Nos contentamos con los rituales domésticos, metidos en casa, los pequeños momentos cotidianos de felicidad se vuelven cada vez más tediosos
y repetitivos. La repetición nos convierte en autómatas y el mismo cuerpo se
rebela para romper las rutinas, prolongando el tiempo en un instante continuo y
deshaciéndolas. Somos como una especie de cobayas bípedas sobre las que la
virulencia de la naturaleza ejerce en este momento su efecto devastador.
El estado de alarma es como un exilio sin transterro.
Puedo sentir la añoranza de aquellos que tuvieron que marchar de su tierra
dejándolo todo atrás, hasta el pasado. Sólo quedaron recuerdos. La memoria y la
identidad van de la mano, aunque a veces se separen con el tiempo, o nos
empeñemos en el olvido y lo usemos como bálsamo de nuestra herida, ungüento sanador del yo. Ningún
ser humano puede reconocerse a sí mismo sin recuerdos. Sin memoria la identidad se disuelve. Puede que nuestra
memoria nos traiga a presencia únicamente los momentos de felicidad y bienestar
que vivimos como forma de contentarnos, como un señuelo temporal en el
laberinto de la construcción de nuestro yo y queramos olvidar nuestra sombra,
pero esta siempre planea en los abismos del alma. Sin pasado no hay identidad,
pero anclados en el pasado y sin superación del pasado no hay futuro posible, ni
para el yo, ni para el nosotros.
En este doble exilio que es para mí el estado de alarma, veo
a mi tierra desde lejos, con añoranza, aunque nunca está de más mirar con
perspectiva. Sólo con lupa o microscopio puede verse el detalle, ningún
objeto puede observarse bien demasiado cerca. Hasta los cuadros nos obligan a
alejarnos para ver el conjunto y no quedarnos únicamente en las pinceladas o a
acercarnos para observar los pequeños detalles, que a distancia pasarían desapercibidos.
Sin la memoria el yo se desvanece. El hombre no es más que un instante de finitud sostenido que acaba por disolverse. Somos nuestras relaciones, nuestras vivencias, en ellas se va tejiendo el yo en una urdimbre de instantes. El tiempo es una correlación de vivencias con la naturaleza y con el otro. De esos instantes me quedo con los vividos con mi gato. Los animales nunca defraudan, María Zambrano lo sabía bien, por eso fueron sus eternos compañeros.
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