La realidad es compleja, plurivalente. Me asomo a la ventana
como cada día y observo una constelación de pequeñas aberturas, pequeños mundos
frente al mío. Todos estamos inmersos en el mismo problema, pero cada cual es
posible que lo viva desde una perspectiva distinta, aunque compartamos el mismo
horizonte. En este momento la realidad es desbordante, hiperreal. Cuando esto
sucede hay un gran riesgo de que sea confundida con la ficción, con un mundo
construido, soñado y representado por otros, mostrado a través de imágenes que sustituyen a lo real como los pronombres sustituyen a los nombres. Esa perspectiva
sostenida en el tiempo puede generar una psicosis social, como una música
disonante que se prolonga demasiado.
Solo recuerdo un par de casos, que se han convertido en
fechas históricas, en los que los medios de comunicación me despertaron con
noticias similares a ficciones, que en ese preciso instante se parecían a las
del tipo La guerra de los mundos, o con
imágenes que mi mente jamás hubiera podido llegar a pensar que eran reales,
sino el resultado de un proceso de postproducción en un estudio de cine.
Me pregunto cómo vivirían la pandemia a principios de siglo, en
la Edad Media, o en tiempos de Marco Aurelio. Los historiadores deben conocer
los detalles, incluso los síntomas de la enfermedad en los sufrientes. Es
posible, pensando de forma apocalíptica, que la decadencia de una civilización
venga marcada por estas plagas como un sello divino. ¿No sería necesario
reflexionar un poco y hacer algunos cambios antes de que esto pudiera
sucedernos a nosotros? ¿Somos ya una cultura agonista, o es esta simplemente
una página que tenemos que pasar en nuestra historia colectiva?
Se lo comento con frecuencia a mi gato mientras le hago
cosquillas en la barriga para no importunarlo demasiado con cuestiones
trascendentales, que le suelen producir bostezos, o un hipo extraño si son
demasiado complejas y se las dices muy de cerca al oído. Hoy le he planteado
una mientras estábamos sentados en el sofá, aprovechando que estaba casi
dormido: al final, cuando todo esto acabe, es posible que volvamos a origen. Al
escuchar esta frase se ha puesto a relamerse en su ritual de desinfección
cotidiano, provocado por la frecuencia y la vibración sonora, o simplemente por
hastío.
El origen es la simplicidad, lo sencillo, lo primordial. El
origen sería, por tanto, la dualidad de la que partíamos antes de que toda
nuestra realidad se complicase. Si volvemos al origen, lo múltiple se disolverá
y quedarán sólo los opuestos, que en segmentos temporales concretos llegarán a
conciliarse, pues en una oposición continua es imposible cualquier desarrollo
social, natural o humano, excepto para Wittgenstein o unos pocos como él, que
lograron escribir grandes obras en plena guerra, pero no sucede así para el
común de los mortales. Demasiado mortales somos en este momento.
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Escher, Lazo de unión (1956) Volver a In medias res |
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