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19/04/2020

La cajita de música

Los vecinos salen a la hora acordada a sus ventanas y balcones como si fueran las figuritas de una caja de música. Se repite el mismo ritual profano: los aplausos y la música. Todos sabemos cual es la banda sonora de esta pandemia, pero desconocemos por ahora su leitmotiv en nuestra existencia. No es el primer momento de nuestra historia colectiva en el que la música aglutina los sentimientos y las emociones de los ciudadanos. Tiene esa cualidad, unir a las personas bajo el denominador común de la emoción, es el lenguaje de los sentimientos físico-matemáticamente expresados.

Pese a transmitir y generar emociones, está hecha de física, matemática y silencio, incluso en la disarmonía, pero solo nos puede hablar en la materia. No hay música en el vacío, solo el sonido ensordecedor del viento interestelar, pero aún no lo sabemos con certeza. Posiblemente Dios quiso poner sonido al universo al crear al hombre y le comunicó el arcano secreto de la melodía, si es que existe, claro. Solo lo vivo produce sonido, aunque a veces sean simples e incluso molestos ruidos. Música, sonidos cotidianos y silencio casi ensordecedor se alternan en nuestra vida diaria. 

En pocos momentos de la historia humana han predominado disarmonía y silencio como hilos conductores de la existencia. La disarmonía pudo ser la respuesta a la pregunta por el sinsentido, un reto al orden y al sentido en sí mismos, con sus paralelos en la literatura, la filosofía y el lenguaje, por esta razón solo fue posible en el s. XX, tras la catástrofe. No obstante, Nietzsche tuvo sus precursores en Chopin y el propio Wagner, su interés por este último no fue casual. La filosofía es solo el lenguaje del decir, de lo descrito y lo manifiesto, aunque a veces sea simple y llana glosodoxa.

El silencio es privación casi total de movimiento y vida, hay quienes lo buscan con avidez como sinónimo de paz, Wittgenstein tras la Gran Guerra, por ejemplo. En el mundo material nuestro es imposible el silencio absoluto, siempre algún pequeño ser, por diminuto e insignificante que sea, viene a romperlo, excepto este virus, que ha generado en su mudez su propia sinfonía mundial: la sinfonía de la muerte.

A veces pongo música clásica, a mi gato le encanta. La armonía le produce sosiego y equilibrio. Tras corretear un rato persiguiendo a alguna mosca o araña diminuta, se recuesta es la esquina superior derecha del sofá, su espacio favorito y el lugar más luminoso del salón. Siempre prefiere a Vivaldi o a Mozart, Schönberg suele inquietarle, no es para menos.

La música comunica eternamente, es el lenguaje de los lenguajes, siempre tiene algo que decirle al ser humano. Es horrible pensar que el lenguaje humano no llegue a decir nada, que los discursos sean una colección de palabras vacías, la retórica de la vanidad humana en los titulares, en la publicidad, en todas partes un discurso sin alma. El discurso del poder o de los intereses, pero no el del hombre, aunque por el hombre sea pronunciado. Turguéniev lo predijo en su retrato literario. Hay que moderar el lenguaje, usarlo solo cuando es preciso para que la palabra humana no llegue a vaciarse. A veces es mejor callar, no hay palabras para expresar lo inefable o los abismos de la existencia.

Mecanismo de una cajita de música

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