Temas candentes

07/06/2020

Intrascendencia

Somos humanos, aunque a veces lo olvidemos. Somos orgánicos y aunque pensemos que estamos hechos de un material incorruptible, la naturaleza viene a recordárnoslos: es posible que no haya nada eterno en nosotros, solo el soplo de algún dios que quiso que el polvo cósmico tomase esta forma. Nos hace olvidar que somos cuerpo para sobrevivir y ahora nos recuerda con su devastadora presencia que somos pequeñez, insignificancia, materia que transita por la curvatura del espacio. Llevamos unos treinta mil años luchando contra ella y solo en los últimos cien ha logrado verdaderamente el hombre prolongar tanto la vida al mismo tiempo que la desprecia.

Preso de la ambivalencia que la cultura le impone en el seno de lo social, el hombre debe oponer resistencia a la naturaleza y a la vez pertenecer a ella. Esta es la ambivalencia más radical que existe, la que quiebra el ser y vertebra toda su historia. Durante siglos el hombre no ha logrado templar la cuerda que lo enfrenta consigo mismo, con el otro y con la Tierra. ¿Cómo podía Aristóteles nombrar el ser mientras Alejandro conquistaba al hombre? No es otra, sino esa, nuestra historia.

¿Cuándo cortamos el hilo rojo, el cordón umbilical con la madre Tierra? Nuestra historia es la historia del cortocircuito. Ariadna nos ha engañado. El hilo nos conduce al fondo del laberinto y errantes vivimos en él toda nuestra existencia. Ahora debemos enfrentarnos a monstruos más feroces que el Minotauro: a nosotros mismos, a nuestra cultura y nuestra propia historia. A esa pregunta que no queremos responder y postergamos constantemente. A ella nos remite el laberinto tecnológico del presente y el rugido de lo natural en lo microscópico.

Ciertamente, el mundo puede prescindir del hombre, pero habría virus y bacterias que no tendrían a quien atacar, e igual nos necesitan, aunque sea para descomponernos. Sería también muy triste que la cultura, creación humana por excelencia, se le rebelase al hombre, invirtiendo sus normas, sus leyes, sus regímenes y sus estados, transformando sus cultos en ritos vacíos. No sé si la cultura debe alejarse tanto de la tierra hasta vaciarse, para después encontrase con ella en el vacío y volver a intentar dominarla en un nuevo ciclo, del cual este siglo es solo el comienzo. Prefiero tener a mi gato cerca, por si acaso, es uno de los pocos vínculos que me quedan con la naturaleza en este tiempo de banalidad sin precedentes.

Utagawa Hiroshige, El mar frente a Satta en la provincia de Suruga, de la serie Treinta y seis vistas del monte Fuji (1858-1859)
Utagawa Hiroshige, El mar frente a Satta en la provincia de Suruga, de la serie Treinta y seis vistas del monte Fuji (1858-1859)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por interesarte por mi blog y hacer tus comentarios y sugerencias.