L. Godard- y por el
documental auto-reflexivo actual y el film-ensayo al que Buñuel se habría
anticipado como lo haría Vigo con À propos de Nice (1929),
Orson Welles con F for fake (1973) o Woody Allen con Zelig (1982).
En cierto sentido, Tierra sin pan (1933) es un
“metadocumental”. El peculiar subtítulo utilizado por el director turolense
–“ensayo de geografía humana”- que intentaremos explicar más adelante, podría
justificar la catalogación de Las Hurdes (1933) como una modalidad
de documental que se acerca al film-ensayo, un ensayo fílmico,
a fin de cuentas, que no sería más que pensamiento puesto en imágenes, como el
ensayo propiamente dicho no es otra cosa que pensamiento en acto.
La forma posmoderna de entender la historia podría relacionarse con el
documental a través de lo que Bill Nichols[13]
describe con las siguientes categorías: documental reflexivo, performativo y
poético. También con lo que otros autores han descrito como film-ensayo e
incluso con el mockumentary o falso documental, pues aunque entre ellos quepan
distinciones de carácter formal, todas estas variantes hacen una reflexión
sobre la construcción de la realidad, de la historia o de la memoria colectiva
y sobre el concepto de verdad. Todas estas nociones tienen en el
pensamiento posmoderno unas connotaciones específicas que son visualmente
traducidas por el cine factual, que a fin de cuentas se convierte en una
especie de pensamiento visual o audiovisual, por utilizar la denominación de
Chion.
A través de la categoría posmoderna de historia y de la capacidad del cine
para reconstruir acontecimientos, hilvanarlos en un hilo conductor que les de
sentido o reconstruir la memoria histórica –que no es exclusiva del género
documental- también podría explicarse lo que me voy a permitir describir como
“fiebre del archivo”, que se manifiesta en los documentales catalogados
como found footage o de metraje encontrado; puesto que en la
posmodernidad la historia no es la Historia Universal, constituida por grandes
personalidades y grandes acontecimientos, sino que la historia la escribe con
sus actos los hombres concretos y las colectividades, cobrando vital
importancia la dimensión subjetiva de la historia, lo que sucede en
el ámbito de lo privado, local o la autobiografía, género que había sido
tradicionalmente reservado a las mujeres, que las escribían a manera de
confesiones; en resumen, en la posmodernidad cobra importancia la “pequeña
historia” y eso en el cine factual se traduce en el recurso al álbum
familiar, al video casero o a una supuesta cinta olvidada en el baúl de
los recuerdos.
Tras este elenco de categorías (mockumentary, found-footage, film-ensayo,
etc.) que los expertos utilizan para intentar clasificar las nuevas y extrañas
variantes de cine documental o factual que están surgiendo en la actualidad,
pero que tampoco son nada nuevas; no nos debe extrañar que el propio Buñuel le
diese nombre a una nueva: los documentales psicológicos. En nuestra
opinión es a este género de documentales al que pertenece Las Hurdes (1933),
así como muchas otras obras suyas catalogadas como ficción surrealista; pues,
si somos consecuentes, el surrealismo no sería sino la representación
de la realidad oculta de lo inconsciente, que en el cine sólo puede
mostrarse de forma oblicua a través de ciertos recursos estilísticos y formales
de carácter metafórico en cuyo uso Buñuel ha resultado ser un maestro.
La fuerza de Las Hurdes (1933) como ensayo fílmico no
radicaría tanto en su verismo como en la mostración de ese inconsciente social y, sobre todo, como apunta
Conley, en una crítica autoconsciente de Buñuel al “fundamento de la verdad
fílmica”[14]: en el cine, ya sea éste
factual o no, y por más que éste se autocalifique de “realista”, la realidad,
la verdad, la memoria, la historia, siempre se presentan no sólo a través del
objetivo –que ya estaría mediando entre la realidad y la cosa u acontecimiento
filmado- sino también a través de la selección y el montaje. Como comenté en
cierta ocasión a propósito de un trabajo sobre Jean Vigo, la cámara es a la vez
objetiva y estética, no muestra la verdad o la realidad pero crea lo verosímil.
No es posible filmar la realidad desnuda porque toda mirada es focal e impone
un punto de vista, que en el caso de Buñuel y Vigo se manifiesta a través de
“sus miradas” que no son más que el reflejo de un compromiso ético, social y
político. En el cine la cuestión de la realidad, la verdad y la construcción de
la memoria colectiva no es más que un compromiso y Luis Buñuel en los
años treinta era perfectamente consciente de ello. En Las Hurdes (1933)
el inconsciente social se mira al espejo pero también lo hace el documental,
paradójicamente, en el espejo de un surrealista y, quizás por esta causa, haya
resultado siempre un documental sui generis.
2.2. El inconsciente social como
realidad
Tierra sin pan (1933) es un documental sobre la otra cara de la Modernidad y su fe
en la ciencia, la técnica y en la idea de progreso para conducir al ser humano
al bienestar y la felicidad. El propio Buñuel lo confesaba indirectamente al
final de su carrera cinematográfica:
«El pensamiento que me sigue guiando
hoy, a los sesenta y cinco años, es el mismo que me guió a los veintisiete. Es
una idea de Engels. El artista describe las relaciones sociales auténticas con
el objeto de destruir las ideas convencionales de esas relaciones, poner en
crisis el optimismo del mundo burgués y obligar al público a dudar de la
perennidad del orden establecido»[15].
Un documental sobre la miseria en el corazón mismo de la civilización,
en Las Hurdes (1933) como en Los olvidados (1950) la
imagen de lo real no es más que un pretexto y acaba siendo trascendida para
conducirnos a la imagen psicológica de nuestra sociedad, a aquello que nuestra
sociedad como colectivo esconde en los armarios traseros. Un irónico
“ensayo de geografía humana”, como reza en el subtítulo, pero no de geografía
física, sino psicológica y antropológica; una estampa que podemos encontrar en
los márgenes de cualquier ciudad debido a la forma misma de organizar
racionalmente el espacio que hace imposible la integración social, pues es el
esquema racionalista de organización social el que lleva implícito la
existencia de lo marginal.
Además de en Las Hurdes (1933) también podríamos encontrar
el reflejo del inconsciente en otras cintas de Buñuel; un ejemplo de ello
serían los bandidos que aparecen en La edad de oro (1930) o
los mendigos de Viridiana (1961) que vendrían a reforzar
nuestra idea sobre la dedicación de Buñuel al estudio de la otredad, de lo
marginal y, por tanto, del inconsciente de la sociedad del progreso. En el
mundo tienen que existir muchas Hurdes y muchos olvidados para que podamos
vivir en la abundancia, puesto que el progreso nunca es un progreso para todos
y lo es siempre a costa de otros.
En este sentido, tanto Las Hurdes (1933)
como Los olvidados (1950) no supondrían un punto de ruptura en el
desarrollo de la obra de Luis Buñuel, que aún a través del más crudo realismo
seguiría siendo coherente con el surrealismo. A pesar de haber roto con el
grupo de Breton justo antes de volver a España y de proyectar el rodaje
de Tierra sin pan (1933) seguiría siendo fiel a sus
postulados: mostrar la cara de la otredad, de la alteridad, de aquello
que nuestra sociedad olvida y esconde en lo más profundo de su inconsciente.
Por ello, tanto en Las Hurdes (1933) como en Los
olvidados (1950) se lleva a cabo una conciliación de realismo
y surrealismo que conducen a una visión más completa de la
realidad social y antropológica que trasciende las imágenes factuales
mostrándonos la cara oculta de la realidad y haciendo aflorar el elemento
irracional de lo real. Como afirma el propio Buñuel en una entrevista
con Raquel Tibol para el periódico mexicano Novedades en 1953 recogida por
Agustín Sánchez Vidal:
«El surrealismo no es algo inexistente que se agrega a la realidad,
no inventa la realidad, la ve más completa; no es algo que haya que buscar,
está ahí. La Academia nos acostumbró a pensar racionalmente, pero el hombre no
es racional. Freud ha puesto al descubierto su condición irracional. La razón
es un elemento de contacto social, una cláusula de convivencia; pero el
subconsciente existe; por eso hoy podemos afirmar que el surrealismo era lo que
faltaba para completar nuestra visión de la realidad»[16].
2.3. Las Hurdes: cruce entre
vanguardia, surrealismo y realismo social
Para cerrar este apartado, aún sin dar respuesta a las preguntas que nos
planteamos en su inicio y contentándonos con la posibilidad de ofrecer
simplemente unas pinceladas, queremos justificar la catalogación de
este atípico documental de Buñuel como cruce entre vanguardia, surrealismo y
realismo social. En nuestra opinión, a pesar de que Luis Buñuel se codeara
en Francia y en España con varios de los exponentes de la vanguardia, tanto a
nivel literario como artístico; Tierra sin pan (1933) más que
relacionarse con la primera vanguardia estética -cuya influencia, a pesar de
todo, se hace notar en la estructura rítmica del film, que es también el
resultado del interés de Buñuel por la música- tal y como hemos intentado
justificar en los párrafos precedentes, se anticiparía al film-ensayo que, en
definitiva, podría describirse como una tercera vanguardia de carácter
puramente crítico y reflexivo, producto de la confluencia entre arte, cine y
pensamiento posmoderno, que está teniendo lugar en la actualidad en el ámbito
del documental o del cine factual, pero que cuenta con un buen número de
precedentes, entre ellos, Las Hurdes (1933). Respecto a la
denominación de “surrealista”, creo que está suficientemente justificada, dada
la trayectoria de su autor, los comentarios de los críticos y las precisiones
sobre el surrealismo que hemos anticipado. Su relación con el realismo social
se justificaría tanto en fondo como en forma y también a través de
acontecimientos externos o contextuales: su relación o su coincidencia en
Francia con Jean Vigo.
En lo que respecta a la forma, la concepción de Buñuel
del montaje, que pone en práctica en la realización de Tierra sin
pan (1933), se asemeja a la de Vertov[17] considerando
como parte del montaje la documentación y la preproducción, el guión o plan de
trabajo, el découpage; en este sentido, sería irrelevante que Buñuel
realizara el montaje propiamente dicho sobre una mesa de cocina y sin moviola[18], puesto que la arquitectura del film ya estaba
fijada de antemano en su cuaderno de apuntes. El propio Buñuel justificaría
esta hipótesis cuando declara que Las Hurdes (1933) es la
película menos gratuita que ha hecho[19]. En
lo referente al fondo, podríamos comparar el contenido crítico
de Las Hurdes (1933) con el realismo social y,
más concretamente, con lo que Jean Vigo denomina “punto de vista documentado”,
distinguiéndolo de las actualidades y del documental de carácter institucional
y de servicio público.
El documental social se caracterizaría por el punto de vista defendido por
su autor, que exige que se tome postura sobre un asunto y, al mismo tiempo,
esta perspectiva sobre el tema se refleja en la forma, en el significante
fílmico, en la manera en que el film es realizado, pues a través de su
ejecución –de los recursos estructurales de la narrativa fílmica que el autor
ha elegido- el tema y su contenido crítico se presentan al espectador. Tanto Las
Hurdes (1933) como À propos de Nice (1929) expresan
el punto de vista de quien las realizó, en este sentido, tanto Vigo como Buñuel
se anticiparían a lo que Astruc denominó caméra-stylo y al cinéma-vérité
–poniendo en cuestión sus presupuestos antes de su propio nacimiento- y, como
hemos argumentado, también al film-ensayo.
3. LA AVENTURA HURDANA
3.1. Arqueología de Tierra sin pan y
de la historia de España
Entre marzo y abril de 1933, un grupo de polifacéticos camaradas compuesto
por Luis Buñuel, Ramón Acín -anarquista, pedagogo, periodista, escultor y
dibujante- Eli Lotar –prestigioso operador de cámara que trabajó con
Cavalcanti, Renoir, L’Herbier y Clair-, Pierre Unik –poeta y redactor del
comentario del film- y Rafael Sánchez Ventura, se traslada al santuario de Las
Batuecas para rodar en condiciones muy duras – a pie y cargados con todo el
equipo de rodaje durante un largo trayecto diario por un terreno agreste- un
film independiente y, por aquel entonces, difícil de etiquetar.
Ramón Acín, además del presupuesto para su realización, le aportó a Tierra
sin pan (1933) su propia visión de la escuela, atreviéndose incluso a
criticar a las Misiones Pedagógicas de la República encabezadas en el aspecto
cinematográfico por José Val del Omar. Una escuela que enseña a los niños a
respetar la propiedad privada en un lugar donde ésta es prácticamente
inexistente y donde se carece de los requisitos mínimos para llevar una vida
digna, donde la existencia se traduce en una lucha constante con una tierra
estéril y montañosa para poderle extraer el fruto que los ayude a sobrevivir;
pero donde, paradójicamente, también existen clases sociales. El film también
hace referencia a la nueva ley de términos municipales que entró en vigor en
1933 y según la cual en los pueblos se prohibía dar trabajo a los extranjeros, pero
este comentario –que subrayaría aún más la irremediable miseria de los hurdanos
ante la imposibilidad de emigrar para poder trabajar- sería eliminado en 1936
cuando la cinta se sonorizó para ser utilizada como propaganda y también fueron
eliminados los planos donde aparecían mapas de la región y la escena de los
gallos. En este sentido, la sonorización y el estreno internacional
supusieron en gran medida la ruptura de la unidad de una obra que Buñuel había
rodado y montado de manera pícara e intencionada dirigiendo su virulento
sarcasmo incluso hacia el gobierno de la República.
Las Hurdes (1933) es el reflejo de una comunidad casi neolítica, como hemos
comentado, la otra cara de la moneda de la sociedad industrializada y de la
idea moderna de progreso, que se encuentra no en una selva perdida del
Amazonas, ni en una isla paradisíaca de los mares del Sur, ni en los gélidos
confines de la Tierra, sino a escasos kilómetros de Madrid o Salamanca; porque,
tal y como pensaba Buñuel, para encontrar lo pintoresco no hace falta
ir tan lejos sino, más bien, echar un vistazo a las entrañas de nuestra propia
cultura, porque lo pintoresco forma parte de nuestra propia realidad social
y antropológica. Con una organización social autosuficiente y cerrada en sí
misma, en Las Hurdes (1933) los únicos elementos que nos
permitirían identificar esa comunidad como española son, además del croquis
geográfico que nos muestra Buñuel, el dialecto jurdano –que no oímos- y
los símbolos religiosos.
Tierra sin pan (1933) puede ser también la metáfora providente de la España de la
autarquía, atrasada, rural y minifundista y el reflejo de la tragedia de la
existencia terrena del ser humano tras ser expulsado del Paraíso y condenado a
trabajar la tierra con el sudor de su frente y a parir a sus hijos con dolor[20], tal y como lo reflejaría la negación –muy
acorde con las creencias religiosas de Buñuel- que aparece en el título de su
versión inglesa: Unpromised land. Las Hurdes (1933)
refleja una realidad antropológica: la crudeza de la existencia
humana sin paliativos, sin el maquillaje de la cultura, de nuestra
cultura del progreso y el bienestar. Por ello, pensamos que indagar en esta
obra de Buñuel y en las condiciones de su realización supone, al mismo tiempo, indagar en la historia de España, preguntarnos por qué fue habitada una tierra
tan hostil. Mercé Ibarz[21] apunta una
posible respuesta haciendo referencia a los comentarios contenidos en la tesis
de Legendre, que describe Las Hurdes como una población de proscritos,
marginados, perseguidos y fuera de la ley desde tiempos de los Reyes Católicos.
En este sentido, Buñuel nos estaría obligando a hacer aquello que Michel Foucault denominó arqueología de la historia, a desenterrar nuestra memoria colectiva levantando capas cuidadosamente como hacen los arqueólogos y ésta es una forma sincrónica de hacer historia que, como venimos justificando, estaría muy relacionada con el pensamiento de la posmodernidad y con el propio Foucault. Podríamos preguntarnos si es Buñuel un arqueólogo de la historia, de la cultura y del inconsciente en el ámbito del cine como lo es Foucault en el ámbito de la filosofía. Las Hurdes (1933) como documental y, en cierto sentido, toda obra audiovisual que pretenda reconstruir la memoria colectiva, sería un ejemplo no sólo de historia del cine, sino también de historia en el cine.
En este sentido, Buñuel nos estaría obligando a hacer aquello que Michel Foucault denominó arqueología de la historia, a desenterrar nuestra memoria colectiva levantando capas cuidadosamente como hacen los arqueólogos y ésta es una forma sincrónica de hacer historia que, como venimos justificando, estaría muy relacionada con el pensamiento de la posmodernidad y con el propio Foucault. Podríamos preguntarnos si es Buñuel un arqueólogo de la historia, de la cultura y del inconsciente en el ámbito del cine como lo es Foucault en el ámbito de la filosofía. Las Hurdes (1933) como documental y, en cierto sentido, toda obra audiovisual que pretenda reconstruir la memoria colectiva, sería un ejemplo no sólo de historia del cine, sino también de historia en el cine.
Como hemos mencionado con anterioridad, haciendo referencia a las palabras
del propio Buñuel en una entrevista con José de la Colina y Tomás Pérez Turret
y a su concepción del montaje; Tierra sin pan (1933) es un documental
escenificado –aunque a estas alturas podríamos preguntarnos cuál no lo
sería-. Es decir, en tanto cine factual Buñuel hace uso de la puesta en escena,
aunque como documental psicológico o film- ensayo lo que Buñuel pondría en
escena -o en imágenes- sería el inconsciente social de la España de la
República. El trabajo de puesta en escena se refleja sobre todo en las escenas
colectivas, que son construcciones o, en este caso, y en el del género
documental en general, escenificaciones de la realidad social de los hurdanos (tradiciones,
costumbres, rituales de la vida diaria) que el propio Buñuel dirigía
meticulosamente de la misma forma que indicaba a sus actores incluso el más
leve movimiento de ceja; con la diferencia de que estos actores –a la manera
neorrealista- serían actores no profesionales y, al mismo tiempo, actores de
sus propias vidas, que se interpretan a ellos mismos. Las escenas construidas,
que serían la muerte de la cabra, el burro atacado por las abejas, la niña
enferma y el entierro fluvial, invitan al espectador actual a reflexionar
sobre la construcción de la realidad –o actualidad- a través de los
medios de comunicación, construcción que siempre pasa, en cierta medida, por la
escenificación y el discurso narrativo; pues la historia, la reconstrucción de
los hechos –si no se entiende a la manera positivista- de forma consciente o
inconsciente, nos obliga a ello, a insertar los acontecimientos en una trama.
Al parecer, una de las pocas escenas colectivas no construidas es la de la
boda en La Alberca, junto con las tradiciones que le vienen aparejadas: la
obligación del recién casado de invitar a vino a todos los habitantes de la
aldea y la de arrancar la cabeza de un gallo. De esta última, Buñuel filmó una
escena que fue eliminada por la censura francesa en la primera sonorización de
1936 e incorporada, posiblemente, en 1965, con ocasión se la restauración y
segunda sonorización del film, dado el interés del productor Pierre
Braunbergen, que en un principio le negó la financiación a Buñuel, por los
derechos de la cinta para poder distribuirla. Este fragmento no aparece en
algunas de las copias, como la que se encuentra en el MoMA o en la Cinemateca
de Toulouse –que contiene los descartes de Buñuel- y de ello podemos deducir
que la versión visionada para nuestro comentario es la versión francesa
reconstruida por Braunbergen a la que se le han añadido los planos censurados y
de la que se ha eliminado la coda antifascista, por lo que puede tratarse de
una de las versiones más fieles al montaje original que realizó Buñuel en 1933.
3.2. Estructura y peculiaridades
Puntuada por cinco encadenados, Tierra sin pan (1933)
consta más o menos de 260 planos[23], que se
alternan aproximadamente con una frecuencia de 7 segundos, algo
poco usual tratándose de un documental de los años treinta inspirado, según
Conley[24], en la concepción del
plano sostenido del realismo poético y en el montaje
intelectual de Serguei M. Eisenstein; por ello, en primer lugar, queremos
destacar la viveza de la planificación en contraste con el efecto de
estatismo, que en general produce el film al ser visionado: la fugacidad
del tempo fílmico, del ritmo, frente al efecto de temporalidad suspendida o
sostenida, que haría referencia a la forma misma de vida de los hurdanos, que a
pesar de habitar el presente, vivirían en realidad en una temporalidad casi
mítica que hace referencia a los orígenes de nuestra civilización, en un tiempo
mítico sostenido.
Queremos destacar también el predominio del primer plano, que
Buñuel suaviza introduciendo fundidos o encadenados al pasar a un plano más
general o a una panorámica, sustituyendo con ello la tradicional forma de
transición entre el primer plano y el plano general a través de un plano medio. Los
primeros planos se detienen en los rostros de las mujeres, los niños y los
enanos acentuando sus rasgos y la expresión de las miradas al estilo de Dreyer –al
que Buñuel admiraba y sobre el que escribió algún artículo en su juventud-
también lo hacen en los pies descalzos de los infantes subrayando la ausencia
de calzado y todo lo que conlleva. Son planos muy sugerentes que remiten a
ideas abstractas y que Buñuel monta por contraste, consiguiendo con ello que su
sentido trascienda lo real filmado y remita a ideas que están más allá y que
son evocadas por el conjunto de la obra, que incluye también el montaje sonoro
y el musical: en Tierra sin pan (1933) cada plano es
una idea y su ensamblaje construye no sólo una historia sino múltiples
historias, dando cabida a la recepción activa y posibilitando con ello que el
espectador acabe de construir el film, de ahí su peculiaridad y su riqueza, que
trasciende la actualidad filmada y los acontecimientos históricos que remiten
al contexto histórico de su realización.
Hay planos que vienen a ser casi citas de otras obras suyas, como el del
burro muerto y comido de abejas – aunque, en realidad, tanto el burro como las
abejas fueron depositados por los miembros del equipo de Buñuel- que remite a
los últimos fotogramas de Un perro andaluz (1929) y, en última
instancia, a la experiencia de la muerte en su niñez, como el propio Buñuel nos
relata:
«Cierto día me paseaba con mi madre por un olivar cuando la brisa llevó
hasta mi olfato un olor dulzón y repugnante. A unos cien metros de nosotros un
burro muerto, horriblemente hinchado, servía de banquete a una docena de
buitres. El espectáculo me atraía y a la vez me repelía. Ahítas, las aves
apenas podían remontar el vuelo. Los campesinos no enterraban las bestias
muertas por creer que al descomponerse abonaban la tierra. Quedé como fascinado
ante aquella visión y, aparte de su grosero materialismo, tuve una vaga
intuición de su significado metafísico»[25].
La metáfora visual de la muerte aparece en la cinta no sólo a través de la
imagen del burro, sino en otras ocasiones, como en los planos de las calaveras
situadas en dos hornacinas junto a la cruz y, al cierre del film, con el pregón
de la noche. La escena del entierro fluvial haría referencia más bien a la
vida, de la cual la muerte también forma parte, a través de la rica metáfora
del río. La vida es renovación, mudanza, muerte y renacimiento: la vida es
entendida aquí por Buñuel de forma cíclica acercándose a lema heraclíteo del
“πἀντα ῤεῖ”, al mito de la transmigración de las almas de Platón[26], o al pensamiento de culturas orientales
como el de la India donde, de forma muy significativa, estos rituales se celebran
en el Ganges.
En lo referente a la fotografía, habría que destacar la destrucción
de la perspectiva que lleva a cabo el operador Eli Lotar con la que
nos remontaría al primitivismo del cinematógrafo de los orígenes a través de
imágenes planas y austeras convirtiendo la forma fílmica misma en algo
prístino como metáfora de la realidad captada por el objetivo y
consiguiendo, de esta manera, la coincidencia o coherencia entre forma y
contenido. Los encuadres remiten –según las afirmaciones de
Conley e Ibarz- a la tradición pictórica española del Renacimiento y
del Barroco, sobre todo en lo referente a los planos de los enanos y
cretinos, que nos recuerdan a lienzos de Goya y Velázquez.
Pero lo más significativo de Tierra sin pan (1933) es
el triple efecto de contraste entre imagen / comentario, imagen /
música y comentario / música, dado que el montaje visual contrasta
con el sonoro y en el interior del montaje sonoro se produce una tensión entre
contrarios: música / comentario. Respecto a la primera
dicotomía habría que destacar la no correspondencia entre lo
mostrado en las imágenes y lo referido por Pierre Unik a través de un
comentario serio, distanciado y con aires de cientificidad –por otro
lado subrayada por la introducción del documental sobre el mosquito
“anopheles”, que está realizado siguiendo las pautas tradicionales del
documental de carácter científico-. Con esta falta de correspondencia
Buñuel parece poner en evidencia el M.R.I. del documental donde, por herencia
radiofónica, la palabra pronunciada por el narrador omnisciente es más
importante que la imagen, que sirve para ilustrar o reforzar su valor, además
de servir la palabra de hilo conductor; pues es a través de ella como se
insertan las imágenes en una trama de sentido. La frialdad del comentario de
Unik y el efecto de distanciamiento que pretende conseguir se convierte, al fin
y al cabo, en una ironía sobre el narrador omnisciente con
documental científico incluido, en una especie de autorreflexión de Buñuel
sobre la forma de representación en el documental.
El fondo musical utilizado por el calandino contrastaría tanto con las
imágenes como con el comentario y es usado como contrapunto, a la manera que lo describen
Eisenstein, Pudovkin y Aleksadrov en su manifiesto del “Contrapunto orquestal”[27]: la música no comenta la imagen, más
bien contrasta con ella, subrayando la diferencia entre la austeridad, la
crudeza y el primitivismo de la imagen y el refinado virtuosismo de la música
de Brahms, que se basa sobre todo en el colorido o riqueza orquestal de la
variación sobre un tema, llegando hasta repetir una treintena de veces las ocho
primeras notas de su última sinfonía. Las delicadas variaciones de
combinaciones sonoras de un postromántico chocan con la seriedad y sequedad de
un comentario que pretende ser distanciado y objetivo pero que, a fin de
cuentas, tampoco lo es.
No obstante, pensamos que la repetición de un mismo tema con variantes
instrumentales chocaría con el verismo de la imagen y la composición
fotográfica de los planos, pero no con el montaje o la conjunción de los planos,
tal y como lo hemos descrito en el primer párrafo de este apartado: si cada
plano representa una idea que trasciende las imágenes factuales, de tal forma
que su ensamblaje daría lugar no sólo a una historia, sino a la posibilidad de
múltiples historias, Buñuel, a pesar de poner en práctica -en lo que atañe al
conjunto de la obra- una concepción del montaje similar a la de Vertov, en la
fase de montaje propiamente dicha, estaría jugando –a la manera de Eisenstein-
con el concepto de variación entre ideas abstractas, del mismo modo que Brahms
juega con la variación sonora. La música contrasta con la imagen en lo
tocante a lo externo: al contenido, lo representado y la composición
fotográfica del plano, subrayando la miseria de Las Hurdes frente al
refinamiento burgués representado por la cuarta sinfonía de Brahms; pero
no en un sentido estructural y rítmico. De esta forma, podríamos describir
el contrapunto musical como un contrapunto edulcorado: si al descartar algunos
planos Buñuel se negó a suavizar el montaje visual, afirmándose en una
dramaturgia trágica y radical[28], con la
posterior sonorización del film, Buñuel acaba endulzando las imágenes,
presentando a través de la música y del ritmo visual lo marginal o la miseria
poetizada.
Como conclusión, pensamos que, a través de este triple contraste, más que
producir un efecto de distanciamiento, que sería, al fin y al cabo, lo que
persigue un documental elaborado a la manera tradicional -apartarse del objeto
de estudio para verlo desde fuera y presentárselo al espectador desde una
perspectiva neutra, objetiva y, por tanto, sin posibilidad de crítica- lo que
Buñuel consigue, tanto en 1933 como en la actualidad, es que el espectador tome
partido y se inmiscuya, tanto en la forma como en el contenido del film y lo
que éste propone, no sólo a través de una recepción activa, sino
también, a través de un posicionamiento crítico que sería
consecuencia directa del visionado. Ver Tierra sin pan (1933)
conlleva un ejercicio crítico, en parte análogo, al que su propio creador tuvo
que ejercitar para su realización, pues esta obra de Buñuel, a pesar del paso
del tiempo, no nos deja indiferentes.
4. BIBLIOGRAFÍA
·Conley, T. (1988): “Su realismo. Lectura de Tierra sin pan, de Luis Buñuel”.
En Cuadernos de Trabajo. Valencia: Centro de Semiótica y Teoría del
Espectáculo.
·Catani, M. (1994): “Historia y antropología de la comarca de Las Hurdes. Tierra
sin pan, de L. Buñuel (Cincuenta años después)”, en Narria, estudios de
arte y costumbres populares, nº 67-68 (pp. 6-12).
·Gubern, R. (1995): Historia del cine español. Madrid: Cátedra.
·Ibarz, M. (1999): Buñuel documental: Tierra sin pan y su tiempo.
Zaragoza: Prensas universitarias de Zaragoza.
·Pérez Bastías, L. (1994): Las dos caras de Buñuel. Barcelona: Royal Books.
·Pérez Turrent, T. & de la Colina, J. (1993): Buñuel por Buñuel. Madrid:
Plot.
·Romaguera i Ramio, J. & Alsina Thevenet, H. (1989): Textos y
manifiestos del cine. Madrid. Cátedra.
·Sánchez Noriega, J. L. (2002): Historia del cine. Teoría y géneros cinematográficos,
fotografía y televisión. Madrid:Alianza.
·Sánchez Vidal, A. (1984): Luis Buñuel: obra cinematográfica. Madrid:
Ediciones JC.
·Sánchez Vidal, A. (1994): Luis Buñuel. Madrid: Cátedra.
·Buñuel, L. (Productor) & Buñuel, L. (Director). (1929). Un chien andalou [Cortometraje].
Francia: Luis Buñuel.
·Acín, R. (Productor) & Buñuel, L. (Director). (1933). Las
Hurdes [Cortometraje]. España: Luis Buñuel.
·Dacingers, O (Productor) & Buñuel, L. (Director). (1950). Los
olvidados [Película]. México: Ultramar Films.
_____________________________________________
[1] Gubern, R. (1995): Historia
del cine español, Madrid, Cátedra, Signo e imagen, (“El cine sonoro
1930-39”), p.132.
[2]Sánchez Noriega, J. L. (2002): Historia
del cine. Teoría y géneros cinematográficos, fotografía y televisión,
Madrid, Alianza, p.366.
[3]Gubern, R. (1995): Historia
del cine español, Madrid, Cátedra, Signo e imagen, (“El cine sonoro
1930-39”), p.159.
[4]Pérez Turrent, T. & de la Colina,
J. (1993): Buñuel por Buñuel, Madrid, Plot, p. 34.
[5]Pérez Turrent, T. & de la Colina,
J. (1993): Buñuel por Buñuel, Madrid, Plot, p. 34.
[6] La coda rezaba así: “La miseria que
este film les acaba de mostrar no es irremediable. En otras regiones de España,
aldeanos, campesinos y obreros habían conseguido mejorar sus condiciones de
existencia uniéndose, ayudándose los unos a los otros y exigiendo sus derechos
ante los poderes públicos. Esta corriente que dirigía al pueblo hacia una vida
mejor orientó las últimas elecciones y dio vida a un gobierno del Frente
Popular. La sublevación de los generales, con el apoyo de Hitler y de
Mussolini, pretende restablecer los privilegios de los grandes propietarios,
pero los obreros y los campesinos españoles vencerán a Franco y a sus
cómplices. Con la ayuda de los antifascistas de todo el mundo, la paz, el
trabajo y la felicidad sustituirán a la guerra civil y harán desaparecer para
siempre los focos de miseria que este film les ha mostrado”. Extraída de Ibarz,
M. (1999): Buñuel documental. Tierra sin pan y su tiempo, Zaragoza,
Prensas Universitarias de Zaragoza, p. 137.
[7] Nótese que el propio Vigo cita el
primer corto de Buñuel y Dalí como ejemplo de lo que él considera un cine
socialmente comprometido en el texto que redacta con ocasión de la presentación
de su documental poético –o su Film-ensayo- À propos de Nice (1929)
en el Vieux-Colombier de París, titulado “Hacia un cine social”. Véase
Romaguera i Ramio, J. & Alsina Thevenet, H. (1989): Textos y
manifiestos del cine, Madrid, Cátedra, Signo e imagen, pp. 134-138 o Salès y
Gomès, P. E. (1999): Jean Vigo, Barcelona, Circe.
[8] El término metarrelato o relato
metahistórico fue acuñado, según creo recordar, por Jean François Lyotard en su
libro La condición postmoderna (1979).
[9] Sobre este tema ver Sánchez Viosca,
V. (1990): Sombras de Weimar. Contribución a la historia del cine
alemán 1918-1933, Madrid, Verdoux. Especialmente el capítulo duodécimo:
“Parámetros del inconsciente. Lo siniestro decorativo, lo pulsional y el
símbolo del psicoanálisis” pp. 212-237.
[10] Sánchez Vidal, A. (1994): Luis
Buñuel, Madrid, Cátedra, p. 10.
[11] Ibídem, p. 19.
[12] Ibídem, pp. 19-20.
[13] Nichols, B. (1997): La
representación de la realidad: cuestiones y conceptos sobre el documental,
Barcelona, Paidós.
[14]Conley, T. (1988): “Su realismo.
Lectura de Tierra sin pan, de Luis Buñuel”, en Cuadernos de trabajo del
Centro de Semiótica y Teoría del Espectáculo, Valencia, p. 22.
[15]Sánchez Vidal, A. (1994): Luis
Buñuel, Madrid, Cátedra, p. 31.
[16]Sánchez Vidal, A. (1994): Luis
Buñuel, Madrid, Cátedra, p. 68.
[17]Romaguera i Ramio, J. & Alsina
Thevenet, H. (1989): Textos y manifiestos del cine, Madrid,
Cátedra, Signo e imagen, pp. 34-35. En el “Manifiesto sobre el cinematógrafo sin
actores” afirma Vertov que cualquier film está en montaje desde el momento en
que se elige el tema hasta la salida de la película definitiva, haciendo
extensivo el montaje a todo el proceso de realización del film y describiendo
tres fases del montaje.
[18] Pérez Turrent, T. & de la
Colina, J. (1993): Buñuel por Buñuel, Madrid, Plot, pp. 36-37.
[19] Ibídem, p. 37.
[20] Gn. 3, 9-19.
[21] Ibarz, M. (1999): Buñuel
documental: Tierra sin pan y su tiempo, Zaragoza, Prensas Universitarias de
Zaragoza, p. 42.
[22] Véase para más información el texto
de Ibarz, M. (1999): Buñuel documental: Tierra sin pan y su tiempo,
Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza; sobre todo el primer capítulo (pp.
19-43).
[23] Según el découpage de Conley 240
planos. Por su parte, Gubern cuenta 259 planos; no obstante, el número de
planos puede depender de las versiones que cada cual haya visionado. Al parecer, Conley se basó en una copia que se encuentra en la Universidad de Minnesota a
la que le faltan algunos planos y a pesar del detallado desglose, al que le
añade en cursiva los planos censurados que recupera de una cinta que le
facilita Jenaro Talens, fecha el film en 1932 acorde con un lapsus que comente
Buñuel en una entrevista con Tomás Pérez Turrent y José de la Colina. Podemos
encontrar el desglose en Conley, T. (1988): “Su realismo. Lectura de Tierra sin
pan, de Luis Buñuel”, en Cuadernos de trabajo del Centro de Semiótica y
Teoría del Espectáculo, Valencia, pp. 27-43.
[24] Conley, T. (1988): “Su realismo.
Lectura de Tierra sin pan, de Luis Buñuel”, Cuadernos de trabajo del Centro de
Semiótica y Teoría del Espectáculo, Valencia, 1988, p. 2.
[25] Sánchez Vidal, A. (1994): Luis
Buñuel, Madrid, Cátedra, p. 59. La cita fue extraída por el autor de la
obra literaria de Buñuel, más concretamente de Recuerdos medievales del
bajo Aragón.
[26] Este mito puede encontrarse en el
Fedón. Nos remitimos a la edición de bolsillo de Alianza, por ser más accesible,
traducida por Luis Gil, aunque existen otras traducciones en Gredos.
[27] Romaguera i Ramio, J. & Alsina
Thevenet, H. (1989): Textos y manifiestos del cine, Madrid,
Cátedra, Signo e imagen, p. 76.
[28] Véase Ibarz, M. (1999): Buñuel
documental: Tierra sin pan y su tiempo, Zaragoza, Prensas
Universitarias de Zaragoza, p. 123. En un pequeño párrafo de diez u once líneas
Ibarz nos comenta los descartes de Buñuel.
Adjunto, además de este pequeño ensayo, que en su momento escribí como
curiosidad personal por una obra atípica, referencias para completar la
información sobre ella:
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