En un mundo fenoménico, donde las sombras y los simulacros no son trascendidos, cada sujeto se queda
encerrado en el espectro de su fenómeno en cada acto de conocer, por lo que el
mundo que se considera real se polariza, quedando sesgado en la imagen parcial
que cada sujeto asume construyéndola, o simplemente reflejando aquello que los
porteadores de sobras les proyectan. Para alcanzar la unidad, la síntesis, es
preciso trascender todas las posiciones fenoménicas, cosa que en la caverna
raramente sucede, no obstante, algunas personas lo consiguen o, al menos, lo
intentan.
Por esta razón, la
caverna es un lugar polarizado, pero esta polaridad, en el fondo, no es más que
una apariencia, donde el sujeto parece reconocerse, la polaridad misma debe
existir como simulacro, pues solo desde lo múltiple es posible la diseminación
del yo en el discurso o en las proyecciones. Debe ser de esta forma porque
la glosodoxa se nutre precisamente de las consecuencias y
resultados de la contradicción, no es más que un discurso sin fin producido por
los sujetos, en tanto que recipientes de una forma concreta de decir que se
opone a otras. No hay verdad en los opuestos en la actualidad, aunque
posiblemente antaño la hubiese, pero ahora hay solo apariencia, la glosodoxa es
la dialéctica deconstruida, vaciada y proyectada hasta el infinito. En la
caverna la síntesis es negada y no llega nunca a realizarse, quedando los
sujetos encerrados perennemente en sus posiciones fenoménicas. Esa síntesis, en
todo caso, no corresponde al individuo, sino a ciertos agentes productores de
discursos para los que los sujetos no son más que meras mediaciones materiales
para proyectarlos o reflejarlos.
La individualidad solo
persiste en el arte, en el resto de galerías, el sujeto no es más que la dimensión
material del discurso, su soporte corpóreo. Solo el artista es capaz de
construir sentido, o el científico de transformar en fórmula la experiencia, el
resto de los individuos se limitan a reproducir el discurso, por esta razón,
nada nuevo puede ser dicho en la caverna por un hombre concreto, solo por los
agentes de sentido. Entre los sujetos no hay más que polaridades no resueltas
que conducen a una oposición eterna, a un enjambre de fuerzas que pueden ser
conducidas de un lugar a otro de la caverna sin mayor esfuerzo y que suplantan
las identidades, son pseudoidentidades fluyentes. Siempre que
se conozcan los detalles de la oposición que hay entre ellas, se puede detonar
su conflicto cuando convenga, en cualquier momento, en cualquier galería.
Por esta razón, el
único individuo que puede llamarse así plenamente es el artista, el único que
puede llegar a ser plenamente sujeto y ser capaz de construir sentido
trascendiendo la cadena de apariencias, superando los opuestos. En la caverna
sucede de esta forma porque el mundo fenoménico actúa como una especie de
filtro que absorbe la luz que no puede trascender la opacidad de los fenómenos,
quedando relegada a simple sombra. La identidad como tautología y como
síntesis fenoménica, el reflejo en el espejo, es cada vez más inalcanzable. Nos
miramos en una infinidad de espejos y pasaríamos toda nuestra vida
recomponiendo todos los reflejos, es una tarea imposible, que solo se alcanza
construyendo una imagen y anulando los reflejos y las proyecciones fenoménicas.
El yo está escindido en la cultura de la imagen, la imagen misma como forma de
conocer lo ha acabado suplantando y convirtiendo en observador pasivo, su
cuerpo no se cuestiona, pero su alma puede ser un simple almacén fenoménico,
donde las imágenes y los discursos se superponen de forma caótica y amorfa. Al
cortar nuestra relación directa con lo natural, cortamos también, sin darnos
cuenta, el hilo del yo, lo hicimos hace tiempo, tres siglos hace ya de eso. El
pastor heideggeriano es el hombre que quiere retomar ese hilo, pero no se puede
desmontar ya el edificio, posiblemente solo podamos observar cómo se va
derrumbando poco a poco.
Solo los artistas y los animales, como mi gato, son plenamente, unos por inconsciencia y otros por hiperconsciencia, el resto tenemos que hallar nuestra identidad tras una multitud de apariencias fenoménicas, de imágenes con las que nos identificamos y en las que a veces quedamos atrapados sin saberlo, como en una especie de maraña o tejido de fenómenos que a veces solo muestran tras de sí el vacío. Tras el flujo infinito de imágenes y fenómenos se halla posiblemente el yo, o un simulacro, debe haber algo tras los cúmulos fenoménicos que somos. En la Grecia clásica el yo era la célula de un organismo, en la actualidad es un cúmulo de reflejos polarizado en las miles de proyecciones de las imágenes que consume. Mi gato a esta hora dormita, tiene un cojín especial para él en un sillón antiguo. Le gusta estar en alto. La cama de cómic que le compré no es de su agrado, prefiere levitar a medio metro del suelo.
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Mariana in the South (1897), John William |