Me quedé esperando cómodamente en
casa, sentada en el sofá, acariciando a mi gato y leyendo un libro, uno de esos
libros que nadie lee sobre un personaje anacrónico. Es una biografía, le decía,
pero mi gato no me hacía mucho caso. Tras ronronear un rato, se levantó de un
salto y se puso en posición bípeda para perseguir a una pequeña araña que subía
por el cristal del cierro del patio.
Casi todos los libros biográficos
son de personajes importantes que se atrevieron a hacer grandes gestas, nadie se
preocupa de la gente corriente, nadie que no sea Virginia Woolf escribe libros
sobre gente sencilla. La vida de este hombre ha cruzado los umbrales del
tiempo, cómo es posible, si en su momento no fue muy querido. Hay muchas formas
de morir, pero Sócrates murió de coherencia, ciertamente, no sé qué será peor, si
morir de coherencia o de intoxicación de paté de faisán.
Sócrates no es buen modelo. A pesar
de que los escultores debieron esforzarse, no aparece en el busto que lo
inmortalizó muy favorecido. Como es lógico y comprensible muchos preferirían
imitar otra cosa. Hay para elegir.
La tele estaba puesta, mientras leía,
escuchaba el mismo programa de siempre, pero no le hacía mucho caso, sonaba
como un runrún de fondo sin mucho sentido. Por qué imitamos a alguien, me
preguntaba, aunque ciertamente no había sido Sócrates tampoco muy imitado, más bien lo
contrario. Es posible que la mímesis y la filia sean una misma cosa. Sólo
imitamos lo que amamos, lo que nos gusta, aquello en lo que nos reconocemos o
que queremos que forme parte de nosotros. La imitación es una apropiación. Y
quién va a querer morir de coherencia. Nadie, ni siquiera mi gato. Al menos una
pizca no estaría de más, pero yo lo tengo muy claro: si me dan a elegir, me quedo
con Cristiano Ronaldo.
![]() |
Escultura de Sócrates de Piccarelli (1885) |
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por interesarte por mi blog y hacer tus comentarios y sugerencias.