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01/05/2020

Género y número

Nuestra esfera pública se ha reducido al mínimo con la pandemia. En este momento, tanto el hombre como la mujer están condenados momentáneamente al ámbito doméstico. Así han vivido largo tiempo las mujeres durante buena parte de la historia, confinadas al ámbito de lo estrictamente privado y familiar, sin posibilidad de autorrealización o desarrollo intelectual. Paradójicamente la pandemia ha traído a nuestro presente situaciones del pasado y ha repartido por igual su vivencia.

Algunos intentan proseguir su actividad desde casa y otros han tenido irremediablemente que interrumpirla, o simplemente se han quedado sin trabajo. La incertidumbre nos invade. No sabemos qué pasará cuando podamos volver a la normalidad, si esa normalidad se parecerá a la que teníamos antes o será, con respecto a esa situación, también atípica. Es posible, si empezamos a reflexionar seriamente, que esta circunstancia incontrolable simplemente se haya sumado a la situación de anormalidad normalizada que ya vivíamos desde hace años y que ahora no ha hecho más que radicalizarse en casi todos los aspectos. Nunca hemos tenido una normalidad, no nos engañemos, lo que ha sucedido es que hemos sido demasiado conformistas y poco reformistas. Nos contentamos con las apariencias, con el "como si".

La mayoría de los ciudadanos están confinados en sus aposentos, pero no sabemos si podrán volver a retomar esa habitación social propia de la que disponían, o tendrán que quedarse durante un tiempo en la privada, que ahora habitan, como le ha pasado a la mujer casi a lo largo de toda la historia. Los médiums de la economía no auguran buenos pronósticos, a fin de cuentas, todo ello dependerá de lo comprometidos que estemos por querer cambiar las cosas y no seguir cayendo en los mismos errores del pasado.

Alicia, como metáfora de la mujer actual, no vive precisamente en este momento en el país de las maravillas, si come del pastel crecerá demasiado y, como siempre, acabará saliéndose del corsé o estampando su cabeza en el techo de su alcoba, que no es precisamente traslúcido y al que acabará limpiándole el polvo. ¿Se reducirán todos los problemas de género, en última instancia, a cuestiones de número, a luchar por la supervivencia tras el desierto vírico?

De nuevo tendremos todos que menguar y hacernos pequeños para poder caber por la puertecita del nuevo paisaje que nos espera tras la pandemia. Somos esclavos de las cifras, pase lo que pase, son éstas las que condicionarán nuestro horizonte y todas las diferencias quedarán disueltas en lo numérico. Tendremos que ser todos juntos los protagonistas anónimos de la construcción de un nuevo horizonte más halagüeño con los materiales que nos queden. Ni que decir tiene, que ni en este nuevo panorama ni en el pasado, aquellos que no defiendan sus derechos no gozarán de ellos y aquellas que no defiendan los derechos de la mujer, no deberían tampoco disfrutarlos, pues aunque la pandemia nos evoque tiempos pretéritos, seguimos en el s.XXI. 

En este mismo siglo sería tan penoso sacrificar a un Van Gogh o a un Escher para darle de comer a tres o cuatro personas que pueden trabajar de cualquier otra cosa, pero no pintar como ellos, que ese hecho nos remitiría directamente al neolítico. Tales barbaridades no han sucedido ni en Grecia y Roma, habiendo existido en esas culturas la esclavitud, pero los esclavos cultos, conocedores del arte y de la técnica eran tratados con más delicadeza. Las culturas antiguas siempre han respetado al artista y al sabio. Cabe preguntarse si el hecho por el cual ya Van Gogh en su tiempo no pudo vender ni un solo cuadro, o por el cual Escher tuvo que estar hasta los cincuenta y dos años viviendo en casa de sus padres para seguir pintando, no es ya consecuencia directa de estos sacrificios culturales basados únicamente en parámetros económicos o valorativos.

Es paradójico que el mecenazgo se haya trocado en barbarie y que existan bárbaros de esta índole en el s.XXI, pero es posible que el tiempo no sea tan lineal como creemos y andemos avanzando en círculos concéntricos y llamándole a eso erróneamente progreso, cuando en realidad son culturicidios. La mayoría de los culturicidios femeninos son totalmente invisibles para nosotros y ahora se van conociendo los de siglos anteriores y los de este último, como son los casos de Camille Claudel y Janet Sobel. Vivimos en una sociedad tecnificada y culturicida.

L'Égalité (1794), grabado de Deny Martial
L'Égalité (1794), grabado de Deny Martial

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