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24/05/2020

Gente sencilla

Tras tres largos meses en la otra punta del país en plena pandemia, por fin he decidido volver a casa. El viaje era arriesgado, suponía vagar durante más de doce horas por distintas estaciones, acceder a diferentes vehículos,  medios de transporte y lugares transitados, con el consiguiente riesgo de contagio y la posibilidad de traer a casa un pasajero letal llamado Covid-19.

He viajado desde una punta del país a otra y he conseguido llegar gracias a la solidaridad de otras personas, paradójicamente, personas humildes y sencillas, pero absolutamente necesarias. Me siento en deuda con ellos y no solo yo, sino el país entero. Gracias a ellos los servicios básicos han podido seguir funcionando para el resto de la población en esta situación de absoluta excepcionalidad. Le debemos gratitud a las personas anónimas que nos han sostenido en este tiempo. La pandemia nos recuerda la verdadera esencia de nuestra compleja cultura tecnificada: que todos somos necesarios en este organismo vivo que llamamos sociedad gracias a la función que cada uno tiene en él. Cada ser humano con su trabajo, por sencillo que sea, le pone alma a la estructura social. Es triste no haber podido participar de ella durante largo tiempo.

La generosidad tiene mil formas de manifestarse, unas son acciones concretas y otras son privativas. Es lamentable que haya personas incapaces de hacer algo gratuitamente y actúen siempre con engaños, artificios o haciéndote creer que te ayudan, cuando están haciendo justo lo contrario desde hace mucho tiempo: defendiendo sus propios intereses. Las personas sencillas me han dado una gran lección: la gratuidad de los pequeños gestos. Esta es, en definitiva, la esencia de lo social y sin ella convertiríamos la sociedad en un auténtico desierto o en una jungla donde los depredadores están al acecho ante cualquier debilidad para aprovechar la ocasión. El estado de alarma debe ser transitorio, no se puede vivir en un estado de alarma continuo, en una alerta constante, en un delirio.

Solo los animales viven en armonía con la naturaleza y tienen sus leyes escritas en sus genes, las personas debemos aprender a respetarlas si verdaderamente valoramos la vida social. La egolatría sigue siendo la verdadera pandemia de las sociedades humanas. Mi gato vive feliz, agazapado encima de una de las cajas de la mudanza aún no colocadas en la estantería, llena de libros de Filosofía y Valores Éticos.

Fotograma de Ordinary People (1980) de Robert Redford
Fotograma de Ordinary People (1980) de Robert Redford

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