La caverna es un laberinto plagado de minotauros. Todo, absolutamente todo lo que hay dentro, está construido a partir de sombras fenoménicas, que son tomadas por los iniciados como lo verdadero, y en parte lo son. Las sombras, espectros de lo real, cristalizan a partir de fenómenos perceptuales condesados en el tiempo y en el espacio desde siglos remotos. En ese proceso se transforman en imágenes, que a veces solo parecen mostrar vagamente lo que acaece en alguna de las galerías pero, en realidad, cualquiera de ellas tiene un fondo de espejos proyectados hasta el infinito, hasta los confines de la humanidad. Aunque la superficie solo parezca mostrar lo que sucede en el tiempo presente o inmediatamente anterior, la imagen es el jugo de los siglos materializado en esos espectros de significado, que pueden adoptar cualquier soporte, desde la piedra a los píxeles.
Las imágenes no son planas y bidimensionales como las sombras
chinescas, aunque algunas lo sean desde el punto de vista de su soporte
material, sino mucho más densas y complejas: a veces proyecciones, a veces
reflejos y condensaciones. Algunas se replican como ecos, otras se disuelven
como humo, o queda de ellas un espectro mortecino que nos acompaña sin ser
percibido claramente porque se han difuminado en el tiempo. Por definición y al esconder su fondo, la imagen es en sí
misma paradójica, su esencia es multiforme y poliédrica. Su superficie solo
refleja una especie de síntesis lumínica y colorida de un proceso complejo, en
el que la forma material es simplemente su manera de darse, de aparecer, el
soporte sensorial que necesita para hacerse carnal y ser percibida y así poder
transformarse en discurso. Rocas terrosas de espejos son los enveses de sus
infinitos abismos, que laten sedimentadas tras la capa superficial. ¡Quién lo
diría! Cada imagen es una especie de túnel a las profundidades humanas y la
caverna está compuesta de miles de ellas. En ellas podemos perdernos por toda
la eternidad, o simplemente fluir hilvanándolas como en un collar de luminosos
y vistosos colores para nuestra retina. Como tejedores de imágenes construimos nuestro mundo.
Ciertamente Platón no era más que un ingenuo, en su tiempo,
precisamente fue él uno de los primeros artífices, la imagen ya se había
transformado en discurso, pero el poeta, el artista, el músico, el escultor y
el arquitecto, eran los más perfectos ejecutores de algo que estaba escrito en
las profundidades de lo humano: conocer y transformar la realidad mediante la
creación de imágenes. No podemos expulsar al artista de la caverna porque el
artista es la caverna. Platón, más que expulsar al artista, lo replicó, creando
la metáfora del lugar donde estos habitan por siempre.
Salir a la luz es la metáfora de la liberación de la a-gnosis claustrofóbica que supone
recorrer los angostos pasillos de la caverna con su saturación de imágenes,
todas ellas laberínticas, rizomáticas. La caverna es un laberinto plagado de
laberintos, donde la única forma de orientación es el conocimiento, cuyos productos
son la imagen o la fórmula, ambas con la función de medios y fines al mismo
tiempo. En la caverna la a-gnosis es
al conocimiento lo que la glosodoxa al discurso y ambas se producen por
saturación, como la materia de los agujeros negros. De forma similar, atrapan
la luz de lo verdadero y la acaban proyectando en mil haces de discurso, o
difuminando en miles de imágenes, cuyos fondos laberínticos desconocemos.
Las imágenes se replican, duplican y comportan como un virus,
de hecho, estas necesitan de la materia gris humana para replicarse y a veces saturan la caverna de la misma forma que el virus que nos invade puede saturar
las células de nuestro cuerpo y hacerlas enfermar. Es posible que no haya tanta
diferencia en el fondo entre las imágenes, la proliferación descontrolada de
discursos y palabrería y el virus que nos asola.
Salir a la luz es la metáfora de la liberación de la cadena
fenoménica de imágenes y discursos, de la a-gnosis
claustrofóbica que supone recorrer los angostos pasillos de la caverna, que conducen al fondo
de la desesperación, la inconsciencia o el letargo. Salir a la luz es un
imposible, solo podemos hacer brillar la luz dentro, es incluso posible que no haya luz más allá. El hombre, nómada de las galerías fenoménicas de la caverna, solo
puede vagar por ellas largo tiempo si recurre a lenitivos gnoseológicos,
fenoménicos o materiales, más o menos fungibles, que acrecienten su evasión o
le produzcan un reencuentro con lo natural, como es el caso de mi gato, cuyo simple dormitar y maullar, me recuerdan que hay un afuera y que éstas no
son las únicas paredes que puedo habitar. En ese momento, transito a otro
laberinto, de una imagen a otra, como si mi mente cogiera un autobús. Posiblemente, algún afortunado encuentre el hilo de oro de alguna
religión que le salve del infinito laberinto de los fenómenos y lo conduzca al paraíso.
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Paul Gauguin, Paisaje haitiano (1891) Volver a In medias res |
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