Mientras oscilan las cifras de los test de detección previa
realizados, los ciudadanos han perdido la costumbre rutinaria de salir a
aplaudir a los balcones de sus casas. El balcón, a modo de escaparate, se ha
convertido en angosto espacio social visible a un reducido número de casas
colindantes, y susceptible de poder ampliarse en las redes sociales, únicos
espacios sociales por excelencia durante esta pandemia. En estos pequeños escaparates
se han celebrado incluso bodas y toda clase de eventos imaginables. Ya lo decía
Aristóteles, somos seres gregarios, aunque sea en los balcones, pero
necesitamos comunicarnos con el mundo.
En Desayuno con diamantes Audrey Hepburn se queda mirando el escaparate de Tiffany, contemplando esos lujosos objetos de deseo: los diamantes, cuidadosamente tallados y engarzados en brazaletes, anillos y diademas. Ahora nosotros contemplamos a los sujetos colindantes en sus respectivos balcones y lo que en ellos sucede fuera del alcance de nuestra visión, en las redes sociales. Todos tenemos un espacio virtual, donde es posible que se materialice el ansia de ver y de ser visto, la pulsión escópica hecha norma, que nos convierte a todos en objetos de visión posible. Espacio virtual donde los sujetos, susceptibles de objetualizarse, ya no son mostrados solo en la publicidad, la televisión o el cine, sino también en ese no lugar omnipresente, ubicuo, donde cualquiera puede ser estrella por un día gracias a unos cuantos likes.
La red social es el punto de vista de dios focalizado: nadie tiene la posibilidad de la visión absoluta. Es la materialización de lo
metafísico en lo privado, entendido como transparencia posible y ubicua en el acto de
ver y mostrarse. En la caverna, donde domina la cultura de la mostración y del
discurso, todo debe mostrarse y decirse para satisfacer el afán de visión y
escucha, aunque solo veamos sombras y escuchemos palabras vacías.
La red social es casi un imperativo para todo ser humano en
nuestros días. Ni mi gato ni ningún otro ser vertebrado o invertebrado podrían
jamás imaginar semejantes mundos paralelos. Tampoco a un espécimen humano sin
Facebook, Twitter o WhatsApp. Los animales son mucho más listos que nosotros,
les guía la inteligencia suprema de la naturaleza y nosotros siempre andamos
despistados con enigmas lógicos. Nos hemos creído mejores pero, al final, convertimos el mundo en una jungla tecnológica y casi estamos perdiendo el
contacto con el hilo rojo.
En nuestra caverna hemos sustituido, no solo el significante,
sino también el significado de la madre naturaleza por el de la tecnología,
hemos deshilachado el hilo rojo, de forma que sus fibras están casi desgarradas.
La naturaleza está forcluida en la historia del hombre de los tres últimos
siglos en beneficio de la tecnología y ella nos responde con su manifestación
invisible y ubicua, a la que hemos llamado pandemia, de ahí que esta vivencia
pueda resultar irreal o surrealista.
![]() |
Forclusión en fuga (2013), Francisco Javier Camplá Livesey |
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por interesarte por mi blog y hacer tus comentarios y sugerencias.