Occidente lleva obsesionado con la salud del cuerpo desde el siglo diecinueve, momento en el que nace, bajo el auspicio de los planes estatales para la mejora de la calidad de vida, lo que hoy conocemos como sanidad pública, que al mismo tiempo puede ser el germen de lo que en estos días denominamos biopolítica. Posiblemente liberalismo y biopolítica sean las dos caras de una misma moneda, cuyos contornos han estado difuminados y no podemos ver correctamente definidos hasta estos momentos.
Los griegos también se preocuparon por el cuerpo, pero no
descuidaron lo anímico, de hecho Platón subrayó el papel central del alma,
pero del alma como ratio, frente al equilibrio armonioso de sus
contemporáneos, que se deleitaban en la gimnasia y las hermosas proporciones del
cuerpo humano como reflejo material de la belleza. El alma de Platón es un alma
matemática, objetivante, depuradora.
Lo corporal fenoménico es justamente lo opuesto a la fórmula racional
descarnada, o mejor dicho, su simulacro, su sombra.
Al desechar lo mítico, se desechó también la preocupación por
lo anímico, que quedó relegada a las artes y la razón, junto al largo camino
que esta habría de recorrer, se convirtieron en los principales protagonistas de
nuestra historia. Una razón descarnada, matemática, sin sujeto. Una razón objetiva,
cuyo motor es el bienestar y el progreso de la humanidad, pero que en su
transitar por la historia del hombre modificó su viraje. Solo una razón sin
sujeto pudo convertir al sujeto en cosa.
El alma es la parte más delicada del cuerpo y hay que cuidarla. Nuestra sociedad desprecia lo anímico y reduce el cuerpo a fórmula o a fenómeno, bajo la apariencia de la absoluta veneración de lo corporal en su imagen física y en su conocimiento. No hay cosa más venerada que el cuerpo humano y al mismo tiempo, no hay mayor objeto que el cuerpo reducido a cosa, absolutamente cosificado. Los mecanismos gnoseológicos que reducen el cuerpo a fenómeno y a fórmula son, posiblemente, la esencia racional de la biopolítica, que encuentran su manifestación social en el liberalismo y en la degeneración de los ideales ilustrados y en ellos se encarnan. Siglo y ratio son una y la misma cosa, ya lo decía Hegel.
La transparencia del conocimiento reduce el cuerpo a fórmula,
a secuencia genética, a sistema de medida, no solo el humano, sino el de todo
ser vivo o inerte. La fórmula reduce el cuerpo a cosa que padece, con mayor o
menor empatía hacia ella y mediante el juramento, promete aliviar su dolor para
hacer su vida más próspera y agradable, e incluso alargarla hasta la eternidad
misma, que es lo que el ser humano ansía en la materia, vencer la muerte, alcanzar
la (in)mortalidad. A grandes paradojas humanas nos conduce.
La transparencia de lo fenoménico hace que los cuerpos se
mercantilicen totalmente desacralizados en la televisión, el cine y la publicidad
para ser devorados por el ojo humano. Forman parte del mercado de objetos que
normalmente consumimos en la caverna como fenómenos y únicamente conservan
cierta sacralidad en las iglesias y los museos. En la caverna lo fenoménico es
una forma de alimento, como cualquier comida que hacemos a lo largo del día.
Consumimos cuerpos transformados en fenómenos. Las redes sociales convierten
nuestra vida en álbum de fenómenos consumibles, en imágenes que pretenden
alcanzar la eternidad de la Monna Lisa
en el infinito fluir temporal del instante de ser, entidad o absoluto, que solo
unos cuantos likes pueden
proporcionarles, unidas al flujo infinito de lo corporal-fenoménico en el
hipertexto. Así se construyen las identidades, en las galerías fenoménico-cosificadoras
de la caverna, traducidas a redes sociales, donde los cuerpos se cosifican reduciéndose
a construcciones fenoménicas que se muestran para ser consumidas visualmente en
un fluir temporal infinito. Todos los medios de comunicación de masas convierten
lo corporal en imagen para ser consumida o imaginan la realidad, narrándola, para ser proyectada en los lienzos de coltano, reducidas a discurso, glosodoxa.
La obsesión de lo visual transforma en Occidente todo lo
corporal en fenómeno para ser consumido por la mirada. Esta obsesión trasciende
con creces el ideal griego de la belleza corporal como reflejo del equilibrio y
la simetría de las proporciones y se consuma en la reducción de lo corporal y
lo vital a puro dato, a fórmula simple, mediante la cual pueden reducirse los cuerpos, vidas privadas, intimidades y sexualidades a puras cosas para ser consumidas en un
programa de televisión como algo absolutamente normal y al mismo tiempo
grotesco, de lo que nadie jamás se escandalizaría ni cuestionaría su porqué. Ante
ojos ávidos de imágenes y oídos expectantes de intimidad, la vida y el cuerpo del
sujeto se reducen a cosa para ser consumida y devorada por el coro, el público,
la audiencia, cual banquete totémico de fenómenos. Platón ya nos avisó de los
peligros del cuerpo, pero no quisimos oírle. Vigorexia e hipocondria, junto a bulimia y anorexia, son los padecimientos que el culto al cuerpo y su objetivación y consumo producen en el ser humano, los reflejos del canon de lo fenoménico, del progresivo proceso de matematización y objetivación de lo corporal, que en algunos casos solemos llamar belleza. A esta belleza matemática y proporcionada se opuso el cubismo, o posiblemente no hizo más que descomponer la imagen en todas sus aristas posibles, creando la distorsión de lo multifocal, mostrando la mirada desde los más diversos ángulos desde los que una cosa o persona puede ser vista. La tarea del siglo veintiuno será recomponer al hombre, que se ha ido dividiendo en cubos a lo largo de la historia de la razón, ensamblar lo que racionalmente separó y descompuso.
Hoy me han puesto la segunda dosis de AstraZeneca. Por el
camino, mientras ya me había colocado en la fila de coches en la que
administrarían esa vacuna, iba leyendo si era más idónea para mi cuerpo que la de Pfizer, que pondrían a los coches de la fila de enfrente. Margarita del Val
me ha confirmado a posteriori que posiblemente mi decisión fuera la correcta. Igual
dentro de algunos años nos enteramos. Me hubiera gustado que hubiera sido de
otra forma, pero en la caverna no tener información relevante y tener demasiada
son cosas sinónimas y ambos extremos son consecuencias de la glosodoxa.
La glosodoxa puede
transformar nuestra libertad en un espejismo, en un gesto irrelevante como
cualquier gesto cotidiano o en una libertad microbloqueada,
que ante cualquier decisión se tiene que enfrentar a una vorágine gráfica
incomprensible. Me estaba preguntando si al final mi gato no va a ser más libre
que yo, al menos en estos momentos tiene mucho más claras sus pautas de acción,
aunque no sepa quién o qué dirige sus acciones, pero él sigue durmiendo
plácidamente en su cojín sin que ningún problema humano pueda perturbar su
feliz ronroneo.
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René Magritte, El falso espejo (1928) Volver a In medias res |