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27/05/2020

Pandemias

No vamos de paso. Pensamos que todo ha terminado, que no estamos en peligro, que la pandemia ha pasado de largo haciendo estragos en nuestro espacio más próximo y que la pesadilla acabó. No sabemos cuál es su verdadero alcance, ni lo sabremos, pero aun así, la gente está confiada. Desde la ventana de mi balcón escucho a varios vecinos hablar en dialecto onubense y me pregunto cómo lo pueden tener tan fácil para contentar a estas criaturas bípedas con una cerveza en una terraza y un partido de fútbol.

Hace tiempo que perdimos la capacidad crítica y nos fuimos aletargando en cada mirada furtiva al escaparate o al regate de balón del centrocampista reflejado en la televisión por cable en el bar o en el salón de nuestra casa. Cualquier problema de Estado puede disolverse fácilmente en el espumeante brillo de la cebada o la malta fermentada. La comodidad es el opio del hombre del S. XXI, el valor supremo y uno de los dioses a los que rinde culto el hombre actual, que le hace perder poco a poco su capacidad de disenso, convirtiéndolo en un ser conformista y acrítico.

Las manifestaciones ya no manifiestan disconformidad alguna ni apuntan a ideales trascendentes o utopías por alcanzar, simplemente sirven de barómetro para clasificar a un conjunto de posibles votantes en función de una ideología que no puede consumarse ni realizarse, pues el verdadero problema de fondo desde hace dos mil quinientos años es la condición humana, que sigue siendo la misma.

La verdadera pandemia hace tiempo que nos afecta y ni la hemos notado, o la toleramos con gusto. Nos invaden asesores, burócratas de toda índole, pseudoexpertos y funcionarios acomodados. Pensábamos que únicamente sufríamos las consecuencias de un virus y son tres pandemias las que nos asolan. Cuando la de origen biológico remita, no nos quedarán fuerzas para luchar contra las otras dos.

En la caverna se ha convertido en norma la necesidad de la existencia de porteadores de sombras, cuyos ecos resuenan por sus paredes y se proyectan  hasta reflejarse finalmente en alguna pantalla o realizarse en algún ser. Hasta el liderazgo parece vaciarse y convertirse en un puro simulacro cuando está presidido por el interés del grupo y no por los valores que deberían sustentarlo. Los valores se han transformado en meros estandartes de cartón piedra que se pueden cambiar a voluntad y lo seguirán siendo mientras las letras en una pancarta no se encarnen en realidad alguna. No hay forma más eficaz de vaciar un valor que ver como hacen justo lo contrario aquellos que dicen defenderlo a ultranza.

No habrá médico, ni gurú, ni chamán capaz de curar al hombre de la enfermedad del S. XXI: el vacío. Hasta mi gato observa a veces su propia sombra reflejada en el lienzo de coltano del salón, pero no le hace mucho caso. Por suerte, los animales viven ajenos a la caverna humana, pero también sufren sus estragos.

Crepúsculo en Venecia (1908–1912), Claude Monet
Crepúsculo en Venecia (1908–1912), Claude Monet

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