El enemigo acecha por doquier, cuando es visible y se le
ve a distancia o se le tiene en frente, sabes cómo puede actuar en tu contra.
Sin embargo, cuando actúa en la sombra, nunca puedes imaginar qué acechanzas
trama. Los hay que se disfrazan de cualquier cosa, incluso de amigos. Todos los
días puede ser carnaval si nos lo proponemos. Pero por mucho que quieran
disfrazarse, siempre sale a la luz su verdadera intención o los estragos del
daño continuado en la penumbra. A mí nunca me han gustado los disfraces. No
rindo culto a Dioniso, o solo lo hago cuando me levanto tarde, pero aun así,
no es a Dioniso, sino a Morfeo, a quien venero.
En este caso, el enemigo es potencialmente ubicuo e
invisible, puede estar en cualquier parte y su acechanza es constante. Es tan
vaporoso como cupido, pero sus flechas son tan certeras y mortíferas como las
de Atalanta. Su omnipresencia posible y su invisibilidad hacen de la pandemia
un adversario imperceptible y sutil, como si el mismísimo diablo se hubiera
colocado el anillo de Giges. De ahí que nunca
sepamos dónde pueda estar y por qué flanco pueda venir a atacarnos, lo que
genera en nosotros una situación de angustia y preocupación constante, que a
veces no puede ser aliviada por ningún ritual de limpieza. Es posible que los
microbios sean nuestros mayores enemigos del futuro, mucho más etéreos que las
bombas atómicas, probablemente más letales, y en este caso, incluso selectivos.
Afortunadamente, muchos animales podrán ser portadores e incluso transmisores, pero parece ser que a la mayoría no les afecta con la misma letalidad que a los bípedos humanos. Si los camellos y los murciélagos transmiten la enfermedad a los humanos es un enigma. Poco sabemos con certeza, demasiadas incertidumbres nos presenta esta pandemia, a excepción de su letalidad y su capacidad de contagio. La pandemia pone de manifiesto nuestra incapacidad para controlar lo imprevisible, pese a más de dos mil años de desarrollo tecnológico. Frente a ella, la ciencia solo puede resistir e intentar completar en casa el puzle de la epidemia como una niña pequeña.
Aún no se ha descubierto si animales domésticos como los gatos pueden transmitir la enfermedad. El octavo pasajero viajó a la Tierra junto a Sigourney Weaver camuflado en un adorable felino. Si así fuera, nuestro enemigo sería tan irresistible que seríamos incapaces de vencerlo.
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Fotograma de Alien (1979) de Ridley Scott con la teniente Ellen Ripley (Sigourney Weaver) y el gato Jonesy Volver a In medias res |
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