La pandemia ha supuesto para mí una gran oportunidad. La ocasión para poder reflexionar, para que vuelva a mí mi propia imagen, proyectada por mí misma y por los habitantes de la caverna, tras recorrer varias aristas de algunas de sus estancias. La imagen siempre regresa a mí empequeñecida, como si hubiese encogido. Durante los últimos cuatro años he viajado por el espacio, el tiempo y las almas, aunque paradójicamente mi vida ha avanzado cronológicamente, la temporalidad de este viaje es acronológica.
Es complejo viajar por las pasiones cuando todo sucede, cuando aparentemente el
tiempo avanza irremisiblemente hacia adelante. Pero eso no es cierto, o solo lo es
parcialmente. Los núcleos de experiencias con los que puedes encontrarte no
responden a ningún concepto de tiempo relacionado con la vida moderna y su
sucesión aritmética. Ningún ser humano puede deshacer el ovillo de la
temporalidad planificada por muchos que se condensa en tu vida como un nódulo,
nunca lo inmaterial se había hecho tan presente y las proyecciones e intereses
ajenos en mi vida se han acabado superponiendo como rayos láser. Solo un héroe, un dios, o la multitud misma pueden deshacer esta madeja.
La pandemia nos ha desvinculado de esta sucesión temporal a
la que habitualmente estamos sometidos en tanto que seres productivos e
históricos. En sus estancias hay verdaderos expertos en resaltar tanto las
cualidades positivas como las negativas de los individuos, deformando a los seres y haciéndolos más pequeños o más grandes de lo que realmente son. Expertos en
construir proyecciones luminosas o ensombrecidas y, por tanto, invisibles. Expertos
en la mostración y en el ocultamiento. Lo mostrado no siempre demuestra, pues no tiene en cuenta lo oculto y solo resalta parte del acontecer, pero el acontecer desnudo nunca tiene sentido en sí y por sí mismo, no significa nada.
Si alguna utilidad tiene esta especie de purga mundial es
hacer posible la reflexión y la autocrítica, tanto individual como colectiva. Aunque
la mayoría de los cerebros humanos estén ocupados en la adaptación y en salvar
las dificultades, ni desde el punto de vista individual ni colectivo cabe
mejora alguna si no se ejercita de vez en cuando la actividad reflexiva y mucho menos si se la
pretende extirpar de la vida social como si fuera un tumor maligno.
El hombre no tiene la suerte de ver su espalda en el espejo
en el que se mira, como hace Edward James en el retrato de Magritte. Solemos
ver a veces nuestro rostro cuando hay luz suficiente y no lo deforma la
concavidad del espejo o su rotura lo proyecta en mil reflejos. Mi gato es
afortunado, no necesita reflejarse en ningún espejo ni proyectarse en el
tiempo, simplemente dormir o distraerse cazando alguna araña diminuta de vez en
cuando. El conocimiento no siempre nos hace más felices y la autoconciencia, a
veces, no es más que un desgarro de la existencia.
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Retrato de Edward James (1937), René Magritte |
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