Todavía tengo en casa ese viejo armario de caoba de
cuando era pequeña. Está en un ensanche de la alcoba donde dormía mi abuela, en
la casa vieja, que según me contó mi madre, antes de que ella -con gran esfuerzo- pudiera hacerle una pequeña reforma, no era más que un corredor largo con un
tragante al final y una cuadra con un pajar que estaba a mano derecha, precedida
de un patinillo.
El patinillo era muy peculiar, recuerdo que en
la pared había un par de argollas para amarrar a las bestias y también tenía
una pila de piedra con estregadera donde se hacía la colada. Siendo yo muy
pequeña no había aún lavadora en casa y la ropa se lavaba a mano en la pila. A
veces también servía para desplumar los pollos que mi tío Manuel o mi padre
traían de vez en cuando. Cuando se mataba un pollo, yo lo pasaba muy mal y ese
instante tan cruento ahora me recuerda a una película de Buñuel en la que
aparecen escenas similares. Los fotogramas del pasado se han quedado grabados en mi recuerdo.
En el patinillo había también un pozo del que yo solía
sacar agua siendo muy pequeña para limpiar el suelo. El agua del grifo la
usábamos solo para cocinar o bañarnos, pero nunca para limpiar la casa, para
ese menester siempre se sacaba agua del pozo. Junto al pozo estaba la escalera de
cemento que subía al soberao, donde
yo me ponía habitualmente a tomar el sol, sentada en los peldaños superiores. La
puerta que franqueaba la entrada a ese universo estaba compuesta por
varias tablas de madera grisácea bastante deterioradas, y casi siempre estaba
abierta.
Dentro había un viejo baúl con fascículos de enciclopedias por encuadernar
y un estante con varios cachivaches, entre ellos, el que más me gustaba y mejor
recuerdo, es un molinillo de café algo oxidado con el que yo solía jugar a veces,
abriendo el pequeño cajoncito de metal grabado por donde caía el café molido,
que después mi abuela o mi madre preparaban en una vieja tetera de aluminio abollada por un lateral. El
suelo era de tablas viejas de madera superpuestas, entre las que había grietas
o hendiduras por las que se colaban pequeños objetos porque no casaban bien
unas con otras o estaban demasiado deterioradas. Del techo colgaban unas cañas
en las que a veces había ristras trenzadas de ajos y cebollas, e incluso una vez
recuerdo que se usaron para secar chorizos y morcillas que mi abuela y mi madre hicieron en casa. Solo recuerdo que hubiese embutido en las cañas una sola vez en toda mi infancia. Siempre que
subía hasta allí me preguntaba qué podía haber debajo de las tablas del suelo.
Aún no lo sé.
Guardo buenos recuerdos de la alcoba, aunque algunos
de ellos son muy tristes. El día que murió mi abuelo, siendo yo muy pequeña, me
escondí detrás de la puerta aterrorizada. La puerta tenía dos hojas de madera
blanca con varias capas de esmalte que se abrían hacia adentro y una de ellas
formaba un pequeño hueco que hacía de escondite entre la pared y un pilar
saliente. El viejo armario de color caoba aún sigue allí. A
veces me entretenía en ordenarlo minuciosamente y me vestía con algún traje de
mi madre, me ponía un abrigo suyo y me miraba al espejo como si fuera mayor.
Otras, corría a abrir las hojas de las puertas para mirarme al espejo cuando mi
madre me hacía un vestido nuevo. Recuerdo aquel vestido bordado a mano que
estrené y lo feliz que me miraba a los espejos del armario de caoba para
verme con él puesto, mientras giraba como un derviche. Todos los vestidos que tenía los confeccionó mi madre a mano. Aún
conservo dos: el azul celeste de los cisnes y el rojo de los canastos de
flores. Este último era, sin duda, mi favorito.
Me gustaba estar en la alcoba, además del ropero de
caoba con la ropa tan elegante de mi madre y los collares de perlas con los que
me solía disfrazar de mujer y mirarme al espejo, allí estaba mi abuela Rosario.
Ella cantaba muy bien. No sabía leer y, posiblemente, tampoco escribir, pero
tenía una voz maravillosa. Siempre estaba cantando, se sabía todas las coplas
de memoria. Un día me contó que podía haber sido una gran artista de la copla,
pero eso no estaba muy bien visto en aquella época y su marido no se lo
permitió, por lo que tuvo que contentarse con cantar en casa mientras planchaba,
o simplemente con tenerme a mí, a mi gata y a los transeúntes
que pasaban por la ventana como auditorio.
Cada vez que me miro al espejo recuerdo el viejo armario
de caoba como si me mirase en mi infancia y en medio del silencio escucho la
voz de mi abuela todo el día cantando sus coplas. A veces, cuando me miro
al espejo, donde realmente me estoy mirando es en el tiempo. Antes no había
pandemias, pero sí que recuerdo haber sufrido consecutivamente la varicela y el
sarampión.
La historia es un juego de espejos. Las
acciones se reflejan en el tiempo como haces de luz. Posiblemente nuestro
tiempo sea uno de estos haces de luz del pasado que se ha concretado o proyectado de forma distorsionada
en nuestro presente. Todo ser y todo pueblo tiene sus luces y sus sombras, que se reflejan en el espejo de su historia. Los
haces de luz de nuestro presente se reflejarán en el espejo del futuro, esperemos que nuestros descendientes puedan ver bellas imágenes en el espejo del tiempo.
Detalle del lienzo El matrimonio Arnolfini (1434) de Van Eyck
Los días se suceden uno
tras otro, la luz se difumina en el cénit y el ocaso se ennegrece. El ciclo es
eterno, la naturaleza así lo ha decretado desde el comienzo de la existencia,
cuando ni el hombre habitaba la Tierra. Las estaciones pasan, solo la contaminación
puede alterar esta ley inexorable. Dentro de cada día hay un nuevo ciclo de
repetición: las costumbres, las rutinas, los hábitos, pero sin intersección
social posible. No hay fiestas que celebrar, excepto la Navidad y el milagro de
estar vivos. Estamos solos y reducidos casi a nuestra vida vegetativa. Solo los
animales pueden cumplir su ciclo, la naturaleza les protege.
No sé si la historia humana se ha ralentizado
después de varios centrifugados temporales caóticos para demostrarnos que la
oposición solo es un signo de la naturaleza. Los contrarios luchan en el
mundo natural, dentro del hombre se oponen las pasiones y las pulsiones. La
historia no es el escenario de la lucha de clases como creía Marx, sino la
danza de las pasiones humanas en el tiempo, en su acontecer individual y
colectivo. El eterno retorno de lo mismo.
Cuando la historia se comporta como la
naturaleza es porque el hombre no se ha superado a sí mismo y se le presentan
las mismas pasiones al cabo del tiempo, para volver a sucumbir ante ellas.
Muchos ocasos ha tenido la humanidad y posiblemente seguirá teniendo. Muchos
soles se han puesto en nuestra historia. Este año dejará de brillar una
generación entera, los soles más hermosos de la posguerra. ¿Quién entonará ahora
epopeyas a la memoria y al olvido del hombre?
La circularidad es una ley de la naturaleza, que
reta al hombre todos los días y le presenta las mismas tentaciones ante las que
perece su humanidad. Su signo es el uróboro, el dragón que se muerde la cola,
el eterno comienzo del mundo. Hoy la naturaleza deja al ser humano sin abrigo,
bajo la efervescencia de sus pasiones, para que reflexione sobre ellas y deje
de urdir en la sombra telas de araña. Nos reta a romper el ciclo para hacer
brillar a la verdadera humanidad, a crear un mundo propiamente humano. Alguna
de estas generaciones lo conseguiremos, pero tenemos que ir pensando en qué
hemos fallado.
Poco caso hacemos a los modelos humanos y menos
aún a los divinos -le dije a mi gato mientras dormía plácidamente en mi
regazo- repetimos siempre los mismos tópicos y estereotipos, somos casi
personajes de ficción, cuando no, mecanismos que repiten los mismos gestos con
obsolescencia programada y con posibilidad de anticiparla.
Los seres humanos somos muy aburridos -le susurro al oído- y eso que tenemos
conciencia, pero la mayor parte del tiempo dormita, como tú. La perfección es
el amor, verte dormir hecho una bola en mi regazo. Mi gato es mi uróboro
doméstico. Pero no te dejes engañar, quien no te respeta, no te ama. Quien no
te respeta, te niega. A Dios lo negaron tres veces, pero a mí, infinitas.
Uróboro (εν το παν, «todo es uno»)
Símbolo mitológico arcaico que aparece en La historia interminable (1984) de Wolfgang Petersen, como adaptación de la novela de Michael Ende
Nuestra situación de extrañeza no solo tiene un origen existencial,
parte también de los saberes y los valores fundamentales sobre los que nuestra
cultura hasta ahora se ha sustentado. Las bases, tanto ideológicas como morales
se difuminan, se disuelven en la distopía de la pandemia contemporánea, con la
esperanza de que surja de ella una nueva criatura que traiga nuevos valores
consigo o, al menos, se respeten los ya existentes. El último de ellos, y el
más nuevo, es el que nos define en nuestra relación con la naturaleza, relación
que se ha pervertido desde hace tiempo, principalmente en los dos últimos
siglos de nuestra historia.
El respeto por la naturaleza, fuente de vida y tapiz último
en el que se tejen las relaciones de todos los seres, es el suelo que no podremos
perder de vista, si queremos seguir sobreviviendo como especie. Tendremos que retomar
el hilo que nuestro gato, el aspecto más salvaje que hay en nosotros,
disfrazado de racionalidad, ha deshilachado y sigue deshilachando en su juego
pueril. No podemos construir el tapiz únicamente con fibras sintéticas, si lo
hacemos, convertiremos nuestro mundo en una novela de ciencia ficción, en un
puro artificio. La última pregunta kantiana se hace hoy más necesaria que nunca,
pero para ser contestada colectivamente. Seguimos eludiendo la necesidad de
respuestas certeras.
Hemos sido engañados por el conocimiento, nuestra propia
herramienta de supervivencia se ha vuelto en nuestra contra, las ideas que
emergen en nuestro seno piensan a veces contra nosotros, la utopía se ha
transformado en distopía, la Ilustración, en barbarie. Llevamos dos siglos
viviéndolo y seguimos el mismo camino. La historia del cocimiento es la historia
de la utopía, del optimismo. No hay seres más felices e ingenuos que los
filósofos, esos niños barbudos capaces de distorsionar el mundo. Ninguno de
ellos se ha atrevido jamás a pensar en clave distópica, aunque sí lo hayan sido,
en algunos casos, los resultados de sus pensamientos.
Solo en la novela y en la literatura se ha presentido la
distorsión del sueño utópico al que nos ha conducido el saber, una vez que
decidimos comernos la manzana. Es posible que en la literatura estén escondidas
todas las respuestas al optimismo ilustrado y a nuestro presente. Somos el
producto de la utopía frustrada, de un afán de transformación nunca consumado, del
engaño del pensamiento, de la construcción de paraísos gnoseológicos que han
acabado diferenciándose de la realidad vivida individual y colectivamente.
Los filósofos nos han engañado. En la ficción está la verdad.
Las respuestas a las utopías filosóficas están encriptadas en las distopías
literarias. Utopía y distopía son las dos caras complementarias de la realidad
del hombre, que como dios Jano, se presentan en su historia. La literatura es
la forma que nuestra cultura tiene de canalizar lo distópico, en tanto que crudeza
existencial vivenciada y no paliada por el saber, los avances de la ciencia, el
arte o la falta de amor como respuesta más certera.
Me pregunto si es posible que El Quijote marque el comienzo de esta extraña y atípica
complementariedad, en la que se describe mejor la realidad desde lo literario.
Es lo que tendrían en común Nietzsche y Cervantes, ambos cronistas -sui generis- de su tiempo. No hay
mejores retratos del hombre y de la mujer que en parte somos, y con pincelada más certera, que los que hace
Galdós.
¿Quién será la mente capaz de intentar descifrar los secretos
de nuestro tiempo? ¿Quedarán ocultos para siempre? ¿Estarán ya descritos en una novela? Es mejor no pensar. La
utopía tiene algo de nostalgia mítica, en tanto que intento, casi siempre fallido, de
recobrar la idea de paraíso y hacerla presente. Se alimenta de la nostalgia, real
o imaginaria, de la plenitud. Transcripción gnoseológica y lingüística de la primordial sensación oceánica, reverso del dolor que produce el desgajo de la individualidad e intento de retorno al Ser, al Uno. Ese es el fondo oculto de la utopía, por eso siempre nos seduce tanto como nos engaña.
Me quedo con mi gato y con La señora Dalloway en el mundo imperfecto, porque gran parte de mi vida ha sido una cita literaria de
Virginia Woolf.
Portada de la 1ª edición de Un mundo feliz traducida al castellano en 1935
Los vecinos salen a la hora acordada a sus ventanas y
balcones como si fueran las figuritas de una caja de música. Se repite el mismo
ritual profano: los aplausos y la música. Todos sabemos cual es la banda sonora
de esta pandemia, pero desconocemos por ahora su leitmotiv
en nuestra existencia. No es el primer momento de nuestra historia colectiva en
el que la música aglutina los sentimientos y las emociones de los ciudadanos.
Tiene esa cualidad, unir a las personas bajo el denominador común de la emoción,
es el lenguaje de los sentimientos físico-matemáticamente expresados.
Pese a transmitir y generar emociones, está hecha de física,
matemática y silencio, incluso en la disarmonía, pero solo nos puede hablar en
la materia. No hay música en el vacío, solo el sonido ensordecedor del viento interestelar, pero aún no lo sabemos con certeza. Posiblemente Dios quiso poner sonido al universo al crear al hombre y le comunicó el arcano secreto de la melodía, si es que existe, claro. Solo lo vivo produce sonido, aunque a veces sean simples e incluso molestos ruidos. Música, sonidos cotidianos y silencio casi ensordecedor se alternan
en nuestra vida diaria.
En pocos momentos de la historia humana han predominado
disarmonía y silencio como hilos conductores de la existencia. La disarmonía pudo ser la respuesta a la pregunta por el sinsentido, un reto al orden y al sentido en sí mismos, con sus paralelos en la literatura, la filosofía y el lenguaje, por esta razón solo fue posible en el s. XX, tras la catástrofe. No obstante, Nietzsche tuvo sus precursores en Chopin y el propio Wagner, su interés por este último no fue casual. La filosofía es solo el lenguaje del decir, de lo descrito y lo manifiesto, aunque a veces sea simple y llana glosodoxa.
El silencio es
privación casi total de movimiento y vida, hay quienes lo buscan con avidez como sinónimo de paz, Wittgenstein tras la Gran Guerra, por ejemplo. En
el mundo material nuestro es imposible el silencio absoluto, siempre algún pequeño ser,
por diminuto e insignificante que sea, viene a romperlo, excepto este virus,
que ha generado en su mudez su propia sinfonía mundial: la sinfonía de la
muerte.
A veces pongo música clásica, a mi gato le encanta. La
armonía le produce sosiego y equilibrio. Tras corretear un rato persiguiendo a alguna
mosca o araña diminuta, se recuesta es la esquina superior derecha del sofá, su
espacio favorito y el lugar más luminoso del salón. Siempre prefiere a Vivaldi
o a Mozart, Schönberg suele inquietarle, no es para menos.
La música comunica eternamente, es el lenguaje de los
lenguajes, siempre tiene algo que decirle al ser humano. Es horrible pensar que
el lenguaje humano no llegue a decir nada, que los discursos sean una colección
de palabras vacías, la retórica de la vanidad humana en los titulares, en la
publicidad, en todas partes un discurso sin alma. El discurso del poder o de los intereses, pero no el del hombre, aunque por el hombre sea pronunciado. Turguéniev lo predijo en su
retrato literario. Hay que moderar el lenguaje, usarlo solo cuando es preciso
para que la palabra humana no llegue a vaciarse. A veces es mejor callar, no hay palabras para expresar lo inefable o los abismos de la existencia.
Pasan las horas de confinamiento. Estemos solos o acompañados
repetimos las mismas rutinas y con ello la vida se vuelve más mecánica, más
animal. Aunque no estemos ceñidos al horario y al ritmo urbano, creamos
nuestros microritmos agazapados en la subcaverna doméstica. Hemos perdido parte
de nuestro ser, solo la lectura, la reflexión y la conversación serena con
amigos y seres queridos nos lo devuelve a ratos. El resto del tiempo lo pasamos
deambulando por el escalón más básico y primordial de nuestra existencia.
El confinamiento nos conduce a una especie de medievo
tecnificado. Atravesamos casi un desierto existencial, pero juntos llegaremos
al oasis de la humanidad plena cuando todo termine. Es posible. Si no es así,
al menos podremos ver la luz del sol y salir de nuestras casas, aunque no
sepamos a ciencia cierta si verdaderamente es esta la humanidad plena o su
ocaso, pero seremos felices de poder hacerlo. En este tiempo nuestro se rozan nihilismo
y apocalipsis.
La mayoría no estamos solos y los que vivimos en soledad, no
estamos aislados del exterior. La ventana, cuadratura arquitectónica y fuente
de luz, se ha transformado en una mediación comunicativa material entre el
hombre y el mundo desértico que habita, pequeñas células domésticas hacia el
exterior. Los gestos cotidianos que repetimos a diario a través de las
luminarias nos conectan al mundo. Ahora más que nunca sabemos que el alma de
este mundo es en esencia social, interpersonal y solo nos ha quedado su esquema
material, su esqueleto de cemento salpicado parcialmente de verdor.
Frente al aislamiento físico, vivimos la pandemia
hipercomunicados. Hay miles de ventanas que nos conectan al mundo a las que
solo los humanos podemos asomarnos. Mi gato a veces las observa, pero sin mucho
interés, nunca se sentirá atraído por el poder hipnótico de las pantallas y las
imágenes en movimiento. En ese aspecto, es posible que los animales sean mucho
más naturales e intuitivos que nosotros, incluso los que hemos domesticado. No
agotan su existencia mirando ventanas tecnológicas. Tampoco los huecos en los
muros y sus viandantes les atraen, es uno de los gestos que adoro de estos
seres, solo buscan luz y calor en las ventanas.
Hoy he vuelto a salir a la calle. Es una gran alegría poder
ver el exterior desde otra perspectiva distinta del cuadro de las ventanas de mi casa. Cuando he pisado el suelo, he sentido como si el tiempo se hubiese
detenido. La sensación al caminar es de atemporalidad o de una especie de
temporalidad suspendida, ralentizada, que no podría describir con exactitud.
Las ciudades han perdido su pulso y su ritmo cotidiano, se han desacelerado
como si alguien hubiese pulsado el botón de cámara lenta para que las imágenes
pasasen más despacio. La vida pasa ahora pausadamente, y en ese pasar se hace
más presente lo que antes se daba por supuesto. Aparece enfocado el fondo del
paisaje en nuestro habitar el mundo.
Algo tan simple como ir a comprar me ha producido una agradable
sensación de felicidad, aunque no he podido disfrutar plenamente de este
pequeño gesto. Mi gato me acompañó hasta la puerta erizando el rabo y
demandando caricias mientras me marchaba, ataviada con las barreras de seguridad
oportunas. Al llegar, he dado las gracias. Es estremecedor cómo lo invisible se
ha transformado en lo imprescindible. La cajera del supermercado, el reponedor,
el transportista, el carnicero, el agricultor, gracias a ellos todos podemos
sobrevivir. En estos momentos, la sencillez nos sostiene.
Al volver, he mirado al cielo. El monte estaba cubierto de
una nube densa que lo coronaba, esa estampa ha sido el mejor regalo de estos
últimos días. No hay poema más bello que la naturaleza y sus formas, pero solo
deben trasladarse al mundo humano en el arte. Gaudí supo reescribirlas en
piedra, Bernini bordó el movimiento en mármol y Stravinsky modeló el sonido, materia
casi tan imperceptible como la muerte en estos momentos.
Tengo que elegir un poema hecho con palabras y no sé ni lo
que es. No hay nada más gratuito en este momento y a la vez más divino. Me va a
llevar tiempo. La poesía es un lujo que nuestro tiempo no quiere permitirse.
Trinidad humana, hija de tres padres, el hombre, lo divino y el lenguaje. No es fácil
alcanzar la transcendencia con palabras, posiblemente éstas se usen más que las
piedras y los sonidos. Más complejo aún es alcanzarla con silencio. No voy a
poder hacerlo, no tengo aquí ningún libro.
Es tan difícil hacer hablar al lenguaje como al silencio, porque
ambos callan: uno en su mudez y el otro en su decir. Es como pretender sacar
agua de las piedras, o más bien, como la alquimia: la divina proporción de
adjetivos sustantivos y verbos. Hacer hablar al lenguaje y al silencio es hallar
lo eterno en lo cotidiano, en lo intrascendente. Ahora es posible, solo tienes
que salir a la calle y mirar al cielo sin que el cielo te mire a ti. El cielo
hoy me ha regalado un trozo de su infinita belleza.
La realidad es compleja, plurivalente. Me asomo a la ventana
como cada día y observo una constelación de pequeñas aberturas, pequeños mundos
frente al mío. Todos estamos inmersos en el mismo problema, pero cada cual es
posible que lo viva desde una perspectiva distinta, aunque compartamos el mismo
horizonte. En este momento la realidad es desbordante, hiperreal. Cuando esto
sucede hay un gran riesgo de que sea confundida con la ficción, con un mundo
construido, soñado y representado por otros, mostrado a través de imágenes que sustituyen a lo real como los pronombres sustituyen a los nombres. Esa perspectiva
sostenida en el tiempo puede generar una psicosis social, como una música
disonante que se prolonga demasiado.
Solo recuerdo un par de casos, que se han convertido en
fechas históricas, en los que los medios de comunicación me despertaron con
noticias similares a ficciones, que en ese preciso instante se parecían a las
del tipo La guerra de los mundos, o con
imágenes que mi mente jamás hubiera podido llegar a pensar que eran reales,
sino el resultado de un proceso de postproducción en un estudio de cine.
Me pregunto cómo vivirían la pandemia a principios de siglo, en
la Edad Media, o en tiempos de Marco Aurelio. Los historiadores deben conocer
los detalles, incluso los síntomas de la enfermedad en los sufrientes. Es
posible, pensando de forma apocalíptica, que la decadencia de una civilización
venga marcada por estas plagas como un sello divino. ¿No sería necesario
reflexionar un poco y hacer algunos cambios antes de que esto pudiera
sucedernos a nosotros? ¿Somos ya una cultura agonista, o es esta simplemente
una página que tenemos que pasar en nuestra historia colectiva?
Se lo comento con frecuencia a mi gato mientras le hago
cosquillas en la barriga para no importunarlo demasiado con cuestiones
trascendentales, que le suelen producir bostezos, o un hipo extraño si son
demasiado complejas y se las dices muy de cerca al oído. Hoy le he planteado
una mientras estábamos sentados en el sofá, aprovechando que estaba casi
dormido: al final, cuando todo esto acabe, es posible que volvamos a origen. Al
escuchar esta frase se ha puesto a relamerse en su ritual de desinfección
cotidiano, provocado por la frecuencia y la vibración sonora, o simplemente por
hastío.
El origen es la simplicidad, lo sencillo, lo primordial. El
origen sería, por tanto, la dualidad de la que partíamos antes de que toda
nuestra realidad se complicase. Si volvemos al origen, lo múltiple se disolverá
y quedarán sólo los opuestos, que en segmentos temporales concretos llegarán a
conciliarse, pues en una oposición continua es imposible cualquier desarrollo
social, natural o humano, excepto para Wittgenstein o unos pocos como él, que
lograron escribir grandes obras en plena guerra, pero no sucede así para el
común de los mortales. Demasiado mortales somos en este momento.
Últimamente me asomo a la ventana y no veo ni tan siquiera
gatos por la calle, parece que ellos también se han escabullido huyendo de la
pandemia. Nunca he tenido mayor sensación de vaciedad, el paisaje que se
enmarca desde el cierro de la cocina me recuerda a los efectos especiales de
una película ambientada en la Nueva York del 3021, solo faltan los salicornios
rodando por las aceras.
Esta mañana estaba en la cocina cuando, de repente, llegaron
unos señores extrañamente ataviados con peluca y megáfono. Me distraje tanto al
mirarlos de reojo entre los pequeños huecos de los visillos de las ventanas,
que cuando volví al fuego, casi le echo de nuevo sal al guiso. Habían salido a
la vía pública para felicitar a un vecino, probablemente un amigo o allegado y
le cantaban Cumpleaños feliz de
Parchís. No recuerdo en este momento su nombre, pero me entraron ganas de
bailar.
No importa quien fuera, tampoco aquí conozco a nadie. Lo
verdaderamente importante es el detalle y los buenos deseos, los deseos de
felicidad. Más allá de todo el atavío, del despliegue musical y del riesgo que
supone salir a la calle estos días, me llama la atención el hecho de ser
recodado. El recuerdo y la memoria de
alguien es en este momento casi el único vínculo social que podemos tener. Ser
en el recuerdo del otro.
Etimológicamente, recordar hace referencia a un sentimiento, a
una vivencia: pasar de nuevo por el corazón y llegar nuevamente al cerebro la
imagen de lo vivido, pero con menor intensidad.
Todos dejamos huellas en la plasticidad de las emociones
ajenas que se transforman en recuerdos. Aunque para ser felices pretendamos ser
inmediatez y existencia plena, presente continuo, nuestro cuerpo y nuestro
cerebro están llenos de huellas invisibles que habitan en las miles de capas
que hay bajo la epidermis y vagan por universos internos desconocidos, hasta que
un día alguna de ellas es pescada por la memoria.
Pese a todo, hay seres que no dejan huella alguna, son
socialmente inexistentes, o más bien aexistentes.
Un famoso escritor acuñó un neologismo para nombrar esta realidad: unperson. Ser una no-persona o un aexistente es aún peor que ser discriminado.
A fin de cuentas, la discriminación no es absoluta y no impide la
autorrealización, no agota la plenitud del ser, sólo niega parcialmente una
parte por tiempo limitado y posiblemente en un espacio concreto.
Una no persona, sin embargo, encarna la contradicción más
radical y extrínseca de una de las leyes fundamentales, tanto de la lógica como
de la sociedad humana: la no persona es y no es al mismo tiempo. Existe, pero
no se realiza. Es un ser existente, pero socialmente no realizado por pura
negación, un ser desrealizado. En ella se niega plenamente el ser en todos los
aspectos, excepto en la existencia, que sólo podría anularse con la muerte.
Afortunadamente, mi gato nunca leyó a Aristóteles, ni a Parménides, ni a Orwell.
Pasan
las horas y casi todos los días son iguales: el mismo tiempo, el mismo lugar,
las mismas paredes, la misma música a la misma hora, la misma rutina, la misma
soledad.
En estas circunstancias es mejor cambiar de
rumbo, de horario, de hábitos. No podemos cambiar la situación, solo nuestra
forma de verla y de vivirla. Cada día es un clon del anterior que se repite y
se repite indefinidamente. Pero es así y no puede ser de otra forma, los seres
humanos estamos hechos de rutinas y hábitos. La rutina es a la cultura
humana lo que las leyes de la física y la biología son a la naturaleza. Sin
embargo, a veces la rutina pesa tanto como la piedra de Sísifo.
En nuestros genes se repite el mismo patrón,
pero con pequeñas variaciones, como en una sinfonía. Es maravilloso lo iguales
que somos y las diferencias tan insignificantes que hay entre nosotros. La
diferencia está en la variación, esta es la que nos hace humanos. Somos un
corta y pega de cualquier primate, solo lo mínimamente distinto nos hace humanos
desde el punto de vista biológico, es absolutamente increíble.
Nuestros actos también son producto de la misma
repetición, día tras día, año tras año, siglo tras siglo. Somos un corta y pega
de nuestros antepasados. ¿Cuál es entonces la variación que hace posible un Van
Gogh, un Wittgenstein, un Mozart o un Marx? Posiblemente la pasión, la autenticidad y la
libertad. No lo sé, pero seguro que no lo tuvieron fácil.
Marx solía dormir en el sofá y en el centro del
salón tenía una mesa atiborrada de trastos llenos de ceniza y un par de sillas,
una de ellas, coja. No era hombre de buenas costumbres. Tampoco lo era,
posiblemente, Wittgenstein, a pesar de ser un burgués. Ninguno ceñía, al
parecer, su vida a las convenciones y menos aún su pensamiento. Pero no hay
forma de romper con la costumbre, la costumbre nos domina, si es que queremos
vivir en la caverna.
Ya se lo he dicho a mi gato: eres un corta
y pega, hay miles de gatos iguales que tú y con las mismas manchas incluso.
Como siempre, no me hace caso, vive
feliz en su mundo pautado. Él no lo sabe, pero aquello que lo hace especial y único
para mí es la vivencia, los momentos vividos, la intersección de su vida animal
en mi sucesión temporal de hábitos. Por eso, muchas veces, le digo mientras lo
acaricio: en un mundo donde la repetición es la ley, donde el original ya no se diferencia de la copia y donde el tiempo no es más que una progresión
aritmética de instantes yuxtapuestos, no me extraña que un Van Gogh se venda al
mismo precio que un cuadro de los chinos. Pero a él qué le importa, vive feliz, totalmente
ajeno a las cosas humanas, nunca he sentido mayor envidia que al verlo
ronronear de esa forma. Es inadmisible.
Son días extraños. Hace casi un mes que estamos confinados, metidos dentro de nuestra caverna privada, la subcaverna que hay dentro de la caverna de la que hablamos. Todo el mundo tiene la suya. Pretendíamos salir y estamos más agazapados que nunca. La caverna es un no lugar, pero existe, puede a veces identificarse con un espacio físico o toponímico, pero realmente es otro tipo de espacio, un espacio sin fisicidad. Hay tantas cavernas como personas. Me pregunto a veces si mi gato tiene la suya propia y no me dice nada.
Hoy he visto la nieve, los copos bajaban del cielo como si fueran flores frías de algodón y alguien allí arriba las estuviese derramando como caramelos celestes. Es un gran regalo poder ver esa postal por la ventana y romper la monotonía de este encierro.
Cómo hemos llegado hasta aquí, me pregunto. Ha sido un cortocircuito entre los hilos, una anomalía grotesca que no sucedía hace casi un siglo. Ciertamente, la naturaleza no podrá ni querrá respondernos, solo a veces los científicos le arrancarán una respuesta balbuciente en un lenguaje que habrá que traducir. Nadie lo sabe.
Nunca hubiera podido imaginar que la realidad cotidiana se podía convertir en una película de ciencia ficción, cuando no, de terror. Y quién sabe, por muy surrealista que pudiera parecer, ¿no habrá por ahí un doctor Frankenstein contemporáneo haciendo de las suyas, un científico endiosado jugando a experimentar y cruzando los hilos hasta que suelten chispas? Frankenstein, desde luego, estaba obsesionado con la vida, no con la muerte.
Espero que esto quede para tí en un simple y maravilloso pretexto para pensar en el don más precioso que tenemos y que a la vez sea el detonante de un profundo cambio cultural. Aunque nos convirtamos en Sanchos o epicúreos, pero estos días tengamos que ser, irremediablemente, un poco estoicos, pero no demasiado.
Boris Karloff en El doctor Frankenstein (1931), de James Whale
Me quedé esperando cómodamente en
casa, sentada en el sofá, acariciando a mi gato y leyendo un libro, uno de esos
libros que nadie lee sobre un personaje anacrónico. Es una biografía, le decía,
pero mi gato no me hacía mucho caso. Tras ronronear un rato, se levantó de un
salto y se puso en posición bípeda para perseguir a una pequeña araña que subía
por el cristal del cierro del patio.
Casi todos los libros biográficos
son de personajes importantes que se atrevieron a hacer grandes gestas, nadie se
preocupa de la gente corriente, nadie que no sea Virginia Woolf escribe libros
sobre gente sencilla. La vida de este hombre ha cruzado los umbrales del
tiempo, cómo es posible, si en su momento no fue muy querido. Hay muchas formas
de morir, pero Sócrates murió de coherencia, ciertamente, no sé qué será peor, si
morir de coherencia o de intoxicación de paté de faisán.
Sócrates no es buen modelo. A pesar
de que los escultores debieron esforzarse, no aparece en el busto que lo
inmortalizó muy favorecido. Como es lógico y comprensible muchos preferirían
imitar otra cosa. Hay para elegir.
La tele estaba puesta, mientras leía,
escuchaba el mismo programa de siempre, pero no le hacía mucho caso, sonaba
como un runrún de fondo sin mucho sentido. Por qué imitamos a alguien, me
preguntaba, aunque ciertamente no había sido Sócrates tampoco muy imitado, más bien lo
contrario. Es posible que la mímesis y la filia sean una misma cosa. Sólo
imitamos lo que amamos, lo que nos gusta, aquello en lo que nos reconocemos o
que queremos que forme parte de nosotros. La imitación es una apropiación. Y
quién va a querer morir de coherencia. Nadie, ni siquiera mi gato. Al menos una
pizca no estaría de más, pero yo lo tengo muy claro: si me dan a elegir, me quedo
con Cristiano Ronaldo.
1. LA SITUACIÓN DEL CINE EN LA ESPAÑA DE LOS AÑOS TREINTA 1.1. La
“edad de oro” del cine español y del documental europeo. La transición del mudo
al sonoro
Recién instaurada la Segunda República en 1931, tras la dimisión de Primo
de Rivera, el establecimiento de la dictablanda de Berenguer y la rebelión
republicana de Jaca, Buñuel decide volver a España. Dos años atrás había rodado
su famoso díptico surrealista, Un chien andalou (1929) y L'Âge
d'or (1930), ésta última financiada por el Vizconde de Noailles y
estrenada en el cineclub Proa-Filmófono de Madrid, fue una de las primeras
películas que se rodó con sonido, anticipándose a la llegada del sonoro. Tanto
en nuestro país, como en el resto de Europa y EE.UU., se estaba produciendo
la transición del mudo al sonoro y las majors empezaron a
doblar versiones en español. En España se vislumbraba la posibilidad de la
creación de un mercado panhispánico: en 1931 se celebró en Madrid el Congreso
Hispanoamericano de Cinematografía y también en 1931, la distribuidora
Filmófono pone en marcha un sistema de sonorización con discos y
empieza a distribuir films sonorizados. Filmófono, que además poseía una
importante cadena de salas en Madrid, empezará a producir películas en el año
treinta y cinco con Luis Buñuel como productor ejecutivo y eventualmente como
guionista e incluso como realizador; pero hasta entonces, el Buñuel recién
llegado de Hollywood, donde su experiencia no había sido demasiado grata, se
encontraba en España desorientado [1]
Buñuel durante el rodaje de Tierra sin pan (1933) en La Alberca
Los años que precedieron a la guerra, a pesar de los cambios políticos -a
la Segunda República le siguió entre 1933-1936 el Bienio Negro, caracterizado
por la hegemonía de los partidos conservadores, que recortan las libertades y
las reformas sociales y el conflicto con los anarquistas en Casas Viejas
(Cádiz)- y la poca sensibilidad manifestada por la República hacia el cine,
fueron favorables para la industria cinematográfica en España, pues la llegada
del sonoro propició el nacimiento de un nuevo género musical con
diversas facetas: opereta, zarzuela, espectáculo arrevistado y, por
supuesto, «españolada andaluza con canciones».
La inestabilidad política y las agitaciones sociales que desembocarían en
la guerra civil del treinta y seis se reflejan en el mercado cinematográfico,
que presenta una imagen bicéfala, como consecuencia de la dualidad ideológica y
política. La industria del sonoro estaba constituida principalmente por dos
productoras: la citada Filmófono, de ideología liberal, y Cifesa, de perfil ideológico
conservador. A pesar de ello, el bienio 1935-36 es designado por los
historiadores del cine como “edad de oro del cine español”, con
éxitos como La hija de Juan Simón y Don Quintín el
amargao, ambas de 1935, producidas por Filmófono y dirigidas por Sáenz de
Heredia y Luis Marquina respectivamente o Nobleza baturra
y La verbena de la paloma, también de 1935, producidas por Cifesa y
dirigidas por Florián Rey y Benito Perojo respectivamente. El cine del periodo
republicano –según argumenta Sánchez Noriega[2]-
nos ofrece un panorama contradictorio desde el punto de vista industrial y
comercial: por un lado, la producción aumenta sin necesidad de subvenciones
estatales y la industria del cine conecta con su público, que prefiere las
películas españolas a las norteamericanas; pero desde el punto de vista
creativo deja mucho que desear, probablemente debido a las deficiencias de la
industria, los problemas para la implantación del sonoro y la inexistencia de
guionistas profesionales.
Escena de Nobleza baturra (1935) de Florián Rey
El proyecto de rodar Tierra sin pan (1933) contrasta con
la producción predominante en España, un cine de corte melodramático, popular y
escapista, pero confluye con el documental europeo, que según Buñuel es el
sucesor de las producciones independientes, el heredero del cine de vanguardia.
En España, el documental empezará a cobrar importancia con la llegada de la
República, Cómo nació la República española (Juan Vilá
Vilamala, 1932) recoge filmaciones de la proclamación de la República. Fermín
Galán (Fernando Roldán, 1931) recoge los sucesos históricos de la
sublevación de Jaca. También cabría mencionar al documentalista gallego Carlos
Velo como uno de los más importantes de la época con La ciudad y el
campo y Almadrabas, sobre la pesca del atún en la costa de
Cádiz, ambas de 1935. En los años treinta también surgieron productoras de
noticiarios y documentales, como Noticiario Español, Film España y Cinespaña[3]. El cine republicano, que no había sido muy
crítico en el terreno de la ficción, tuvo la posibilidad de haber fundado
una prometedora escuela documental, que no cristalizaría a
causa del estallido de la guerra, el uso ideológico y
propagandístico que se hizo del documental durante el conflicto y
la emigración de profesionales como el propio Buñuel.
En Europa el documental se encontraba en su máximo esplendor: en 1929 se
filman El hombre de la cámara de Dziga Vertov, Regen de
Joris Ivens, L’argent de Marcel L’Herbier y À
propos de Nice de Jean Vigo y en 1933 –el mismo año en que se
termina Tierra sin pan- Hombres de Aran de
Flaherty y Borinaje de Storck e Ivens. La
llegada del sonoro, que se anticipó en el caso del documental, amplió el campo
de posibilidades del género al permitir que los relatos, testimonios orales, la
voz off o la música comentaran las imágenes o actuaran como contrapunto.La
idea de rodar un documental sobre las Hurdes, se le ocurrió a Buñuel tras haber
leído la tesis doctoral de Maurice Legendre y también, inspirado por las
crónicas que hizo la revista Estampa tras la visita del rey
Alfonso XIII a la región, según manifiesta el mismo Buñuel en una entrevista
con Tomás Pérez Turrent[4]:
«Había leído la tesis doctoral de Legendre,
director del Instituto Francés en Madrid. Un libro admirable, aún lo tengo en
mi biblioteca. Durante veinte años Legendre había ido todos los veranos a las
Hurdes para hacer un estudio completo de la región: botánico, zoológico,
climatológico, social, etc. Una maravilla. Luego leí unos reportajes sobre el
lugar que hizo Estampa de Madrid cuando lo visitó el rey».
Visita del rey Alfonso XIII a Las Hurdes en 1922
Pero cuatro años antes, en 1929, Buñuel había programado en el
Cineclub Español La zone (1927) de Georges Lacombe,
exploración de los tugurios que rodeaban el cinturón de París, tugurios que el
propio Buñuel explorará en la Ciudad de México de los cincuenta al documentarse
para rodar Los olvidados, un film que es consecuencia directa
de Tierra sin pan aunque entre ambos medie una distancia de
más de dos décadas. Es posible que Las Hurdes no sólo sea hija
de unas circunstancias sociales y políticas, sino también de la coyuntura
personal de su autor, que quería seguir haciendo cine, pero no contaba con la
financiación necesaria para ello. Sin presupuesto, un Buñuel conocedor del cine
soviético y del documental social europeo, ¿qué hubiera podido hacer que fuese
coherente con su trayectoria cinematográfica? Filmar Tierra sin
pan (1933) suponía la posibilidad de poder hacer un film etnográfico,
de denuncia social y cabalmente surrealista, para ello Buñuel buscó
financiación en Francia, pero al productor Pierre Braunbergen –que en los
sesenta produciría los filmes de los principales directores de la Nouvelle
Vague- no le agradó la idea. Finalmente, el proyecto se llevó a cabo de
la forma más inesperada y rocambolesca:
«Las Hurdes la pude
filmar gracias a Ramón Acín, un anarquista de Huesca, profesor de dibujo, que
un día en un café de Zaragoza me dijo: “Luis, si me toca la lotería, te pago una
película”. Le tocaron cien mil pesetas y me dio veinte mil para hacer la
película. Con cuatro mil compré un Fiat; Pierre Unik vino contratado por Vogue
para hacer un reportaje; y Eli Lotar llegó con una cámara prestada por
Allegret[5]».
Pero paradójicamente, Tierra sin pan acabó siendo censurada
por el gobierno republicano de Lerroux porque daba una mala imagen de
España. Al estallar la guerra en 1936, Luis Araquistáin, embajador republicano
en París, pagará la sonorización de Tierra sin pan con
traducciones al inglés y al francés y con un comentario final antifascista
relativo a la guerra para que el film fuera utilizado como propaganda
republicana en el Comité Internacional de las Naciones Unidas[6], la versión inglesa llevaría por título Unpromised
Land.
2. BUÑUEL Y
EL DOCUMENTAL
2.1.
Anticipación al film-ensayo
Para intentar catalogar Tierra sin pan (1933) nos podemos
preguntar en este trabajo cuál es el lugar que ocupa este singular
documental de Buñuel en relación con la eclosión de documentales que tuvo lugar
en la Europa de entreguerras, así como el significado de Las
Hurdes (1933) en relación al conjunto de la obra de su autor.
Ambas cuestiones estarían abiertas, más la primera sería difícil de precisar,
puesto que el auge del documental en la Europa de los años treinta se debió a
multitud de razones, entre ellas algunas de índole política y sociológica,
además de aquellas relacionadas con la propia industria del cine que había
entrado en quiebra a causa del estallido de la Primera Guerra Mundial.
De la misma manera que en los sesenta la capital del arte se traslada desde
Francia a Nueva York, en la Europa de entreguerras la capital del cine se
traslada desde la Francia que lo vio nacer hasta Los Ángeles. A pesar de ello,
podemos señalar que, en nuestra opinión, el cine –y más concretamente el
documental- se convierte en los años treinta en un discurso histórico, una
forma de mostrar y reconstruir los acontecimientos socioculturales y, en este
sentido, habría que subrayar la relación de Buñuel con el documental social
europeo a través de las programaciones de los cineclubes que el propio Buñuel
seleccionaba desde París y que hemos comentado brevemente en el primer apartado
de este trabajo; con la vanguardia y con uno de los precursores del M.R.M. y
del Realismo Poético: Jean Vigo[7].
Como discurso histórico, el documental podría ser estudiado y catalogado
desde las distintas concepciones que tenemos de la historia, que en resumidas
cuentas son tres: historiografía, historiología e historia con minúsculas,
también llamada en la posmodernidad story o stories, haciendo referencia con
esta denominación al carácter discursivo y subjetivo de toda construcción
histórica. La historiografía, de herencia positivista, describe la historia o
“los hechos” como aquello que realmente ha sucedido, parafraseando a Ranke, uno
de los maestros de esta concepción cientificista de la historia, que peca
precisamente de intentar describir y fijar científicamente el resultado de la
experiencia humana. En este sentido, la historiografía puede ser comparada con el
M.R.I. del documental, con los documentales de compilación o con los
noticiarios surgidos en los años treinta.
La historiología, que es consciente del carácter discursivo de la historia
como ciencia humana, peca de construir metanarrativas[8]
o metarrelatos, de intentar dar una explicación global a la historia de la
humanidad entera a través de unos sistemas que son pensados en unas
circunstancias socioculturales y sociopolíticas concretas y, por tanto, no son
extra históricos ni imparciales. Hillary Putnam lo ha descrito como God’s eye
view o perspectiva del ojo divino, que supone un error por parte tanto de la
historiografía, por intentar describir científicamente aquello que no puede
encuadrarse en categorías científicas –la experiencia humana- como de la
historiología, por intentar hacerlo de forma global, aún a sabiendas del
carácter narrativo de la historia. Ejemplos de historiología serían los
sistemas de pensadores como Hegel o Marx y sus respectivas concepciones de la
historia.
En el ámbito del documental no hemos hallado tentativas de dar una
explicación o un sentido a la historia universal, pues las limitaciones de
presupuesto y metraje no lo permitirían, no obstante, existen multitud de
documentales que pretenden interpretar hechos concretos o formas de vida y, en
nuestra opinión, todos ellos, en la medida en que no son conscientes de
hacerlo, entrarían dentro de la categoría de historiología; véanse, por
ejemplo, los del propio Flaherty con los que Buñuel entró en contacto,
destacando también como dato interesante que Robert Flaherty tendría ocasión de
visionar Tierra sin pan (1933) en el MoMA siete años después
de su realización, donde Buñuel trabajaba por recomendación de su amiga Iris
Barry.
Respecto a la tercera forma de interpretar la historia, en la posmodernidad
se es consciente del carácter discontinuo y subjetivo de la historia, por eso
se la denomina con minúsculas y en plural. La historia colectiva sería para los
posmodernos una red de pequeñas historias individuales, de experiencias
personales, concretas y subjetivas. Un ejemplo de esta concepción de la
historia materializada en el cine de los años sesenta, que ya mezcla ficción y
documental -no realidad, puesto que toda imagen real, además de estar mediada
por el objetivo, al ser insertada en una trama de sentido a través de
operaciones como el guión o el montaje, que ya implican unos procedimientos de
selección, serían transformadas en discurso, narración, punto de vista-
podría ser Hiroshima mon amour (1959) de Resnais, que fue, en
principio, un proyecto de documental sobre la bomba atómica, donde Resnais, a
través de su guionista M. Duras, describe la historia como un punto de
intersección entre lo individual y lo colectivo.
Escena de Hiroshima mon amour de Alain Resnais (1959)
Al igual que los nuevos cines de los sesenta, la obra de Buñuel también
podría reinterpretarse desde la categoría posmoderna de historia, desde el
discurso híbrido de la no-ficción, que no es más que una consecuencia aplicada
al cine del pensamiento posmoderno o una anticipación del cine a la
postmodernidad; porque al igual que la historia es discurso, relato,
acercándonos con ello a la antigua tradición de transmisión oral del saber
antes de ser fijado por la escritura; los sueños o las ideas son también un
tipo de realidad que no se oponen a la realidad del mundo físico. De esta
manera, podríamos interpretar el surrealismo como una especie de
realismo o más bien de hiperrealismo o suprarrealismo, tal y como fue
denominado por algunos representantes de la generación del 27 coetáneos de
Buñuel y tal como fue descrito por Sigmund Freud, que además, demostró que era
el mundo del inconsciente el que condicionaba nuestro comportamiento
“aparentemente consciente”, dando al traste con la moderna y cartesiana idea de
sujeto como conciencia, como algo fijo y estable.
En este sentido, el surrealismo se acercaría tanto o más al
psicoanálisis que el cine de la República de Weimar[9], que el cine de Murnau, Lang o Pabst y la obra de
Buñuel no sería más que un psicoanálisis, una forma de describir la realidad
psicológica de nuestra cultura, como apunta el propio Buñuel al calificar
el cine como un instrumento para la expresión del inconsciente en la
conferencia que pronunció en la Universidad de México en 1958:
«El cine es un arma maravillosa y
peligrosa si la maneja un espíritu libre. Es el mejor instrumento para expresar
el mundo de los sueños, de las emociones, del instinto…El cine parece haberse
inventado para expresar la vida subconsciente, que tan profundamente penetra
por sus raíces; la poesía, sin embargo, nunca se emplea para esos fines»[10].
La obra de Buñuel, donde se difuminan los límites entre realidad y ficción,
podría reinterpretarse desde la categoría de no-ficción y desde el
psicoanálisis como una serie de documentales psicológicos donde
el director turolense explora el deseo sexual en la sociedad burguesa -entre
otras cosas- (Un perro andaluz, 1929), los márgenes de la sociedad del
progreso y la industria (Tierra sin pan, 1933 y Los olvidados,
1950), las fantasías sexuales de una mujer burguesa (Belle de jour,
1967), el inconsciente colectivo de las clases dominantes (La edad de oro,
1930) o ciertas patologías psicológicas (Él, 1952-53, tomada como
ejemplo por el propio Lacan para impartir sus clases); o como argumenta Agustín
Sánchez Vidal:
«En una carta a José Rubia Barcia le
confesaba en 1952 que Subida al cielo “está muy cerca del
documental”, apreciación bajo la que cabe cobijar muchas de sus cintas
mexicanas, pero también Simón del desierto, que viene a ser un documental sobre
un anacoreta; o La Vía Láctea que, a pesar de su aire
abstracto y metafísico, definió como “una especie de documental sobre las
herejías”»[11].
Si las películas de Buñuel pudieran ser interpretadas como “documentales
psicológicos” – de psicología social y psicología del individuo- tal y como
pretendemos dejar indicado en este trabajo y haciendo uso de la propia
clasificación que Buñuel describió en su autobiografía[12],
deberíamos tener en cuenta entonces que Buñuel introduce documentales dentro de
sus documentales: utiliza de forma metafórica un documental sobre escorpiones
al comienzo de La edad de oro (1930) para ilustrar con
imágenes su concepción pesimista de la existencia, que puede resumirse en la
máxima de Hobbes “homo homini lupus”; así como también en Las Hurdes (1933)
introduce un documental sobre el mosquito “anopheles” para explicar de forma
indirecta la causa del paludismo y la malaria en aquella región.
Fragmentos de enciclopedia, un documental dentro de un documental, escenas
construidas, comentarios del narrador que no se corresponden con lo mostrado en
las imágenes, música como contrapunto; Las Hurdes (1933)
también respondería, en cierta medida, a esa estética posmoderna del
collage adoptada por los Nuevos Cines –véase a J.L. Godard- y por el
documental auto-reflexivo actual y el film-ensayo al que Buñuel se habría
anticipado como lo haría Vigo con À propos de Nice (1929),
Orson Welles con F for fake (1973) o Woody Allen con Zelig (1982).
En cierto sentido, Tierra sin pan (1933) es un
“metadocumental”. El peculiar subtítulo utilizado por el director turolense
–“ensayo de geografía humana”- que intentaremos explicar más adelante, podría
justificar la catalogación de Las Hurdes (1933) como una modalidad
de documental que se acerca al film-ensayo, un ensayo fílmico,
a fin de cuentas, que no sería más que pensamiento puesto en imágenes, como el
ensayo propiamente dicho no es otra cosa que pensamiento en acto.
La forma posmoderna de entender la historia podría relacionarse con el
documental a través de lo que Bill Nichols[13]
describe con las siguientes categorías: documental reflexivo, performativo y
poético. También con lo que otros autores han descrito como film-ensayo e
incluso con el mockumentary o falso documental, pues aunque entre ellos quepan
distinciones de carácter formal, todas estas variantes hacen una reflexión
sobre la construcción de la realidad, de la historia o de la memoria colectiva
y sobre el concepto de verdad. Todas estas nociones tienen en el
pensamiento posmoderno unas connotaciones específicas que son visualmente
traducidas por el cine factual, que a fin de cuentas se convierte en una
especie de pensamiento visual o audiovisual, por utilizar la denominación de
Chion.
A través de la categoría posmoderna de historia y de la capacidad del cine
para reconstruir acontecimientos, hilvanarlos en un hilo conductor que les de
sentido o reconstruir la memoria histórica –que no es exclusiva del género
documental- también podría explicarse lo que me voy a permitir describir como
“fiebre del archivo”, que se manifiesta en los documentales catalogados
como found footage o de metraje encontrado; puesto que en la
posmodernidad la historia no es la Historia Universal, constituida por grandes
personalidades y grandes acontecimientos, sino que la historia la escribe con
sus actos los hombres concretos y las colectividades, cobrando vital
importancia la dimensión subjetiva de la historia, lo que sucede en
el ámbito de lo privado, local o la autobiografía, género que había sido
tradicionalmente reservado a las mujeres, que las escribían a manera de
confesiones; en resumen, en la posmodernidad cobra importancia la “pequeña
historia” y eso en el cine factual se traduce en el recurso al álbum
familiar, al video casero o a una supuesta cinta olvidada en el baúl de
los recuerdos.
Tras este elenco de categorías (mockumentary, found-footage, film-ensayo,
etc.) que los expertos utilizan para intentar clasificar las nuevas y extrañas
variantes de cine documental o factual que están surgiendo en la actualidad,
pero que tampoco son nada nuevas; no nos debe extrañar que el propio Buñuel le
diese nombre a una nueva: los documentales psicológicos. En nuestra
opinión es a este género de documentales al que pertenece Las Hurdes (1933),
así como muchas otras obras suyas catalogadas como ficción surrealista; pues,
si somos consecuentes, el surrealismo no sería sino la representación
de la realidad oculta de lo inconsciente, que en el cine sólo puede
mostrarse de forma oblicua a través de ciertos recursos estilísticos y formales
de carácter metafórico en cuyo uso Buñuel ha resultado ser un maestro.
La fuerza de Las Hurdes (1933) como ensayo fílmico no
radicaría tanto en su verismo como en la mostración de ese inconsciente social y, sobre todo, como apunta
Conley, en una crítica autoconsciente de Buñuel al “fundamento de la verdad
fílmica”[14]: en el cine, ya sea éste
factual o no, y por más que éste se autocalifique de “realista”, la realidad,
la verdad, la memoria, la historia, siempre se presentan no sólo a través del
objetivo –que ya estaría mediando entre la realidad y la cosa u acontecimiento
filmado- sino también a través de la selección y el montaje. Como comenté en
cierta ocasión a propósito de un trabajo sobre Jean Vigo, la cámara es a la vez
objetiva y estética, no muestra la verdad o la realidad pero crea lo verosímil.
No es posible filmar la realidad desnuda porque toda mirada es focal e impone
un punto de vista, que en el caso de Buñuel y Vigo se manifiesta a través de
“sus miradas” que no son más que el reflejo de un compromiso ético, social y
político. En el cine la cuestión de la realidad, la verdad y la construcción de
la memoria colectiva no es más que un compromiso y Luis Buñuel en los
años treinta era perfectamente consciente de ello. En Las Hurdes (1933)
el inconsciente social se mira al espejo pero también lo hace el documental,
paradójicamente, en el espejo de un surrealista y, quizás por esta causa, haya
resultado siempre un documental sui generis.
2.2. El inconsciente social como
realidad
Tierra sin pan (1933) es un documental sobre la otra cara de la Modernidad y su fe
en la ciencia, la técnica y en la idea de progreso para conducir al ser humano
al bienestar y la felicidad. El propio Buñuel lo confesaba indirectamente al
final de su carrera cinematográfica:
«El pensamiento que me sigue guiando
hoy, a los sesenta y cinco años, es el mismo que me guió a los veintisiete. Es
una idea de Engels. El artista describe las relaciones sociales auténticas con
el objeto de destruir las ideas convencionales de esas relaciones, poner en
crisis el optimismo del mundo burgués y obligar al público a dudar de la
perennidad del orden establecido»[15].
Un documental sobre la miseria en el corazón mismo de la civilización,
en Las Hurdes (1933) como en Los olvidados (1950) la
imagen de lo real no es más que un pretexto y acaba siendo trascendida para
conducirnos a la imagen psicológica de nuestra sociedad, a aquello que nuestra
sociedad como colectivo esconde en los armarios traseros. Un irónico
“ensayo de geografía humana”, como reza en el subtítulo, pero no de geografía
física, sino psicológica y antropológica; una estampa que podemos encontrar en
los márgenes de cualquier ciudad debido a la forma misma de organizar
racionalmente el espacio que hace imposible la integración social, pues es el
esquema racionalista de organización social el que lleva implícito la
existencia de lo marginal.
Además de en Las Hurdes (1933) también podríamos encontrar
el reflejo del inconsciente en otras cintas de Buñuel; un ejemplo de ello
serían los bandidos que aparecen en La edad de oro (1930) o
los mendigos de Viridiana (1961) que vendrían a reforzar
nuestra idea sobre la dedicación de Buñuel al estudio de la otredad, de lo
marginal y, por tanto, del inconsciente de la sociedad del progreso. En el
mundo tienen que existir muchas Hurdes y muchos olvidados para que podamos
vivir en la abundancia, puesto que el progreso nunca es un progreso para todos
y lo es siempre a costa de otros.
Cartel promocional de Las Hurdes
En este sentido, tanto Las Hurdes (1933)
como Los olvidados (1950) no supondrían un punto de ruptura en el
desarrollo de la obra de Luis Buñuel, que aún a través del más crudo realismo
seguiría siendo coherente con el surrealismo. A pesar de haber roto con el
grupo de Breton justo antes de volver a España y de proyectar el rodaje
de Tierra sin pan (1933) seguiría siendo fiel a sus
postulados: mostrar la cara de la otredad, de la alteridad, de aquello
que nuestra sociedad olvida y esconde en lo más profundo de su inconsciente.
Por ello, tanto en Las Hurdes (1933) como en Los
olvidados (1950) se lleva a cabo una conciliación de realismo
y surrealismo que conducen a una visión más completa de la
realidad social y antropológica que trasciende las imágenes factuales
mostrándonos la cara oculta de la realidad y haciendo aflorar el elemento
irracional de lo real. Como afirma el propio Buñuel en una entrevista
con Raquel Tibol para el periódico mexicano Novedades en 1953 recogida por
Agustín Sánchez Vidal:
«El surrealismo no es algo inexistente que se agrega a la realidad,
no inventa la realidad, la ve más completa; no es algo que haya que buscar,
está ahí. La Academia nos acostumbró a pensar racionalmente, pero el hombre no
es racional. Freud ha puesto al descubierto su condición irracional. La razón
es un elemento de contacto social, una cláusula de convivencia; pero el
subconsciente existe; por eso hoy podemos afirmar que el surrealismo era lo que
faltaba para completar nuestra visión de la realidad»[16].
2.3. Las Hurdes: cruce entre
vanguardia, surrealismo y realismo social
Para cerrar este apartado, aún sin dar respuesta a las preguntas que nos
planteamos en su inicio y contentándonos con la posibilidad de ofrecer
simplemente unas pinceladas, queremos justificar la catalogación de
este atípico documental de Buñuel como cruce entre vanguardia, surrealismo y
realismo social. En nuestra opinión, a pesar de que Luis Buñuel se codeara
en Francia y en España con varios de los exponentes de la vanguardia, tanto a
nivel literario como artístico; Tierra sin pan (1933) más que
relacionarse con la primera vanguardia estética -cuya influencia, a pesar de
todo, se hace notar en la estructura rítmica del film, que es también el
resultado del interés de Buñuel por la música- tal y como hemos intentado
justificar en los párrafos precedentes, se anticiparía al film-ensayo que, en
definitiva, podría describirse como una tercera vanguardia de carácter
puramente crítico y reflexivo, producto de la confluencia entre arte, cine y
pensamiento posmoderno, que está teniendo lugar en la actualidad en el ámbito
del documental o del cine factual, pero que cuenta con un buen número de
precedentes, entre ellos, Las Hurdes (1933). Respecto a la
denominación de “surrealista”, creo que está suficientemente justificada, dada
la trayectoria de su autor, los comentarios de los críticos y las precisiones
sobre el surrealismo que hemos anticipado. Su relación con el realismo social
se justificaría tanto en fondo como en forma y también a través de
acontecimientos externos o contextuales: su relación o su coincidencia en
Francia con Jean Vigo.
Jean Vigo, À propos de Nice (1929)
En lo que respecta a la forma, la concepción de Buñuel
del montaje, que pone en práctica en la realización de Tierra sin
pan (1933), se asemeja a la de Vertov[17] considerando
como parte del montaje la documentación y la preproducción, el guión o plan de
trabajo, el découpage; en este sentido, sería irrelevante que Buñuel
realizara el montaje propiamente dicho sobre una mesa de cocina y sin moviola[18], puesto que la arquitectura del film ya estaba
fijada de antemano en su cuaderno de apuntes. El propio Buñuel justificaría
esta hipótesis cuando declara que Las Hurdes (1933) es la
película menos gratuita que ha hecho[19]. En
lo referente al fondo, podríamos comparar el contenido crítico
de Las Hurdes (1933) con el realismo social y,
más concretamente, con lo que Jean Vigo denomina “punto de vista documentado”,
distinguiéndolo de las actualidades y del documental de carácter institucional
y de servicio público.
El documental social se caracterizaría por el punto de vista defendido por
su autor, que exige que se tome postura sobre un asunto y, al mismo tiempo,
esta perspectiva sobre el tema se refleja en la forma, en el significante
fílmico, en la manera en que el film es realizado, pues a través de su
ejecución –de los recursos estructurales de la narrativa fílmica que el autor
ha elegido- el tema y su contenido crítico se presentan al espectador. Tanto Las
Hurdes (1933) como À propos de Nice (1929) expresan
el punto de vista de quien las realizó, en este sentido, tanto Vigo como Buñuel
se anticiparían a lo que Astruc denominó caméra-stylo y al cinéma-vérité
–poniendo en cuestión sus presupuestos antes de su propio nacimiento- y, como
hemos argumentado, también al film-ensayo.
3. LA AVENTURA HURDANA
3.1. Arqueología de Tierra sin pan y
de la historia de España
Entre marzo y abril de 1933, un grupo de polifacéticos camaradas compuesto
por Luis Buñuel, Ramón Acín -anarquista, pedagogo, periodista, escultor y
dibujante- Eli Lotar –prestigioso operador de cámara que trabajó con
Cavalcanti, Renoir, L’Herbier y Clair-, Pierre Unik –poeta y redactor del
comentario del film- y Rafael Sánchez Ventura, se traslada al santuario de Las
Batuecas para rodar en condiciones muy duras – a pie y cargados con todo el
equipo de rodaje durante un largo trayecto diario por un terreno agreste- un
film independiente y, por aquel entonces, difícil de etiquetar.
Ramón Acín, además del presupuesto para su realización, le aportó a Tierra
sin pan (1933) su propia visión de la escuela, atreviéndose incluso a
criticar a las Misiones Pedagógicas de la República encabezadas en el aspecto
cinematográfico por José Val del Omar. Una escuela que enseña a los niños a
respetar la propiedad privada en un lugar donde ésta es prácticamente
inexistente y donde se carece de los requisitos mínimos para llevar una vida
digna, donde la existencia se traduce en una lucha constante con una tierra
estéril y montañosa para poderle extraer el fruto que los ayude a sobrevivir;
pero donde, paradójicamente, también existen clases sociales. El film también
hace referencia a la nueva ley de términos municipales que entró en vigor en
1933 y según la cual en los pueblos se prohibía dar trabajo a los extranjeros, pero
este comentario –que subrayaría aún más la irremediable miseria de los hurdanos
ante la imposibilidad de emigrar para poder trabajar- sería eliminado en 1936
cuando la cinta se sonorizó para ser utilizada como propaganda y también fueron
eliminados los planos donde aparecían mapas de la región y la escena de los
gallos. En este sentido, la sonorización y el estreno internacional
supusieron en gran medida la ruptura de la unidad de una obra que Buñuel había
rodado y montado de manera pícara e intencionada dirigiendo su virulento
sarcasmo incluso hacia el gobierno de la República.
Las Hurdes (1933) es el reflejo de una comunidad casi neolítica, como hemos
comentado, la otra cara de la moneda de la sociedad industrializada y de la
idea moderna de progreso, que se encuentra no en una selva perdida del
Amazonas, ni en una isla paradisíaca de los mares del Sur, ni en los gélidos
confines de la Tierra, sino a escasos kilómetros de Madrid o Salamanca; porque,
tal y como pensaba Buñuel, para encontrar lo pintoresco no hace falta
ir tan lejos sino, más bien, echar un vistazo a las entrañas de nuestra propia
cultura, porque lo pintoresco forma parte de nuestra propia realidad social
y antropológica. Con una organización social autosuficiente y cerrada en sí
misma, en Las Hurdes (1933) los únicos elementos que nos
permitirían identificar esa comunidad como española son, además del croquis
geográfico que nos muestra Buñuel, el dialecto jurdano –que no oímos- y
los símbolos religiosos.
Habitantes de Las Hurdes
Tierra sin pan (1933) puede ser también la metáfora providente de la España de la
autarquía, atrasada, rural y minifundista y el reflejo de la tragedia de la
existencia terrena del ser humano tras ser expulsado del Paraíso y condenado a
trabajar la tierra con el sudor de su frente y a parir a sus hijos con dolor[20], tal y como lo reflejaría la negación –muy
acorde con las creencias religiosas de Buñuel- que aparece en el título de su
versión inglesa: Unpromised land. Las Hurdes (1933)
refleja una realidad antropológica: la crudeza de la existencia
humana sin paliativos, sin el maquillaje de la cultura, de nuestra
cultura del progreso y el bienestar. Por ello, pensamos que indagar en esta
obra de Buñuel y en las condiciones de su realización supone, al mismo tiempo, indagar en la historia de España, preguntarnos por qué fue habitada una tierra
tan hostil. Mercé Ibarz[21] apunta una
posible respuesta haciendo referencia a los comentarios contenidos en la tesis
de Legendre, que describe Las Hurdes como una población de proscritos,
marginados, perseguidos y fuera de la ley desde tiempos de los Reyes Católicos. En este sentido, Buñuel nos estaría obligando a hacer aquello que Michel
Foucault denominó arqueología de la historia, a desenterrar nuestra memoria
colectiva levantando capas cuidadosamente como hacen los arqueólogos y ésta es
una forma sincrónica de hacer historia que, como venimos justificando, estaría
muy relacionada con el pensamiento de la posmodernidad y con el propio
Foucault. Podríamos preguntarnos si es Buñuel un arqueólogo de la historia, de
la cultura y del inconsciente en el ámbito del cine como lo es Foucault en el
ámbito de la filosofía. Las Hurdes (1933) como documental y,
en cierto sentido, toda obra audiovisual que pretenda reconstruir la memoria
colectiva, sería un ejemplo no sólo de historia del cine, sino también de
historia en el cine.
Como hemos mencionado con anterioridad, haciendo referencia a las palabras
del propio Buñuel en una entrevista con José de la Colina y Tomás Pérez Turret
y a su concepción del montaje; Tierra sin pan (1933) es un documental
escenificado –aunque a estas alturas podríamos preguntarnos cuál no lo
sería-. Es decir, en tanto cine factual Buñuel hace uso de la puesta en escena,
aunque como documental psicológico o film- ensayo lo que Buñuel pondría en
escena -o en imágenes- sería el inconsciente social de la España de la
República. El trabajo de puesta en escena se refleja sobre todo en las escenas
colectivas, que son construcciones o, en este caso, y en el del género
documental en general, escenificaciones de la realidad social de los hurdanos (tradiciones,
costumbres, rituales de la vida diaria) que el propio Buñuel dirigía
meticulosamente de la misma forma que indicaba a sus actores incluso el más
leve movimiento de ceja; con la diferencia de que estos actores –a la manera
neorrealista- serían actores no profesionales y, al mismo tiempo, actores de
sus propias vidas, que se interpretan a ellos mismos. Las escenas construidas,
que serían la muerte de la cabra, el burro atacado por las abejas, la niña
enferma y el entierro fluvial, invitan al espectador actual a reflexionar
sobre la construcción de la realidad –o actualidad- a través de los
medios de comunicación, construcción que siempre pasa, en cierta medida, por la
escenificación y el discurso narrativo; pues la historia, la reconstrucción de
los hechos –si no se entiende a la manera positivista- de forma consciente o
inconsciente, nos obliga a ello, a insertar los acontecimientos en una trama.
Al parecer, una de las pocas escenas colectivas no construidas es la de la
boda en La Alberca, junto con las tradiciones que le vienen aparejadas: la
obligación del recién casado de invitar a vino a todos los habitantes de la
aldea y la de arrancar la cabeza de un gallo. De esta última, Buñuel filmó una
escena que fue eliminada por la censura francesa en la primera sonorización de
1936 e incorporada, posiblemente, en 1965, con ocasión se la restauración y
segunda sonorización del film, dado el interés del productor Pierre
Braunbergen, que en un principio le negó la financiación a Buñuel, por los
derechos de la cinta para poder distribuirla. Este fragmento no aparece en
algunas de las copias, como la que se encuentra en el MoMA o en la Cinemateca
de Toulouse –que contiene los descartes de Buñuel- y de ello podemos deducir
que la versión visionada para nuestro comentario es la versión francesa
reconstruida por Braunbergen a la que se le han añadido los planos censurados y
de la que se ha eliminado la coda antifascista, por lo que puede tratarse de
una de las versiones más fieles al montaje original que realizó Buñuel en 1933.
3.2. Estructura y peculiaridades
Puntuada por cinco encadenados, Tierra sin pan (1933)
consta más o menos de 260 planos[23], que se
alternan aproximadamente con una frecuencia de 7 segundos, algo
poco usual tratándose de un documental de los años treinta inspirado, según
Conley[24], en la concepción del
plano sostenido del realismo poético y en el montaje
intelectual de Serguei M. Eisenstein; por ello, en primer lugar, queremos
destacar la viveza de la planificación en contraste con el efecto de
estatismo, que en general produce el film al ser visionado: la fugacidad
del tempo fílmico, del ritmo, frente al efecto de temporalidad suspendida o
sostenida, que haría referencia a la forma misma de vida de los hurdanos, que a
pesar de habitar el presente, vivirían en realidad en una temporalidad casi
mítica que hace referencia a los orígenes de nuestra civilización, en un tiempo
mítico sostenido.
Queremos destacar también el predominio del primer plano, que
Buñuel suaviza introduciendo fundidos o encadenados al pasar a un plano más
general o a una panorámica, sustituyendo con ello la tradicional forma de
transición entre el primer plano y el plano general a través de un plano medio. Los
primeros planos se detienen en los rostros de las mujeres, los niños y los
enanos acentuando sus rasgos y la expresión de las miradas al estilo de Dreyer –al
que Buñuel admiraba y sobre el que escribió algún artículo en su juventud-
también lo hacen en los pies descalzos de los infantes subrayando la ausencia
de calzado y todo lo que conlleva. Son planos muy sugerentes que remiten a
ideas abstractas y que Buñuel monta por contraste, consiguiendo con ello que su
sentido trascienda lo real filmado y remita a ideas que están más allá y que
son evocadas por el conjunto de la obra, que incluye también el montaje sonoro
y el musical: en Tierra sin pan (1933) cada plano es
una idea y su ensamblaje construye no sólo una historia sino múltiples
historias, dando cabida a la recepción activa y posibilitando con ello que el
espectador acabe de construir el film, de ahí su peculiaridad y su riqueza, que
trasciende la actualidad filmada y los acontecimientos históricos que remiten
al contexto histórico de su realización.
Hay planos que vienen a ser casi citas de otras obras suyas, como el del
burro muerto y comido de abejas – aunque, en realidad, tanto el burro como las
abejas fueron depositados por los miembros del equipo de Buñuel- que remite a
los últimos fotogramas de Un perro andaluz (1929) y, en última
instancia, a la experiencia de la muerte en su niñez, como el propio Buñuel nos
relata:
«Cierto día me paseaba con mi madre por un olivar cuando la brisa llevó
hasta mi olfato un olor dulzón y repugnante. A unos cien metros de nosotros un
burro muerto, horriblemente hinchado, servía de banquete a una docena de
buitres. El espectáculo me atraía y a la vez me repelía. Ahítas, las aves
apenas podían remontar el vuelo. Los campesinos no enterraban las bestias
muertas por creer que al descomponerse abonaban la tierra. Quedé como fascinado
ante aquella visión y, aparte de su grosero materialismo, tuve una vaga
intuición de su significado metafísico»[25].
El burro como símbolo recurrente de la iconografía fílmica de Luis Buñuel
La metáfora visual de la muerte aparece en la cinta no sólo a través de la
imagen del burro, sino en otras ocasiones, como en los planos de las calaveras
situadas en dos hornacinas junto a la cruz y, al cierre del film, con el pregón
de la noche. La escena del entierro fluvial haría referencia más bien a la
vida, de la cual la muerte también forma parte, a través de la rica metáfora
del río. La vida es renovación, mudanza, muerte y renacimiento: la vida es
entendida aquí por Buñuel de forma cíclica acercándose a lema heraclíteo del
“πἀντα ῤεῖ”, al mito de la transmigración de las almas de Platón[26], o al pensamiento de culturas orientales
como el de la India donde, de forma muy significativa, estos rituales se celebran
en el Ganges.
En lo referente a la fotografía, habría que destacar la destrucción
de la perspectiva que lleva a cabo el operador Eli Lotar con la que
nos remontaría al primitivismo del cinematógrafo de los orígenes a través de
imágenes planas y austeras convirtiendo la forma fílmica misma en algo
prístino como metáfora de la realidad captada por el objetivo y
consiguiendo, de esta manera, la coincidencia o coherencia entre forma y
contenido. Los encuadres remiten –según las afirmaciones de
Conley e Ibarz- a la tradición pictórica española del Renacimiento y
del Barroco, sobre todo en lo referente a los planos de los enanos y
cretinos, que nos recuerdan a lienzos de Goya y Velázquez.
Enanismo representado en Las Hurdes (1933)
Pero lo más significativo de Tierra sin pan (1933) es
el triple efecto de contraste entre imagen / comentario, imagen /
música y comentario / música, dado que el montaje visual contrasta
con el sonoro y en el interior del montaje sonoro se produce una tensión entre
contrarios: música / comentario. Respecto a la primera
dicotomía habría que destacar la no correspondencia entre lo
mostrado en las imágenes y lo referido por Pierre Unik a través de un
comentario serio, distanciado y con aires de cientificidad –por otro
lado subrayada por la introducción del documental sobre el mosquito
“anopheles”, que está realizado siguiendo las pautas tradicionales del
documental de carácter científico-. Con esta falta de correspondencia
Buñuel parece poner en evidencia el M.R.I. del documental donde, por herencia
radiofónica, la palabra pronunciada por el narrador omnisciente es más
importante que la imagen, que sirve para ilustrar o reforzar su valor, además
de servir la palabra de hilo conductor; pues es a través de ella como se
insertan las imágenes en una trama de sentido. La frialdad del comentario de
Unik y el efecto de distanciamiento que pretende conseguir se convierte, al fin
y al cabo, en una ironía sobre el narrador omnisciente con
documental científico incluido, en una especie de autorreflexión de Buñuel
sobre la forma de representación en el documental.
El fondo musical utilizado por el calandino contrastaría tanto con las
imágenes como con el comentario y es usado como contrapunto, a la manera que lo describen
Eisenstein, Pudovkin y Aleksadrov en su manifiesto del “Contrapunto orquestal”[27]: la música no comenta la imagen, más
bien contrasta con ella, subrayando la diferencia entre la austeridad, la
crudeza y el primitivismo de la imagen y el refinado virtuosismo de la música
de Brahms, que se basa sobre todo en el colorido o riqueza orquestal de la
variación sobre un tema, llegando hasta repetir una treintena de veces las ocho
primeras notas de su última sinfonía. Las delicadas variaciones de
combinaciones sonoras de un postromántico chocan con la seriedad y sequedad de
un comentario que pretende ser distanciado y objetivo pero que, a fin de
cuentas, tampoco lo es.
No obstante, pensamos que la repetición de un mismo tema con variantes
instrumentales chocaría con el verismo de la imagen y la composición
fotográfica de los planos, pero no con el montaje o la conjunción de los planos,
tal y como lo hemos descrito en el primer párrafo de este apartado: si cada
plano representa una idea que trasciende las imágenes factuales, de tal forma
que su ensamblaje daría lugar no sólo a una historia, sino a la posibilidad de
múltiples historias, Buñuel, a pesar de poner en práctica -en lo que atañe al
conjunto de la obra- una concepción del montaje similar a la de Vertov, en la
fase de montaje propiamente dicha, estaría jugando –a la manera de Eisenstein-
con el concepto de variación entre ideas abstractas, del mismo modo que Brahms
juega con la variación sonora. La música contrasta con la imagen en lo
tocante a lo externo: al contenido, lo representado y la composición
fotográfica del plano, subrayando la miseria de Las Hurdes frente al
refinamiento burgués representado por la cuarta sinfonía de Brahms; pero
no en un sentido estructural y rítmico. De esta forma, podríamos describir
el contrapunto musical como un contrapunto edulcorado: si al descartar algunos
planos Buñuel se negó a suavizar el montaje visual, afirmándose en una
dramaturgia trágica y radical[28], con la
posterior sonorización del film, Buñuel acaba endulzando las imágenes,
presentando a través de la música y del ritmo visual lo marginal o la miseria
poetizada.
Fotograma de niñas comiendo pan duro en Las Hurdes (1933)
Como conclusión, pensamos que, a través de este triple contraste, más que
producir un efecto de distanciamiento, que sería, al fin y al cabo, lo que
persigue un documental elaborado a la manera tradicional -apartarse del objeto
de estudio para verlo desde fuera y presentárselo al espectador desde una
perspectiva neutra, objetiva y, por tanto, sin posibilidad de crítica- lo que
Buñuel consigue, tanto en 1933 como en la actualidad, es que el espectador tome
partido y se inmiscuya, tanto en la forma como en el contenido del film y lo
que éste propone, no sólo a través de una recepción activa, sino
también, a través de un posicionamiento crítico que sería
consecuencia directa del visionado. Ver Tierra sin pan (1933)
conlleva un ejercicio crítico, en parte análogo, al que su propio creador tuvo
que ejercitar para su realización, pues esta obra de Buñuel, a pesar del paso
del tiempo, no nos deja indiferentes.
4. BIBLIOGRAFÍA
·Conley, T. (1988): “Su realismo. Lectura de Tierra sin pan, de Luis Buñuel”.
En Cuadernos de Trabajo. Valencia: Centro de Semiótica y Teoría del
Espectáculo.
·Catani, M. (1994): “Historia y antropología de la comarca de Las Hurdes. Tierra
sin pan, de L. Buñuel (Cincuenta años después)”, en Narria, estudios de
arte y costumbres populares, nº 67-68 (pp. 6-12).
·Gubern, R. (1995): Historia del cine español. Madrid: Cátedra.
·Ibarz, M. (1999): Buñuel documental: Tierra sin pan y su tiempo.
Zaragoza: Prensas universitarias de Zaragoza.
·Pérez Bastías, L. (1994): Las dos caras de Buñuel. Barcelona: Royal Books.
·Pérez Turrent, T. & de la Colina, J. (1993): Buñuel por Buñuel. Madrid:
Plot.
·Romaguera i Ramio, J. & Alsina Thevenet, H. (1989): Textos y
manifiestos del cine. Madrid. Cátedra.
·Sánchez Noriega, J. L. (2002): Historia del cine. Teoría y géneros cinematográficos,
fotografía y televisión. Madrid:Alianza.
·Sánchez Vidal, A. (1984): Luis Buñuel: obra cinematográfica. Madrid:
Ediciones JC.
·Sánchez Vidal, A. (1994): Luis Buñuel. Madrid: Cátedra.
·Buñuel, L. (Productor) & Buñuel, L. (Director). (1929). Un chien andalou [Cortometraje].
Francia: Luis Buñuel.
·Acín, R. (Productor) & Buñuel, L. (Director). (1933). Las
Hurdes [Cortometraje]. España: Luis Buñuel.
·Dacingers, O (Productor) & Buñuel, L. (Director). (1950). Los
olvidados [Película]. México: Ultramar Films.
_____________________________________________
[1] Gubern, R. (1995): Historia
del cine español, Madrid, Cátedra, Signo e imagen, (“El cine sonoro
1930-39”), p.132.
[2]Sánchez Noriega, J. L. (2002): Historia
del cine. Teoría y géneros cinematográficos, fotografía y televisión,
Madrid, Alianza, p.366.
[3]Gubern, R. (1995): Historia
del cine español, Madrid, Cátedra, Signo e imagen, (“El cine sonoro
1930-39”), p.159.
[4]Pérez Turrent, T. & de la Colina,
J. (1993): Buñuel por Buñuel, Madrid, Plot, p. 34.
[5]Pérez Turrent, T. & de la Colina,
J. (1993): Buñuel por Buñuel, Madrid, Plot, p. 34.
[6] La coda rezaba así: “La miseria que
este film les acaba de mostrar no es irremediable. En otras regiones de España,
aldeanos, campesinos y obreros habían conseguido mejorar sus condiciones de
existencia uniéndose, ayudándose los unos a los otros y exigiendo sus derechos
ante los poderes públicos. Esta corriente que dirigía al pueblo hacia una vida
mejor orientó las últimas elecciones y dio vida a un gobierno del Frente
Popular. La sublevación de los generales, con el apoyo de Hitler y de
Mussolini, pretende restablecer los privilegios de los grandes propietarios,
pero los obreros y los campesinos españoles vencerán a Franco y a sus
cómplices. Con la ayuda de los antifascistas de todo el mundo, la paz, el
trabajo y la felicidad sustituirán a la guerra civil y harán desaparecer para
siempre los focos de miseria que este film les ha mostrado”. Extraída de Ibarz,
M. (1999): Buñuel documental. Tierra sin pan y su tiempo, Zaragoza,
Prensas Universitarias de Zaragoza, p. 137.
[7] Nótese que el propio Vigo cita el
primer corto de Buñuel y Dalí como ejemplo de lo que él considera un cine
socialmente comprometido en el texto que redacta con ocasión de la presentación
de su documental poético –o su Film-ensayo- À propos de Nice (1929)
en el Vieux-Colombier de París, titulado “Hacia un cine social”. Véase
Romaguera i Ramio, J. & Alsina Thevenet, H. (1989): Textos y
manifiestos del cine, Madrid, Cátedra, Signo e imagen, pp. 134-138 o Salès y
Gomès, P. E. (1999): Jean Vigo, Barcelona, Circe.
[8] El término metarrelato o relato
metahistórico fue acuñado, según creo recordar, por Jean François Lyotard en su
libro La condición postmoderna (1979).
[9] Sobre este tema ver Sánchez Viosca,
V. (1990): Sombras de Weimar. Contribución a la historia del cine
alemán 1918-1933, Madrid, Verdoux. Especialmente el capítulo duodécimo:
“Parámetros del inconsciente. Lo siniestro decorativo, lo pulsional y el
símbolo del psicoanálisis” pp. 212-237.
[10] Sánchez Vidal, A. (1994): Luis
Buñuel, Madrid, Cátedra, p. 10.
[11] Ibídem, p. 19.
[12] Ibídem, pp. 19-20.
[13] Nichols, B. (1997): La
representación de la realidad: cuestiones y conceptos sobre el documental,
Barcelona, Paidós.
[14]Conley, T. (1988): “Su realismo.
Lectura de Tierra sin pan, de Luis Buñuel”, en Cuadernos de trabajo del
Centro de Semiótica y Teoría del Espectáculo, Valencia, p. 22.
[15]Sánchez Vidal, A. (1994): Luis
Buñuel, Madrid, Cátedra, p. 31.
[16]Sánchez Vidal, A. (1994): Luis
Buñuel, Madrid, Cátedra, p. 68.
[17]Romaguera i Ramio, J. & Alsina
Thevenet, H. (1989): Textos y manifiestos del cine, Madrid,
Cátedra, Signo e imagen, pp. 34-35. En el “Manifiesto sobre el cinematógrafo sin
actores” afirma Vertov que cualquier film está en montaje desde el momento en
que se elige el tema hasta la salida de la película definitiva, haciendo
extensivo el montaje a todo el proceso de realización del film y describiendo
tres fases del montaje.
[18] Pérez Turrent, T. & de la
Colina, J. (1993): Buñuel por Buñuel, Madrid, Plot, pp. 36-37.
[19] Ibídem, p. 37.
[20] Gn. 3, 9-19.
[21] Ibarz, M. (1999): Buñuel
documental: Tierra sin pan y su tiempo, Zaragoza, Prensas Universitarias de
Zaragoza, p. 42.
[22] Véase para más información el texto
de Ibarz, M. (1999): Buñuel documental: Tierra sin pan y su tiempo,
Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza; sobre todo el primer capítulo (pp.
19-43).
[23] Según el découpage de Conley 240
planos. Por su parte, Gubern cuenta 259 planos; no obstante, el número de
planos puede depender de las versiones que cada cual haya visionado. Al parecer, Conley se basó en una copia que se encuentra en la Universidad de Minnesota a
la que le faltan algunos planos y a pesar del detallado desglose, al que le
añade en cursiva los planos censurados que recupera de una cinta que le
facilita Jenaro Talens, fecha el film en 1932 acorde con un lapsus que comente
Buñuel en una entrevista con Tomás Pérez Turrent y José de la Colina. Podemos
encontrar el desglose en Conley, T. (1988): “Su realismo. Lectura de Tierra sin
pan, de Luis Buñuel”, en Cuadernos de trabajo del Centro de Semiótica y
Teoría del Espectáculo, Valencia, pp. 27-43.
[24] Conley, T. (1988): “Su realismo.
Lectura de Tierra sin pan, de Luis Buñuel”, Cuadernos de trabajo del Centro de
Semiótica y Teoría del Espectáculo, Valencia, 1988, p. 2.
[25] Sánchez Vidal, A. (1994): Luis
Buñuel, Madrid, Cátedra, p. 59. La cita fue extraída por el autor de la
obra literaria de Buñuel, más concretamente de Recuerdos medievales del
bajo Aragón.
[26] Este mito puede encontrarse en el
Fedón. Nos remitimos a la edición de bolsillo de Alianza, por ser más accesible,
traducida por Luis Gil, aunque existen otras traducciones en Gredos.
[27] Romaguera i Ramio, J. & Alsina
Thevenet, H. (1989): Textos y manifiestos del cine, Madrid,
Cátedra, Signo e imagen, p. 76.
[28] Véase Ibarz, M. (1999): Buñuel
documental: Tierra sin pan y su tiempo, Zaragoza, Prensas
Universitarias de Zaragoza, p. 123. En un pequeño párrafo de diez u once líneas
Ibarz nos comenta los descartes de Buñuel.
Adjunto, además de este pequeño ensayo, que en su momento escribí como
curiosidad personal por una obra atípica, referencias para completar la
información sobre ella:
Weinrichter, A. (2007): La forma que piensa. Tentativas en torno al cine-ensayo.Colección Punto de Vista. Festival Internacional de Cine Documental de Navarra.
Quisiera aclarar que no he citado ni el trabajo de Antonio Weinrichter, ni el de ninguno de los autores que aparecen en este interesantísimo dossier colectivo porque mi trabajo fue realizado en el verano de 2005 como resultado de cursar Historia del Cine Español en la Licenciatura de Comunicación Audiovisual, que terminé ese mismo año. Estos trabajos no se habían publicado aún cuando eché mano de la bibliografía necesaria para abordar al Buñuel hiperrealista que tanto me había llamado la atención en ese momento. No obstante, me hubiera sido de gran utilidad disponer de esta información previamente. Al no haber sido así, la dejo aquí recogida para que los estudiantes, curiosos y cinéfilos puedan consultarla.