Es difícil de explicar
lo que sucede en la sociedad contemporánea, por llamarlo de alguna forma, yo lo
llamo postviolencia. Se trata de una situación
atípica en la que la cultura como refugio humano degenera hasta tal punto que
ejerce una violencia intangible sobre los principios que la hacen posible,
entre ellos, la humanidad y los seres humanos vivientes, que realizan este
concepto.
Los discursos
ideológicos enmascaran las distópicas realidades de la sociedad contemporánea. Resulta
paradójico, pero el hombre no ha salido aún de la cueva, simplemente la hemos prolongado: hemos construido
una caverna masificada y tecnificada. La humanidad es un concepto utópico en
nuestra cultura contemporánea, un destello. Pese a ello, su eco resuena en
todos los medios de comunicación y se materializa en redes de ayuda: fundaciones
y organizaciones sin ánimo de lucro, como suele suceder en la caverna. La cultura contemporánea tiene su raíz en
la subversión de este concepto y en la negación del sujeto, pese a que los discursos puedan decir lo contrario. Estos son los
principios del nihilismo tecnificado que
nos asola. La violencia del cavernícola se ha refinado hasta el extremo, de forma que el
hacha de sílex se descompone en las moléculas de una bacteria o en las
decisiones corporativas adoptadas en función de los intereses de ciertos grupos de poder.
La aberración ha
conquistado al hombre del siglo veintiuno, presa de las tentaciones de la sociedad
tecnificada. Las pasiones del Giges contemporáneo se reflejan en su tiempo: en
su pseudodiscurso vacío, en su pseudohacer, cuya verdadera intención y
finalidad solo él conoce, pero por muy intangible que sea el alma humana, la
pasión lleva al hombre a la intención y ésta a la acción, que queda reflejada
en su tiempo como un sello, pese a la mudez de sus planes. En la actualidad vivimos
los esperpentos de un puñado de almas humanas, una de sus consecuencias podría
ser la pandemia, que ha generado una burbuja de pseudodiscurso y pseudoacción
en nuestra cultura.
En pleno Renacimiento
los científicos naturales llamaron filosofía del “como sí” a la solución
teórica que, a falta de instrumentos técnicos que les impedían medir ciertos fenómenos
con precisión, explicar sus causas y predecir sus consecuencias, les permitía
dar una solución de compromiso a los interrogantes de la humanidad. La caverna
es una filosofía del “como si” invertida que genera una pseudopolítica.
Por suerte, aún hay
preguntas por contestar, entre ellas, la más importante, la que nos acucia
desde que cumplimos la mayoría de edad que no nos ha hecho más humanamente
responsables. Y mientras haya preguntas habrá filosofía, aunque sea algo aparentemente
inútil e improductivo. ¿Es posible que de tanto negar al sujeto acabemos
afirmándolo?, le pregunto a mi gato. Sé que no va a contestarme, pero no me importa. Estamos tan ajenos como él a estas
preguntas. Solo la imperiosa necesidad de acudir a lo inmediato para satisfacer
las necesidades básicas del hombre podrá ensombrecer a la filosofía y diluirla
aún más en la sociedad tecnológica que nos envuelve para que volvamos a diferir
las preguntas sin respuestas.
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El Bosco, El jardín de la delicias 1500-1505, detalle de la tabla central |
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