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10/05/2020

Forclusión

Mientras oscilan las cifras de los test de detección previa realizados, los ciudadanos han perdido la costumbre rutinaria de salir a aplaudir a los balcones de sus casas. El balcón, a modo de escaparate, se ha convertido en angosto espacio social visible a un reducido número de casas colindantes, y susceptible de poder ampliarse en las redes sociales, únicos espacios sociales por excelencia durante esta pandemia. En estos pequeños escaparates se han celebrado incluso bodas y toda clase de eventos imaginables. Ya lo decía Aristóteles, somos seres gregarios, aunque sea en los balcones, pero necesitamos comunicarnos con el mundo.

En Desayuno con diamantes Audrey Hepburn se queda mirando el escaparate de Tiffany, contemplando esos lujosos objetos de deseo: los diamantes, cuidadosamente tallados y engarzados en brazaletes, anillos y diademas. Ahora nosotros contemplamos a los sujetos colindantes en sus respectivos balcones y lo que en ellos sucede fuera del alcance de nuestra visión, en las redes sociales. Todos tenemos un espacio virtual, donde es posible que se materialice el ansia de ver y de ser visto, la pulsión escópica hecha norma, que nos convierte a todos en objetos de visión posible. Espacio virtual donde los sujetos, susceptibles de objetualizarse, ya no son mostrados solo en la publicidad, la televisión o el cine, sino también en ese no lugar omnipresente, ubicuo, donde cualquiera puede ser estrella por un día gracias a unos cuantos likes

La red social es el punto de vista de dios focalizado: nadie tiene la posibilidad de la visión absoluta. Es la materialización de lo metafísico en lo privado, entendido como transparencia posible y ubicua en el acto de ver y mostrarse. En la caverna, donde domina la cultura de la mostración y del discurso, todo debe mostrarse y decirse para satisfacer el afán de visión y escucha, aunque solo veamos sombras y escuchemos palabras vacías.

La red social es casi un imperativo para todo ser humano en nuestros días. Ni mi gato ni ningún otro ser vertebrado o invertebrado podrían jamás imaginar semejantes mundos paralelos. Tampoco a un espécimen humano sin Facebook, Twitter o WhatsApp. Los animales son mucho más listos que nosotros, les guía la inteligencia suprema de la naturaleza y nosotros siempre andamos despistados con enigmas lógicos. Nos hemos creído mejores pero, al final, convertimos el mundo en una jungla tecnológica y casi estamos perdiendo el contacto con el hilo rojo.

En nuestra caverna hemos sustituido, no solo el significante, sino también el significado de la madre naturaleza por el de la tecnología, hemos deshilachado el hilo rojo, de forma que sus fibras están casi desgarradas. La naturaleza está forcluida en la historia del hombre de los tres últimos siglos en beneficio de la tecnología y ella nos responde con su manifestación invisible y ubicua, a la que hemos llamado pandemia, de ahí que esta vivencia pueda resultar irreal o surrealista.

Forclusión en fuga (2013), Francisco Javier Camplá Livesey
Forclusión en fuga (2013), Francisco Javier Camplá Livesey

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