Poco a poco vamos saliendo de nuestras casas, no sin temor
ante un posible contagio de Covid-19, que para la mayor parte de los ciudadanos
se ha convertido en una especie de monstruo intangible, cuyas proporciones
agranda la confusión que genera la información contradictoria. Volvemos a la
nueva normalidad que nos describen a través de una serie de fases progresivas.
El Anti-Gran Hermano, llámese Estados, OMS o Comunidades
Autónomas, se hace presente en las múltiples pantallas para darnos instrucciones
sobre esta fase de nueva normalidad.
A este ente múltiple le ha faltado unidad en la acción y en el mensaje, de ahí
que se replique de forma tan diversa en esos lienzos negros que tenemos en casa
convirtiendo, como consecuencia del virus, nuestro hogar en una secuencia de reality-show. Solo han faltado las
cámaras en las viviendas españolas para que se hubiera consumado tal gesta,
pues ni el periodo de reclusión, ni la sensación de irrealidad vivida, lo
hubieran impedido. Endemol ha dejado pasar una gran oportunidad: la
pluri-vivencia de la cuarentena reality o vip, que hubiera podido sumarse a la
nuestra. El virus ha conseguido permear las barreras entre los opuestos
realidad y apariencia de forma radicalizada, aunque esto era algo que ya venía
sucediendo en algunos espacios virtuales
de los que hacemos uso cotidiano.
La pandemia ha puesto a prueba la capacidad de coordinación
en el superestado, que desde la primera mitad del siglo XX, hemos llamado Europa. Es posible que la respuesta
del viejo continente no haya sido tan rápida y coordinada como se requería en
este caso, dejando a la vista del virus su vulnerabilidad, materializada en la
diversidad de criterios y la falta de acción conjunta ante una situación de
emergencia de proporciones mundiales.
No ha pasado nada, mi gato está vivo, aunque más desganado, comiendo
un pienso que le han traído a casa que, por suerte, le gusta, pero no es de sus
favoritos. En mi caso todos estamos bien, aunque no sé si verdaderamente ha
pasado el peligro o este sigue acechando. Me gustaría que fuera un ser humano,
doliente y responsable quien me despeje esa incógnita y no una pantalla o un
hecho futuro. No obstante, pase lo que pase, en la caverna el concepto de
responsabilidad se disuelve, se volatiliza como los opuestos en la
hiperrealidad pandémica, es casi inexistente y nadie parece querer asumirla o
afrontarla. Ante cualquier hecho, las responsabilidades son sustituidas por las
excusas, lo que debilita cada vez más el concepto de representatividad. A veces
toman forma esférica y van pasando de mano en mano o de pie en pie como si
jugásemos un partido, letal en este caso, de fútbol o baloncesto. Otras veces
se transforma en índice señalador, que sitúa en primer plano a cualquier ser
humano que se encuentre en la misma dirección de este carnal deíctico.
A mi gato y a mí, en el fondo, no nos importa lo que sucede en
la caverna, nos contentamos con habitarla y, en mi caso, pensar de vez en cuando,
pero no regalaremos excusas ni deícticos a sus extraños moradores.
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Leticia Gaspar, Sin Título (2011), en Excusas para la representación |
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