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24/04/2020

Áuryn

Los días se suceden uno tras otro, la luz se difumina en el cénit y el ocaso se ennegrece. El ciclo es eterno, la naturaleza así lo ha decretado desde el comienzo de la existencia, cuando ni el hombre habitaba la Tierra. Las estaciones pasan, solo la contaminación puede alterar esta ley inexorable. Dentro de cada día hay un nuevo ciclo de repetición: las costumbres, las rutinas, los hábitos, pero sin intersección social posible. No hay fiestas que celebrar, excepto la Navidad y el milagro de estar vivos. Estamos solos y reducidos casi a nuestra vida vegetativa. Solo los animales pueden cumplir su ciclo, la naturaleza les protege.

No sé si la historia humana se ha ralentizado después de varios centrifugados temporales caóticos para demostrarnos que la oposición solo es un signo de la naturaleza. Los contrarios luchan en el mundo natural, dentro del hombre se oponen las pasiones y las pulsiones. La historia no es el escenario de la lucha de clases como creía Marx, sino la danza de las pasiones humanas en el tiempo, en su acontecer individual y colectivo. El eterno retorno de lo mismo.

Cuando la historia se comporta como la naturaleza es porque el hombre no se ha superado a sí mismo y se le presentan las mismas pasiones al cabo del tiempo, para volver a sucumbir ante ellas. Muchos ocasos ha tenido la humanidad y posiblemente seguirá teniendo. Muchos soles se han puesto en nuestra historia. Este año dejará de brillar una generación entera, los soles más hermosos de la posguerra. ¿Quién entonará ahora epopeyas a la memoria y al olvido del hombre?

La circularidad es una ley de la naturaleza, que reta al hombre todos los días y le presenta las mismas tentaciones ante las que perece su humanidad. Su signo es el uróboro, el dragón que se muerde la cola, el eterno comienzo del mundo. Hoy la naturaleza deja al ser humano sin abrigo, bajo la efervescencia de sus pasiones, para que reflexione sobre ellas y deje de urdir en la sombra telas de araña. Nos reta a romper el ciclo para hacer brillar a la verdadera humanidad, a crear un mundo propiamente humano. Alguna de estas generaciones lo conseguiremos, pero tenemos que ir pensando en qué hemos fallado.

Poco caso hacemos a los modelos humanos y menos aún a los divinos  -le dije a mi gato mientras dormía plácidamente en mi regazo- repetimos siempre los mismos tópicos y estereotipos, somos casi personajes de ficción, cuando no, mecanismos que repiten los mismos gestos con obsolescencia programada y con posibilidad de anticiparla. Los seres humanos somos muy aburridos -le susurro al oído- y eso que tenemos conciencia, pero la mayor parte del tiempo dormita, como tú. La perfección es el amor, verte dormir hecho una bola en mi regazo. Mi gato es mi uróboro doméstico. Pero no te dejes engañar, quien no te respeta, no te ama. Quien no te respeta, te niega. A Dios lo negaron tres veces, pero a mí, infinitas.

Uróboro símbolo mitológico que aparece en La historia interminable (1984) de Wolfgang Petersen como adaptación de la novela de Michael Ende
Uróboro (εν το παν, «todo es uno»)

Símbolo mitológico arcaico que aparece en La historia interminable (1984) de Wolfgang Petersen, como adaptación de la novela de Michael Ende

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